“Ligado... en espíritu” (v. 22), el apóstol Pablo está en camino a Jerusalén. Tiene el deseo de estar allí, si es posible, el día de Pentecostés (19:21; 20:16). Lleva consigo una ofrenda hecha en Macedonia y Acaya. Los creyentes en estas regiones encontraron útil contribuir a las necesidades de los pobres entre los hermanos en Jerusalén (Romanos 15:25-27). El tiempo es corto. Sin embargo, Pablo permanece una semana en Troas para partir el pan con los hermanos (Hechos 20:6). Luego, con siete compañeros de viaje, rápidamente sigue su camino.
El apóstol está decidido a no quedarse en Asia Menor, y pasar de largo a Éfeso, donde tiene tantos lazos fraternales. Al llegar a Mileto, envía un mensaje a los ancianos de la iglesia en Éfeso (v. 17). Quiere que se junten con él, para despedirse de ellos y dar sus últimas recomendaciones. En Antioquía de Pisidia se había dirigido a los judíos (cap. 13); en Atenas había hablado a las naciones (cap. 17); aquí, al dirigirse a estos ancianos de Éfeso, tiene en vista a la Iglesia.
Se acerca el fin de un período en la historia de la Iglesia; el apóstol sabe que pronto terminará su ministerio público. En su discurso (v. 18-35), habla sucesivamente como evangelista (v. 21), como maestro (v. 27) y como pastor (v. 31). Su mensaje aquí consta de cuatro partes, las últimas tres comienzan con la palabra: “ahora”.
Las características del ministerio de Pablo (v. 18-21)
Pablo recibió su ministerio del Señor (v. 24). Aquí recuerda la forma en que llevó a cabo su servicio. En el versículo 18 menciona su comportamiento, respecto del cual también hablará a su hijo Timoteo (2 Timoteo 3:10; véase además Hechos 23:1). Este comportamiento estuvo a la altura de su servicio, lo cual ¡ay! no siempre es el caso de todos los siervos, y debilita su enseñanza.
“Sirviendo al Señor”, dice Pablo (v. 19). La palabra utilizada aquí se refiere al servicio de un esclavo que pertenece completamente a su amo. Este título de esclavo, Pablo y los apóstoles lo reivindican gustosamente. En esto imitan al Señor (Zacarías 13:5, V.M.). Pablo sirve, como sirvió el Siervo perfecto, “con toda humildad”. Él es consciente —y todos debiéramos serlo— del abismo del cual Jesús lo sacó (1 Timoteo 1:15).
Todo servicio al Señor implica dificultades y “lágrimas” (v. 19). Pablo podía decirles a estos creyentes que no había dejado de advertirles “con lágrimas” (v. 31). El Señor, nuestro modelo perfecto, también lloró (Salmo 126:5-6; Lucas 19:41; Juan 11:35).
Pablo había sufrido grandes dificultades por parte de los judíos que hacían todo lo posible para matarlo. Él siempre había buscado ganarlos para Cristo (Romanos 10:1). Aún al comienzo de este capítulo, los vemos en complot contra él, por lo que debe cambiar su ruta y volver sobre sus pasos (v. 3).
Nunca rehuyó anunciar y enseñar nada que fuese “útil” para el bienestar espiritual de los cristianos (v. 20). En el ejercicio del ministerio, estemos atentos a lo que es edificante, provechoso para aquellos a quienes nos dirigimos. Pablo había anunciado y enseñado “públicamente y por las casas” (v. 20). Este último aspecto del servicio, a menudo se realiza poco hoy, en contraste con lo relatado al comienzo de los Hechos (véase 5:42). Tengamos esto más a pecho, ya sea para contribuir nosotros mismos o para apoyar a quienes dedican al menos parte de su tiempo en esto.
El versículo 21 menciona un aspecto de la enseñanza del apóstol; testificó, tanto a los judíos como a los gentiles, acerca del “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”. Todo pecador que se arrepiente debe primero dirigir su mirada hacia Aquel quien llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero (1 Pedro 2:24). El arrepentimiento implica el sentimiento de indignidad y la confesión de nuestros pecados, por los que el Salvador sufrió tanto.
Las circunstancias personales de Pablo (v. 22-24)
Pablo se propuso ir a Roma, pero pasando por Jerusalén, lo cual fue un gran desvío (véase Romanos 15:23-28). Sin embargo, parece que no recibió una orden específica del Señor en este sentido; dejó que su corazón hablara. Él irá a Jerusalén, pero como un prisionero continuará su viaje a Roma.
