La acción del Espíritu Santo en la Iglesia

Es de importancia capital dejar al Espíritu Santo la entera dirección cada vez que nos reunimos. Sin embargo su acción en medio de los creyentes es solo un aspecto de su actividad: fue dado a todo aquel que cree en el Señor Jesucristo para llenarlo de la sabiduría, del conocimiento de Dios y hacerle gustar “lo que Dios nos ha concedido” (1 Corintios 2:12).

Los capítulos 12 y 14 de la primera epístola a los Corintios ponen en evidencia, de manera especial, el rol que tiene el Espíritu Santo para el buen funcionamiento del cuerpo de Cristo. “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho... Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (12:4-7, 11). No es dejado ningún lugar a la voluntad ni a la iniciativa o a la organización del hombre. Por un lado el Señor dio a su Iglesia los dones que le son necesarios para su crecimiento y edificación. Y por otro lado toda acción en la iglesia debe ser hecha en la dependencia del Espíritu. Él es soberano; dirige, da, como le place. No lo perdamos de vista durante nuestras reuniones. Allí donde el Espíritu de Dios actúa con toda libertad, la costumbre y la rutina no pueden instalarse.

La reunión de culto

Cada reunión de la iglesia o asamblea tiene su meta precisa, que solo la acción del Espíritu permite alcanzar. En la del culto, los ojos son puestos en el Señor. Su amor, su abnegación, su sacrificio, constituyen el motivo y el tema de nuestras acciones de gracias (y no solamente nuestras propias bendiciones). La iglesia está ocupada del Señor, de lo que Él es, de lo que hizo. Las bendiciones que derivan no constituyen el objeto del memorial (1 Corintios 11:24-26). Sin embargo el Espíritu Santo nos recuerda con frecuencia el contraste entre nuestro antiguo estado y nuestra nueva posición para poner en evidencia la gracia y el poder de Dios y la profundidad de los padecimientos de Cristo (Colosenses 1:12; Efesios 2:13; 1 Pedro 3:18). Ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor, es para esto que somos llamados.

Dios aprecia esos sacrificios, y el Padre busca adoradores que le adoren en espíritu y verdad (Juan 4:23-24). Es evidente que el Espíritu Santo dirigirá a los hermanos de manera que esos sacrificios de alabanzas estén centrados en lo que el Señor es y lo que hizo en el Gólgota para la gloria de Dios y para nuestra salvación. Dejémoslo dirigir cada reunión de culto hacia el aspecto de las glorias del Señor que le plazca presentar a Dios. Una sumisión dócil a su dirección exige que la voluntad de la carne y la rutina sean puestas de lado.

“Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17). Este principio permanece, pero cuidémonos de malinterpretar el sentido de la libertad. Es la libertad para todo lo que el Espíritu produce, porque es lo que conviene para Dios, pero no es en absoluto la libertad para la actividad de la carne. Todo hermano que participa en el servicio de la adoración indicando un himno, leyendo la Palabra o con una acción de gracias, debería ser sensible a la dirección del Espíritu para la realización del culto.

Dios quiere ser glorificado y exaltado por los suyos. Pero no respondemos a ese deseo por medio de discursos, hechos en nuestras oraciones, desarrollando verdades que Él conoce mejor que nosotros o describiendo sus caminos por medio de bellas exposiciones con nuestras palabras. Olvidamos así a quien nos dirigimos. Por esto es bueno que las acciones de gracias, incluso las de la cena, no sean largas.

Cuando el Espíritu actúa en el corazón de cada uno, la adoración según Dios sube hacia Él, y puede haber en varios hermanos el deseo y la libertad de ser la boca de la iglesia. ¿Es necesario recordar que no existe un don de oración o de adoración? Todo hermano espiritual que anda en sinceridad delante del Señor puede ser llamado, en el tiempo apropiado, a pronunciar una acción de gracias u orar en alta voz.

La reunión de oración

Las reuniones de oraciones sirven para exponer delante de Dios las necesidades de la iglesia, es decir las necesidades que ella siente o puede sentir, y a las cuales ella puede decir su “Amén” (1 Corintios 14:16). El que expresa una oración lo hace de parte de la iglesia: es la boca de la iglesia para presentar una petición que se encuentra en los corazones o a la que los corazones pueden asociarse sin reserva. Los primeros cristianos tenían reuniones regularmente. “Perseveraban... en las oraciones” (Hechos 2:42). Es un privilegio poder hacerlo todavía hoy. ¿Lo apreciamos realmente? La baja asistencia a estas reuniones en algunos lugares nos prueba lo contrario. La frecuentación de ellas ¿no es el reflejo del estado espiritual de la iglesia local?

La oración que se satisface con enumerar muchas verdades no es necesariamente producida por el Espíritu; proviene más bien de la carne, tal vez de un cierto orgullo. Dios espera que nuestras oraciones manifiesten dependencia y confianza hacia él. Es bueno, en la reunión de oraciones, que las peticiones se suceden las unas a las otras en un espíritu de comunión, pero sin necesidad de que el hermano prolongue o continúe con las oraciones precedentes. ¡Que estas observaciones animen a los hermanos que han guardado silencio hasta aquí, a comenzar su servicio en la reunión de oraciones!

Algunos hermanos temen repetir al Señor un motivo de oración ya expresado. Pero la experiencia demostró a menudo que la presentación insistente del mismo motivo, por ejemplo un proyecto de reuniones de evangelización, trae una frescura particular y constituye un gran aliento para la iglesia. Si Dios dice a los suyos: “Los que recordáis a Jehová... no toméis vosotros descanso, ni le concedáis descanso a él” (Isaías 62:6-7, V.M.), la repetición de los pedidos le es seguramente agradable.

Ciertamente no está en el pensamiento del Espíritu el poner a pecho de un solo hermano la casi totalidad de las necesidades cuando hay varios hermanos presentes. Al contrario, se manifiesta la actividad del Espíritu si varios hermanos presentan cada uno un pequeño número de motivos en sus oraciones siendo así las oraciones no demasiada largas.

Últimas observaciones

Tampoco es necesario que la oración final de una reunión de edificación sea la enumeración de las verdades y enseñanzas que fueron presentadas. Pongamos más bien en ella, delante de Dios, las necesidades del alma que la meditación de la Palabra haya podido producir.

Es muy triste ver actuar siempre los mismos hermanos, ya sea en el culto, reunión de oración u otras reuniones, cuando hay otros que podrían intervenir. Es la prueba de un estado de debilidad. ¡Tengan los hermanos el deseo de actuar en la dependencia del Señor! Entonces harán la experiencia del socorro y del poder del Espíritu de Dios.

Es importante que los hermanos que participan con frecuencia en el servicio en la iglesia estén constantemente atentos a la dirección del Espíritu para no ser un obstáculo para los demás.