Estos versículos nos presentan las siete exhortaciones finales de la epístola. Nunca han sido más útiles y reconfortantes que en los días en que vivimos. El tiempo de la gracia está llegando a su fin, y nos enfrentamos con todo tipo de males, interiores y exteriores. Para ayudarnos a soportar estas pruebas, tenemos estas exhortaciones. Si las tomamos en serio y las ponemos en práctica, nos elevarán por encima de las dificultades del camino y nos guiarán a través de nuestras pruebas.
1) Estad firmes en el Señor (v. 1)
Esta primera exhortación pone ante nosotros nuestro gran recurso en presencia de todo lo que nos es contrario. Cuando escribió esto, el apóstol Pablo estaba en prisión. Dentro del círculo cristiano, fue atacado por hombres celosos de él, que anunciaron a Cristo por envidia y con un espíritu de contienda, pensando “añadir aflicción” contra él (1:15-17). Afuera, los enemigos querían su muerte.
Sin embargo, el apóstol no está desanimado ni vencido por la adversidad. ¿Buscan los cristianos profesantes aumentar sus aflicciones predicando por envidia? Puede gozarse de que al menos Cristo sea anunciado. ¿Quieren los adversarios que pierda su vida? De ninguna manera está aterrorizado.
¿Qué lo apoyó? ¿Qué lo hizo ser capaz de permanecer firme ante tales dificultades? Puso toda su confianza en el Señor; estaba firme en el Señor. Habiendo experimentado por sí mismo el apoyo de Su gracia y poder, puede dar esta exhortación a los creyentes de todas las edades.
Los que se oponen afuera, la envidia, los argumentos y la contención de los de adentro, todavía existen hoy, y aún más marcadamente que en los días del apóstol. Y la exhortación permanece: “Estad… firmes en el Señor”.
No podemos estar firmes por nuestra propia fuerza, nuestro conocimiento o sabiduría. Es por la fuerza de nuestro Señor, el que está “exaltado hasta lo sumo” sobre todo. Él tiene el poder de “sujetar a sí mismo todas las cosas” (2:9; 3:21). Así es como se pueden anular los esfuerzos del enemigo para dispersar y dividir al pueblo de Dios.
2) Sean de un mismo sentir en el Señor (v. 2)
No hay nada que sea más doloroso para el corazón y que debilite más el testimonio del pueblo de Dios que las diferencias entre quienes forman parte de él. Al comienzo del capítulo 2, el apóstol ya dio una exhortación sobre este tema (v. 1-4). Menciona la “contienda” con la “vanagloria”. Ya en presencia del Señor en la tierra, hubo una disputa entre los discípulos “sobre quién de ellos sería el mayor” (Lucas 22:24). Asimismo, en los días del apóstol, hubo altercados resultantes de la búsqueda de vanagloria; algunos querían ser grandes entre sus hermanos. Y hoy, la mayoría de las disputas y divisiones que tuvieron lugar en el pueblo de Dios pueden reducirse a la misma causa: el deseo de ser el mayor.
El que busca la vanagloria es alguien envidioso, celoso de todos aquellos que son más espirituales o más dotados que él. Ahora “celos amargos y contención” conducen a la “perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3:14-16).
¿Cómo podemos ser de un mismo sentir en el Señor? El apóstol deja en claro que esto solo puede suceder si actuamos “con humildad” (2:2-3). Y para que tengamos humildad, él nos dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (v. 5). Fue la humildad lo que lo llevó a despojarse a sí mismo para servir a otros en amor. Al «yo» le gusta que lo sirvan, y tiene un sentimiento de grandeza cuando es servido por otros. Pero al amor le gusta servir.
Si cada uno de nosotros se olvida de sí mismo, deja de buscar su propia gloria y solo busca servir a los demás con amor, siguiendo el ejemplo de humildad de Cristo, todos tendremos el pensamiento del Señor, y así “un mismo sentir en el Señor”.
3) Regocijaos en el Señor siempre (v. 4)
El apóstol ya ha señalado que hay cristianos caracterizados por la envidia y un espíritu de contienda (1:15). Algunos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús (2:21). Algunos incluso andan de tal manera que son enemigos de la cruz de Cristo (3:18).
Estas cosas todavía existen entre el pueblo de Dios y bien pueden causarnos dolor y lágrimas, como lo hicieron en el apóstol.