Pablo no buscaba su propia gloria, no se apartaba del sufrimiento y no temía a la muerte. Pero el Espíritu Santo le daba testimonio de ciudad en ciudad que prisiones y tribulaciones lo esperaban en el camino que había decidido tomar (v. 23). En el capítulo 13, el Espíritu Santo dijo sobre él en el momento de su llamamiento: “Apartadme a Bernabé y a Saulo (que se convertirá en Pablo) para la obra a que los he llamado” (v. 2). Y en el capítulo 16 vemos que el Espíritu dirige a Pablo y sus compañeros en el camino preparado para ellos (v. 6-10).
Satanás hablando de Job dijo: “Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida” (Job 2:4). Pero el apóstol se declara dispuesto a sacrificar su vida. Lo que tiene ante él es acabar su “carrera” y el ministerio que ha recibido del Señor Jesús (v. 24). La carrera no es simplemente la vida; es un viaje moral. El Señor quiere separarnos de las cosas de este mundo. Un creyente que busca aumentar sus posesiones en la tierra, que ejerce todos sus esfuerzos por las cosas terrenales, probablemente no ha dado el primer paso en tal carrera. De Juan el Bautista, a pesar de su juventud, se puede decir que “terminó su carrera” (Hechos 13:25). Él fue lleno de Aquel a quien anunció. Moralmente, cortó con las cosas de este mundo. ¿Qué hay de nosotros? Examinemos nuestros caminos a la luz de Dios.
El apóstol concluye este versículo 24 recordando que su ministerio fue “dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”.
Aliento para cuidar de la Iglesia (v. 25-31)
Pablo pasó entre los creyentes de Éfeso predicando el reino de Dios, es decir, Cristo como Señor. La Iglesia forma parte del reino, pero no debe confundirse con él; ella es la esposa del Rey. Este reino existe hoy en misterio. Mientras se espera su realización pública, el reino de Dios ya es actual para el creyente en un sentido práctico “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
El apóstol anuncia a los ancianos de Éfeso que ya no verán más su rostro, y agrega: “Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos” (v. 26). Ya había usado una frase similar en el capítulo 18, en respuesta a la oposición de los judíos, y les anunció que desde entonces iría a los gentiles (v. 6). Expresa que su responsabilidad hacia sus auditores es completamente liberada. Su predicación en Éfeso fue absolutamente completa. Él les habló sobre el “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (20:21), “el evangelio de la gracia de Dios” (v. 24), el “reino de Dios” (v. 25), y no ha “rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (v. 27), especialmente lo que se relaciona con la Iglesia, el “misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas” (Efesios 3:9).
Dios ha querido tener en su presencia hombres salvos y perfectos, pero su consejo fue ante todo en vista de la gloria de Cristo. El Enviado del Padre lo glorificó plenamente en la tierra, y su obra perfecta nos ha hecho adoradores.
Luego, Pablo dirige a los ancianos algunas exhortaciones (v. 28). Primero, deben mirar a sí mismos: tener una conducta cuidadosa y practicar la verdad para poder enseñarla. Entonces deben cuidar de todo el rebaño y proveer su alimento; tendrán en el corazón la salud espiritual de los hijos de Dios. Además, deben vigilar (v. 31), estar constantemente en guardia para poder apagar, con el escudo de la fe, los dardos de fuego del maligno (Efesios 6:16).
Las palabras “obispos” y “anciano” designan el mismo cargo. Establecidos por el Espíritu Santo, los que supervisan, deben pastorear el rebaño de Dios que está con ellos, es decir, las ovejas particularmente confiadas a su cuidado. Como dice Pedro en su primera epístola, no deben actuar por fuerza o ganancia deshonesta, ni como teniendo señorío sobre los que están a su cuidado, sino siendo ejemplos de la grey (1 Pedro 5:1-3).
Bien alimentadas, las ovejas no serán presa fácil para los “lobos” que aparecerán. La palabra “rebaño” (v. 29) se enfoca en nuestra debilidad. Pero los creyentes constituyen “la iglesia del Señor (o “de Dios”, como dicen algunas versiones), la cual él ganó por su propia sangre” (v. 28). Como tal, ella es el objeto del favor y del cuidado vigilante del Padre y del Hijo.
En el versículo 29, el apóstol habla como profeta. Él sabe de antemano lo que sucederá después de su partida. “Entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño; y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas”. Satanás se disfraza como un ángel de luz (2 Corintios 11:14). No nos dejemos engañar por los falsos maestros; pidámosle humildemente a Dios que nos ayude a distinguirlos (Romanos 16:17-18).
