“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.
Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor;
así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.”
(Juan 15:9-10)
Antes de que el Señor Jesús encargara a sus discípulos de amarse el uno al otro y de dar testimonio de Él en el mundo, les ordenó: “Permaneced en mi amor”. Este es el punto de partida de cualquier crecimiento en la fe y actividad espiritual.
Tomemos aquí un ejemplo de la agricultura: Un campesino tiene en su granja miles de pollitos que van a crecer por nueve semanas hasta llegar a ser pollos. Mientras están muy pequeños, suspende lámparas en el gallinero para calentar a los pollitos como si estuvieran en un nido. Los animalitos se agolpan debajo de las lámparas, porque desean tener el mayor calor posible.
¿No es esto una impresionante ilustración? En la medida en que nos exponemos a los rayos del amor de nuestro Señor se nos calienta el corazón para Él y se atiza nuestra fe. Él mismo nos declara como esto sucede en nuestro andar diario: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”. El Señor Jesús nos ama a todos. Pero solo por nuestra obediencia permanecemos bajo los rayos de su amor. Si seguimos un camino de propia voluntad y no obedecemos a la Palabra de Dios, nuestro ser interior se aleja de Él. Su amor ya no nos conmueve y nuestra vida cristiana no tiene gozo. ¡Qué lástima!
Es mucho mejor seguir el ejemplo del Señor Jesús. Durante su vida en la tierra siempre obedecía al Padre y por esto disfrutaba sin límites de su amor.