Sin embargo, Pablo no se detiene allí. Él no solo mira a su alrededor para ver las fallas de los creyentes; él también pone la mira en las cosas de arriba para ver la gloria de Jesús. Ve a Cristo en gloria, y el premio del supremo llamamiento (3:14). Ve que Dios nos ha llamado a estar con Cristo, y a ser semejantes a Cristo en gloria. Ve el final feliz de nuestra peregrinación aquí abajo, con todas sus penas y defectos. Al considerar este glorioso final, olvida ciertamente lo que queda atrás, y se extiende a lo que está delante (3:13).
Su atención no está solo en Cristo en gloria, sino también en la venida del Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra en un cuerpo glorioso (3:21). Mirar a su alrededor puede hacerlo llorar, pero poner la mira hacia arriba y adelante lo llena de gozo. Por eso puede exhortarnos a regocijarnos siempre en el Señor.
No podemos regocijarnos en nosotros mismos, en nuestro servicio o en nuestro caminar. No siempre podemos regocijarnos en nuestras circunstancias o en los creyentes. Por otro lado, al tener ante nosotros a Cristo que vive en el cielo y su venida para introducirnos allí, siempre podemos regocijarnos “en el Señor”.
4) Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca (v. 5)
Solo teniendo al Señor delante de nosotros, de acuerdo con las tres primeras exhortaciones, podremos poner en práctica la cuarta. Esta llama nuestra atención sobre el carácter de gentileza que debemos tener, y que todos los hombres deben ver y reconocer. En asuntos de la tierra, a menudo somos conocidos por nuestra gran confianza, por nuestras fuertes opiniones, a veces incluso por la violencia de nuestras palabras. Si nuestros pensamientos están puestos en las cosas de arriba, no buscaremos afirmar opiniones sobre lo terrenal. En cuanto a ellas, es mejor que se las dejemos a otros y que seamos reticentes a expresar una opinión.
Ya sea en el plano terrenal o en el de las cosas de arriba, tengamos a pecho de llevar este magnífico carácter de Cristo: “la mansedumbre y ternura” (2 Corintios 10:1). Tengamos cuidado de no ser arrastrados a discusiones con aquellos que se oponen, porque “el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos” (2 Timoteo 2:24). Es más importante manifestar los caracteres de Cristo que afirmar nuestras opiniones, incluso si son correctas, o defendernos, incluso si se nos acusa injustamente. Los hombres pueden oponerse a nuestras opiniones, nuestras afirmaciones o nuestra violencia. ¿Pero quién podría resistirse a nuestra gentileza?
Para alentarnos a ser gentiles, el apóstol nos recuerda que “el Señor está cerca”. No estamos llamados a tratar de volver a poner el mundo en orden. La venida del Señor está cerca, y cuando él venga, pondrá todo en su lugar.
También podemos decir, en otro sentido, que el Señor está constantemente cerca de nosotros, incluso si nuestro aprecio de su presencia es demasiado pequeño. Él escucha y ve todo lo que decimos y hacemos. Cuántas palabras duras o inapropiadas hemos expresado sin pensar bien, cuando nunca habrían salido de nuestra boca si hubiéramos recordado la presencia del Señor.
Los discípulos habían reprendido a las madres que trajeron a sus niños a Jesús. El Señor, con toda su gentileza, les dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis” (Mateo 19:14). En otro momento, en su indignación ante los samaritanos que se habían negado a recibir al Señor, los discípulos querían mandar fuego del cielo para consumirlos. Pero el Señor, lleno de gentileza, no pronunció una palabra contra los que lo rechazaron, sino que se fue pacíficamente a otra aldea.
Siempre hablemos y actuemos así, como “los mansos de la tierra” (Salmo 35:20), de modo que, si el mundo nos nota, sea por nuestra gentileza.
5) Por nada estéis afanosos (v. 6)
Esta exhortación se relaciona con las circunstancias de la vida. El apóstol es muy consciente de que, en un mundo de tristeza, necesidad y dolor, tenemos muchas pruebas que enfrentar y cargas que soportar. Pero él no quiere que todo nos aplaste el corazón. Él mismo escribe desde una prisión. Estaba necesitado. Uno de sus compañeros sufrió una enfermedad de tal manera que estuvo a punto de morir. Sin embargo, en cada una de esas circunstancias dolorosas, el Señor lo mantuvo por encima de toda preocupación. Por eso puede decir a los demás: “Por nada estéis afanosos”.
