“Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.”
El Señor Jesús predijo esta maravillosa realidad en su conversación con Natanael (Juan 1:51). Después de su muerte en la cruz del Gólgota, el velo del templo se rasgó en dos por una mano invisible, divina. Desde ese momento el cielo está abierto para los redimidos. Por la fe miran a lo alto y ven a Jesús, coronado de gloria y de honra (Hebreos 2:9).
Esteban es elegido por el Señor para manifestar de una manera llamativa la oposición continua del pueblo de Israel a Dios y a los profetas. Califica a los jefes religiosos de entregadores y matadores del Justo. Testifica delante del concilio que este Justo es el Hijo del Hombre y que está glorificado a la diestra de Dios. Por dar ese testimonio, Esteban es apedreado. Acusado ante ese mismo concilio, el Señor Jesús había declarado que era el Hijo del Hombre y que pronto estaría sentado a la diestra del poder de Dios (Mateo 26:64). Por haber dado ese testimonio, Jesús fue crucificado.
“El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20). Esteban es el primer mártir cristiano. Innumerables testigos fieles lo siguieron y dejaron sus vidas por haber confesado al Señor Jesús. Fueron muertos a filo de espada, echados a las fieras, empujados abajo desde altas rocas o quemados en hogueras. La palabra del Señor se cumplió muchas veces.
Por haber dado muerte al Señor y por el rechazo de los discursos de Pedro, los jefes religiosos que escuchan a Esteban ya no pueden desviarse de su camino sin perder el control. Sus corazones, tan endurecidos por la desobediencia a la Palabra de Dios, ya no quieren volver hacia atrás. Son capaces de seguir la argumentación de Esteban pero no están listos a vivir un arrepentimiento según Dios. Convencidos por la verdad y tocados en su conciencia no pueden responder a las palabras de Esteban; solo pueden crujir los dientes contra él. Sus planes asesinos son puestos a luz de manera salvaje y lúgubre.
A pesar de la oposición de esos hombres al Espíritu de Dios, Esteban, lleno del Espíritu Santo, termina su testimonio teniendo puestos los ojos en el cielo. En ese momento ve, con sus propios ojos, la gloria de Dios en el cielo. Es la gloria de la gracia de Dios que los ángeles aclamaron con gritos de alegría cuando nació el Señor. Además, Esteban ve al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Elevado por encima de las circunstancias terrenales y teniendo la gloria celestial delante de los ojos, Esteban es el testigo de la gracia ofrecida una vez más al conjunto del pueblo de Israel: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está de pie a la diestra de Dios” (Hechos 7:56 V.M.). La validez de esta oferta de gracia les es asegurada por el hecho que el Señor está de pie a la derecha Dios. Está dispuesto a manifestar inmediatamente la gracia a su pueblo.
Sin embargo se tapan los oídos y arremeten a una contra ese testigo. Como lo hicieron unas semanas antes con su Señor, echan a Esteban fuera de la ciudad. Allí lo apedrean. Bajo la lluvia de piedras que lo alcanza, él invoca y dice: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Y puesto de rodillas sigue orando: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. ¡Cuán de cerca sigue a su Maestro pronunciando estas dos oraciones! El cielo está siempre abierto para los creyentes en el tiempo de la gracia. Con los ojos del corazón ven a Jesús coronado de gloria y de honra. A través del cielo abierto la gracia y la misericordia de nuestro gran Sumo Sacerdote nos alcanzan en nuestras debilidades y situaciones difíciles. Como santos sacerdotes entramos por el cielo abierto a la presencia de Dios para ofrecer sacrificio de alabanza y acciones de gracias. De igual manera, nos acercamos al trono de la gracia para presentar nuestras peticiones y para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:16).