Aunque la biografía de Enoc en Génesis 5 ocupe sólo unas pocas palabras, el Espíritu Santo hace resaltar dos veces: “Caminó Enoc con Dios” (v. 22-24) ¡Qué hermoso testimonio! No se habla de hechos grandiosos que hubiera hecho este hombre de fe, sino de una comunión continua con su Dios, y esto durante centenares de años ¡Que nuestro breve tiempo en la tierra también pueda resumirse con las palabras: ¡Él o ella caminó con Dios!
¿Puede un hombre en su estado natural andar con Dios? ¡Es imposible! Mientras no sea reconciliado con Dios, vive en oposición a Él. Amós 3:3 dice: “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?”. ¿Cómo podría un hombre andar con Dios sin previamente haberse puesto en regla con Él? El pecado lo separa de Dios y le hace imposible andar con Él. Ante todo, hay que quitar esta barrera del camino; y se logra si se arrepiente y recibe por fe al Señor Jesús como Salvador.
Entonces, sus pecados son borrados por el perdón divino; es purificado y recibe la vida eterna. Ya no hay nada que lo separe de Dios. Aquel que antes era un pecador, un enemigo de Dios, es ahora reconciliado con Él por la sangre de Jesucristo. Por el Espíritu Santo que ha recibido, se ha convertido en un miembro del cuerpo en el cual Cristo es la cabeza. La declaración: “El que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:17) se aplica entonces a él también. Ahora puede caminar con Dios. Llevado al Padre por el Hijo y teniendo la vida eterna, puede tener comunión con el Padre y con el Hijo. Puede gozarse sabiendo que: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Puede tener comunión con el Dios vivo, con el Dios santo, pero debe estar atento porque “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5).
¿Cómo realizar verdaderamente un andar con Dios? Consideremos algunos detalles prácticos al respecto.
1) Discernir el camino de Dios
No tenemos que escoger nosotros mismos nuestro camino y luego orar: ¡Señor, ven conmigo! Hemos de buscar cuidadosamente el conocer la voluntad de Dios, diciendo como David: “Mi alma sigue ardorosa en pos de ti” (Salmo 63:8; V.M.). En otras palabras: Deseo sinceramente y de todo mi corazón seguir de cerca tus pisadas.
El Señor Jesús dijo a Pedro: “Sígueme tú” (Juan 21:22). El Hombre perfecto siguió un camino en esta tierra y nos invita a seguir sus pisadas. Debemos permanecer en este camino para andar con Dios. Desafortunadamente, hay en nosotros una fuerte tendencia a abandonar este estrecho camino o intentar ampliarlo un poco. Por eso el apóstol Pablo nos exhorta a ser vigilantes: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:15-17). Si seguimos esta exhortación, nuestro camino será un camino de paz; y la senda estrecha tendrá siempre más valor para nosotros, porque allí encontramos a Jesús y podemos andar con Dios.
2) Tener cuidado al tiempo señalado por Dios
Cuando andamos con un amigo, debemos guardar el mismo paso; no hay que arrastrarse mirando atrás, ni precipitarse hacia adelante. Así pues, debemos andar cuando el Señor nos envía, esperar tranquilamente mientras no hemos comprendido que nos hace señas de avanzar, no andar a tientas en la incertidumbre sino pedirle que nos dé plena luz para nuestro andar.
3) Perseverar, aun cuando hay pruebas en el camino
Nuestros corazones pronto retroceden ante los sufrimientos y nuestros pies no se comprometen fácilmente en el camino del dolor. Pero no nos desalentemos, los tiempos de prueba son necesarios. En aquellos momentos, sentiremos la necesidad de permanecer muy cerca de Dios, y de andar junto con Él, de la mano. Un niño que va de noche al lado de su padre le toma firmemente la mano con confianza. Tengamos la misma actitud cuando la noche del sufrimiento nos rodea. Nuestro Padre disipará nuestros temores y consolará nuestros corazones.
4) Guardarnos de todo lo que nos separa de Dios
Tendría que ser evidente, pero siempre necesitamos esta exhortación. Dos personas pueden andar juntas cuando nada les separa. Si manchamos nuestro corazón y nuestra consciencia con algún pecado, perdemos la comunión con Dios. Es como si el amigo de nuestra alma se retira. Para perturbar esta comunión, no hace falta que el pecado sea públicamente visible u audible. Incluso un pensamiento malo o impuro, una manifestación interior de la vieja naturaleza en cualquiera de sus formas, compromete el disfrute de esta suave y santa relación.
En este mundo, ¡cuántas cosas alejan nuestro corazón del Señor, contristan el Espíritu en nosotros y obstaculizan su acción! Observemos cuidadosamente Efesios 5:10 “Comprobando lo que es agradable al Señor”, y Filipenses 4:8 “Por los demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Cuando es así, podemos andar con Dios. La paz de Dios llenará nuestro corazón y el Dios de paz estará con nosotros.
5) Mantener una relación de corazón con Dios
Tal relación caracteriza normalmente el andar común de dos personas. Hay momentos en los cuales permanecemos en silencio junto a nuestro compañero. Pero, por muy justo que sea, tal silencio debe ser interrumpido de vez en cuando por un intercambio de pensamientos que muestra el afecto y la comprensión mutuos. Tenemos los recursos de la Palabra y la oración. Si miramos hacia Dios, si le abrimos nuestros corazones en la adoración o en oración, Él pondrá en nuestros pensamientos una u otra de sus preciosas palabras —un aliento, una exhortación, una advertencia, etc.— según nuestra necesidad. Y dirigirá nuestras miradas hacia el Señor Jesús. Pongamos los ojos en Aquel que anduvo aquí en la tierra en perfecta dependencia de su Dios, y que oró sin cesar sobre Aquel que Dios llama su “compañero” (Hebreos 12:2; Zacarías 13:7).
6) Perseverar en la fe hasta el final
La epístola a los Hebreos llama nuestra atención varias veces sobre este punto. Y en 2 Corintios 5:7, leemos: “Por fe andamos, no por vista”. A lo largo de este andar, nuestra fe será continuamente probada y purificada, pero cada vez más fortalecida, hasta el día en el cual será coronada.
¿Por qué existen tantas cosas en nuestra vida que no llevan el carácter divino? Es porque no realizamos suficientemente un andar apacible y permanente con Dios, una relación secreta pero constante con Él. Antes de su traslado, Enoc tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Es lo que tendríamos que buscar.
“Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24), o como lo expresa el autor de la epístola a los Hebreos: “no fue hallado, porque lo traspuso Dios” (Hebreos 11:5). Andemos así en fidelidad para con Dios, hasta que lleguemos a la meta que está muy cerca. El Señor viene pronto para introducirnos en la casa del Padre.