Es un tema de orden práctico sobre el que deseamos llamar la atención de los padres cristianos, ya que a nuestra vez estamos personalmente ejercitados en cuanto a nuestros propios deberes. Nuestro deseo es que el Señor nos guie para responder con más fidelidad a lo que él espera de nosotros en el ambiente del hogar.
En Proverbios 22:6 leemos: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. Todos los que velan por almas tiernas deben estar atentos a esta exhortación divina. En Deuteronomio 6:6-7, también dice Dios: “Y estas palabras que yo te mando hoy... las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa”.
Más que de la obligación de criar a nuestros hijos bajo la “disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4), se trata de la formación misma de sus inteligencias espirituales, de la educación de sus tiernos corazones según Dios. Ésta es la instrucción saludable que había recibido, desde la niñez, el joven Timoteo, a quien el Señor después le permitió que caminara siguiendo el piadoso ejemplo y las pisadas de su madre y de su abuela.
Desgraciadamente, ¿no podemos decir que son deberes hoy más descuidados que nunca? Y, sin embargo, ¿no es uno de los deberes paternales y maternales más imperiosos y dulces? ¡Cuánta inquietud nos inspira la salud física de nuestros hijos! ¡Pero cuán poco pensamos en su crecimiento espiritual! ¡Cuántas preocupaciones nos causa su futuro terrenal! ¿Consideramos su destino eterno ante todo?
Es un error demasiado común dejar la responsabilidad de esta educación de sus almas tiernas a los hermanos que enseñan en las escuelas dominicales. El trabajo de ellos es precioso, por cierto; se ven sus hermosos frutos, gracias al Señor. Pero a todos los padres cristianos les dice Dios: “Y hablarás de ellas estando en tu casa...” (Deuteronomio 6:7; 11:19).
La lectura de la Palabra en familia ¿es hecha regular y diariamente en nuestros hogares? ¿Están presentes nuestros hijos? ¿En qué medida pueden ellos comprenderla?
¡Ah, cuántas cosas se presentan como impedimentos para perseverar en este servicio, pese a ser uno de los más bendecidos! Cuántas dificultades hay que vencer, pequeñas y grandes (¡sobre todo pequeñas!) para lograr que cada día toda la familia esté reunida alrededor de la Palabra del Señor y bajo Su mirada. ¿No se junta la familia muchas veces para las comidas necesarias al cuerpo? ¿Es realmente imposible reunirla al menos una vez, y sobre todo por la mañana, para alimentar los corazones y edificar las almas? Por cierto, para que todos los hijos estén presentes, se necesitará un esfuerzo continuo, y la madre, particularmente, tendrá que velar sobre muchos detalles para alcanzar esta meta. Pero si los padres cristianos comprenden toda la importancia de este servicio y perseveran en él, el hábito se formara y se conservará, con la ayuda del Señor.
Pero ¿de qué se tratará esta lectura? ¿Un capítulo tomado por aquí y por allá, sin orden? Hay una bendición particular en una continuidad pacientemente llevada a través de todo el Santo Libro.
Luego hay que cautivar la atención que muchas veces falta. Y tal vez el método —que algunos juzgan desusado y que, sin embargo, es tan eficaz— del versículo o párrafo leído por turno debería ser considerado, pues obliga a todos los espíritus a estar atentos.
Una pequeña explicación del texto es también necesaria. Un procedimiento practico es añadir la lectura de obras o tratados que nos ofrecen útiles comentarios de la Palabra. ¡Seamos agradecidos al Señor de poseer esta literatura! ¡Ojala la leamos mas! Pero esto no parece ser siempre el mejor medio para grabar las lecciones divinas en corazones tiernos. Nada les resultará mejor que algunas reflexiones que estén a su alcance. Nos aseguraremos, por medio de dos o tres preguntas, que las instrucciones de la víspera no estén ya olvidadas; pacientemente, se sembrará de nuevo...
Esto necesitará tal vez una preparación personal del jefe de familia; pero todo lo que Dios pone en nuestros corazones ¿acaso no es siempre provechoso? Nos alimentaremos a nosotros mismos para dar a nuestros hijos algo de lo que recibamos del Señor. Todo esto será un ejercicio precioso, en verdad, que traerá refrigerio y bendición, no sólo a la familia, sino seguramente también a la iglesia.
Lamentablemente muchas deserciones entre los hijos de Dios, a quienes el mundo y las cosas del mundo cautivan, absorben y desvían del camino angosto que lleva a la vida. Pero lamentar no es suficiente. Es necesario actuar, y sobre todo orar. ¿Hemos estado y estamos suficientemente en la brecha por nuestros queridos hijos? Dios anima y recompensa la fidelidad con esta preciosa promesa: “Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Y todos conocemos muchas respuestas recibidas por gracia a las oraciones fervientes y los cuidados perseverantes de padres cristianos en favor de sus hijos.
Tengamos, pues, siempre más conciencia de nuestra responsabilidad y de nuestros deberes ante el Señor. ¡Qué cuadro solemne el de una familia visitada por la disciplina de Dios, como aquella de Elí el sacerdote, incapaz de reprimir el mal en sus hijos: ¡“El no los ha estorbado”! (1 Samuel 3:13). Pero ¡qué santa emulación en torno al piadoso y perseverante Caleb! ¡Qué valor en el combate! ¿Qué sed de bendiciones cada vez mayores! ¿Qué celo por el pueblo de Dios! (Jueces 1:12-15; 3:10-11).
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9). Que Dios nos anime en la obra que Él se complace en confiarnos, trabajo de amor para nuestros queridos hijos, con obediencia a Él y con fidelidad a su Palabra.