Nunca se habla en las Escrituras de una sucesión de los apóstoles. Estos pusieron el fundamento, Jesucristo (1 Corintios 3:10). Y Pablo exhorta a los fieles a velar personalmente. Durante tres años, no había dejado de advertir a cada uno de ellos, noche y día, con lágrimas. ¿Mostramos un poco de la misma devoción?
Los instrumentos de Satanás a veces pueden entrar en medio del rebaño (v. 29). Pero también pueden surgir de entre las ovejas (v. 30; véase 1 Juan 2:19). Buscan arrastrar discípulos tras de sí (v. 30). Su ambición es convertirse ellos mismos en centros de reunión. Antes había falsos profetas en Israel, y hoy en día hay en medio de los cristianos “falsos hermanos” (Gálatas 2:4) y “falsos maestros” (2 Pedro 2:1-2).
A través de ellos, Dios prueba a su pueblo (véase Deuteronomio 13:3). Cuando una tal prueba viene hacia nosotros, ¿manifiesta que amamos al Señor?
El recuerdo de los recursos infalibles de la gracia de Dios (v. 32-35)
Pablo ahora presentará los recursos divinos que permanecen a pesar de la incesante actividad del Enemigo para tratar de arruinar lo que Dios ha establecido. Encomienda a todos los seres queridos, ya sean de Éfeso o de otro lugar, “a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (v. 32).
Si el Enemigo está activo, ¡descansemos seguros de que Dios es más poderoso que él! Cristo triunfó sobre él en el desierto y definitivamente en la cruz. La Palabra de Dios, que por gracia está siempre en nuestras manos, es viva, eficaz y penetrante (Hebreos 4:12). Nos ayuda a combatir. Si nuestra alma está cansada, ella la sostendrá. Tiene el poder de edificarnos y salvarnos, de día en día, hasta el fin de nuestra carrera.
El apóstol ya ha dejado trazado los aspectos importantes de su ministerio. Ahora afirma que no ha codiciado “ni plata ni oro ni vestido de nadie” (v. 33). Teniendo solo motivos desinteresados, nunca deseó nada ni buscó bienes materiales. Por el contrario, se dedicó a presentar el Evangelio “gratuitamente” (1 Corintios 9:18), trabajando con sus propias manos para sus necesidades personales y las de aquellos que estaban con él. Mostró que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados (v. 35).
A veces parece desafortunado que un siervo dotado pase parte de su tiempo —un tiempo corto y precioso— trabajando en “hacer tiendas” (Hechos 18:3), en lugar de dedicar todo su tiempo a servir al Señor en el Evangelio. Tengamos cuidado de no poner bozal al buey que trilla (1 Corintios 9:9); es nuestra responsabilidad para con estos siervos. Recordemos el ejemplo de nuestro Modelo. Nuestro Maestro trabajó humildemente como carpintero hasta que cumplió los treinta años, antes de comenzar un ministerio corto e intenso de aproximadamente tres años y medio, que debía terminar en la cruz.
Podemos hacer un paralelo entre las palabras de Pablo aquí y las del profeta Samuel hacia el final de su ministerio en Israel (1 Samuel 12:3-5). Ambos se han esforzado en velar por su conducta, y pueden, con buena conciencia, poner sus vidas ante los ojos de sus hermanos.
Una palabra del Señor mismo, desconocida hasta ahora, es citada por el apóstol: “Más bienaventurado es dar que recibir” (v. 35). Verdadera para con las posesiones materiales, esta palabra también es veraz en el sentido espiritual. Aferrémosla en nuestro corazón. Cualquiera que sea el don que se les haya confiado, el Señor mira los motivos que hacen que sus redimidos actúen. Imitemos a Aquel que dio todo para glorificar a su Padre y comprarnos por precio (1 Corintios 6:20).
El apóstol acaba de dar las últimas recomendaciones antes de su partida. Se arrodilla y ora con todos ellos (v. 36). Extremadamente conmovidos, lo besan y hay gran llanto de todos. ¡Han recibido tanto por medio suyo durante estos tres años!
Esta historia de la despedida del apóstol ha quedado para nuestra instrucción y consuelo. Recordemos el ejemplo que nos da, guardemos en nuestros corazones las advertencias que nos dispensa y permanezcamos, como Pablo, con los ojos puestos en el Señor.