Es posible que tengamos que enfrentar pruebas en nuestra familia, en nuestro trabajo o incluso entre el pueblo de Dios. Muchas cosas pueden causar tristeza: enfermedad, falta de lo necesario, también la actitud de nuestros hermanos y hermanas. Y puede ser una carga muy pesada para nosotros que invade nuestra mente y sigue regresando.
¿Dónde encontrar descanso? ¿Es posible no preocuparse de nada? El apóstol nos revela los medios para ser librados, quizás no de la prueba en sí, sino de la carga de la prueba, para que nuestras mentes ya no estén superadas por la preocupación y la ansiedad. Él escribe: “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (v. 6). Solo entonces encontraremos descanso. “En toda oración y ruego”: cualquiera que sea la prueba, grande o pequeña, compártala con Dios en oración. Dígale libremente lo que quiere: “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios”. Estas peticiones pueden no estar exactamente de acuerdo con el pensamiento de Dios, no ser para nuestro bien, o incluso carecer de sabiduría. Sin embargo, podemos decirle a Dios todo lo que hay en nuestros corazones.
¿Cuál será el resultado de eso? ¿Accederá Dios a todas nuestras peticiones? ¿Eliminará necesariamente la prueba? Tal vez él vea que no sería para nuestro bien responder exactamente a nuestra solicitud o eliminar la prueba. Cualquier cosa que haga con respecto a la prueba en sí, actuará para nuestro bien, en su perfecta sabiduría y amor. Y lo que ciertamente hará es aliviar nuestros corazones de la carga que constituye esta prueba. Si derramamos nuestro corazón delante de él, él derramará su paz allí, “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (v. 7).
Así es como, en los días de antaño, Ana había encontrado la paz. En su dolorosa prueba, ella “derramó su alma delante de Jehová” (1 Samuel 1:15). ¿Cuál fue el resultado? “Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste” (v. 18). En ese momento, su situación no había cambiado. Más tarde, Dios hizo un cambio en las circunstancias de Ana, pero primero muestra que Él tiene el poder de cambiar a Ana. La aflicción de su corazón y la amargura de su alma se transformaron en una gran paz, la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, después de haber expuesto sus peticiones delante de Dios.
6) En esto pensad (v. 8)
Regocijándonos en el Señor, librados de nuestras preocupaciones, podemos disfrutar pacíficamente de “todo lo que es verdadero… puro... de buen nombre”.
En el mundo que está lejos de Dios, estamos permanentemente frente al mal. Él está en nosotros y a nuestro alrededor. Nos ataca por todos lados. A veces tenemos que lidiar con eso, ya sea en nosotros o en otros. Pero en cualquier caso, estar ocupados con el mal contamina nuestras mentes. Y ¡por desgracia! hay una tendencia dentro de nosotros a mirar el mal innecesariamente, o estar demasiado ocupados luchando contra él.
Dios desea que encontremos placer en lo que es verdadero, honesto, justo y puro. La carne en nosotros siempre está lista para escuchar murmuraciones, palabras perniciosas, cosas malas y censurables. Por eso el apóstol nos exhorta a pensar en lo bueno. Y si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza en nuestro hermano, ¡en esto pensemos!
7) Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced y el Dios de paz estará con vosotros (v. 9)
Pensar en lo puro prepara el camino para una vida práctica según Dios. Pensar bien nos lleva a actuar bien. Después de exhortar a los filipenses en lo que deberían pensar, el apóstol les habla sobre su andar. Y él les dijo: “Lo que… visteis en mí, esto haced”.
No es suficiente haber aprendido y recibido la verdad a través de los escritos del apóstol, o haberla oído de su boca y visto en su andar. Lo que hemos aprendido, recibido, oído y visto debe llevarse a la práctica en nuestras vidas. Necesitamos ser hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores (Santiago 1:22).
Si pensamos en lo puro y nuestra vida está de acuerdo con la verdad, si pensamos y actuamos correctamente, no solo la paz de Dios guardará nuestros corazones, sino que el Dios de paz estará con nosotros.
En todas estas exhortaciones, no hay nada que no pueda lograr el creyente más simple y más joven, por el poder del Espíritu Santo. Ninguna de estas cosas requiere un don o capacidad intelectual especiales. Constituyen la esencia misma de la vida cristiana práctica. Y son tan aplicables en estos días difíciles del fin como en los primeros días de la Iglesia, que estuvieron marcados por la frescura y el poder del Espíritu.