“Bendito el varón que confía en Jehová,
y cuya confianza es Jehová.
Porque será como el árbol plantado junto a las aguas,
que junto a la corriente echará sus raíces,
y no verá cuando viene el calor,
sino que su hoja estará verde;
y en el año de sequía no se fatigará,
ni dejará de dar fruto.”
(Jeremías 17:7-8)
La importancia de las raíces
Si preguntamos cuál es la parte más importante de un árbol, recibiremos diferentes respuestas. Algunos indicarán el porte imponente, la protección o la sombra que ofrece; otros pondrán el acento sobre su fruto. Pero según la Biblia la parte más importante del árbol son las raíces, la parte invisible.
Las raíces tienen dos funciones esenciales: dan al árbol su anclaje y solidez, y aseguran su nutrición. Son funciones vitales para el crecimiento y la fertilidad.
Confiar en un Dios que nos ama
Estos versículos nos hablan de confiar en Dios. Es más que creer. Creer a alguien significa «tener por verdadero» lo que dice. Confiar, implica además de sentir su buena disposición hacia mí, que desea mi bien, que me ama. Y porque es así, pongo mi confianza en él (la persona a quien creo). ¡Cuántas razones tenemos para confiar en nuestro Dios! En la cruz, nos mostró de manera maravillosa que nos ama y desea nuestro bien.
El Espíritu Santo utiliza aquí la comparación con un árbol para hablarnos de un hombre que confía en Dios y cuya confianza es Jehová; esta última expresión evoca un estado habitual.
Muchos creyentes que tienen una larga vida cristiana pueden confirmarlo: la confianza en el Señor Jesús y en nuestro Padre celestial es de importancia primordial, tanto para nuestra vida personal como para la vida colectiva. Tener constantemente la certeza de que Dios quiere nuestro bien, que nos ama y nos es favorable ¿no es lo que necesitamos especialmente en los días de incertidumbre, de preocupación o angustia?
Plantado junto a las aguas
La comparación con el árbol muestra claramente de donde proviene la confianza en el Señor, y lo que ella produce. Hay una relación entre las raíces, el agua y el estado de salud del árbol, un estado que no se altera cuando viene la prueba. En esta comparación, el agua o el arroyo es una figura de la Palabra de Dios.
Aquel que acude a Dios y que acepta por la fe al Señor Jesús como su Salvador personal ha sido, por así decirlo, “plantado junto a las aguas”. La Palabra de Dios actuó en su corazón y lo condujo a la fe en el Redentor. Es lo que Dios produjo en su infinita gracia.
Hecha sus raíces junto a la corriente
Pero el árbol no solamente fue plantado junto a las aguas, él hace algo: extiende sus raíces hacia la corriente. El que es convertido no se conforma con saber que es nacido de nuevo; sino que también lee con asiduidad la Palabra de Dios, la toma para dirigir su vida entera. Viene a ser su línea directriz.
Por un lado, la Palabra de Dios es el fundamento de la fe, es como el terreno de anclaje de las raíces del árbol, un apoyo seguro en los días de tempestad. Aunque vengan ataques del exterior o dudas desde el interior, es de la Palabra que recibimos la estabilidad para nuestra vida diaria con el Señor.
Pero ella no procura solamente un buen anclaje y solidez. En la Palabra de Dios también podemos tomar el alimento cotidiano para el hombre interior, así como el árbol toma el agua por sus raíces (compárese con Colosenses 2:7). Esta Palabra fortalece nuestra confianza en Dios, la hace más fuerte. Ella nos endereza, nos levanta, cuando vienen el miedo y las preocupaciones, cuando las situaciones que atravesamos nos sobrepasan. Por su lectura, nuestra confianza en Dios y nuestro arraigo al Señor Jesús crecen continuamente.
No es algo que se adquiere definitivamente. Es necesario que diariamente nutramos y fortalezcamos nuestra confianza en el Señor por la lectura y la meditación de la Palabra de Dios.
El crecimiento escondido viene a ser visible
Así como no se ve el crecimiento de las raíces de un árbol, el arraigo de la confianza en Dios es, en sí mismo, un proceso que escapa a la vista humana. Pero los efectos y las consecuencias son bien visibles. Es como para el árbol en los tiempos de prueba:
- no siente cuando viene el calor;
- su hoja queda verde;
- en la sequía, no se fatiga;
- no deja de dar fruto.
No tiene miedo, ni siquiera del gran calor
El calor evoca las pruebas que nos hacen sufrir. Pero en tales situaciones, la Palabra fortalece nuestra confianza diciéndonos: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13). ¡Cuán a menudo encontramos en la Palabra el alentador llamamiento: “No temáis”! Nuestro Señor nos dice, como dijo José a sus hermanos, consolándolos y hablándoles al corazón: “No tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos” (Génesis 50:21). No tenemos por qué tener miedo, porque ¡el Todopoderoso que nos ama está a nuestro lado!
Un testimonio constante para el Señor
El follaje del árbol, lo que se ve de lejos, es una imagen del testimonio del cristiano. ¡Cuántas enseñanzas prácticas encontramos en la Palabra de Dios para guiarnos y estimularnos a ser testigos para el Señor! Con la confianza en él, podemos andar en el camino que nos trazó y ser sus testigos. Un follaje verde permite estimar el estado de salud de un árbol. ¿Demuestran nuestra vida y testimonio para el Señor que tenemos buenas “raíces”?
En la sequía, la confianza no se fatiga
Cuando no hay lluvia durante mucho tiempo, todo se seca en la naturaleza. El más grande o hermoso árbol no resiste si no puede echar sus raíces junto al agua. Si le falta agua, varias de sus ramas se secarán y romperán en la próxima tormenta. Pero no será así con el creyente que busca cada día en la Palabra de Dios una fuerza nueva, y encuentra allí lo que fortalece su confianza en Dios.
También en nuestra vida hay tiempos de sequía, épocas en que las bendiciones exteriores y terrenales que Dios da pueden faltar; hay tal vez dificultades en el trabajo, preocupaciones por la educación de los hijos, problemas de salud, o amistades que se cortan... Pero el árbol queda inquebrantable. Evidentemente sentimos esas circunstancias y sufrimos por ellas, pero no deben debilitar nuestra confianza en Dios ni hacerla vacilar. La ración diaria necesaria de agua hace sobrevivir al árbol durante los períodos de sequía.
Frutos para Él
Lo más hermoso es para el fin. No importa lo que suceda, tempestad, calor, sequía: aquel que es plantado junto a las aguas no deja de dar fruto. El fruto en la vida del creyente es todo lo que, a través del Espíritu Santo, viene de la vida divina que hemos recibido, del Señor Jesús mismo. Y los frutos más preciosos son producidos por Dios cuando ve en nuestra vida y actitud algo que se asemeja a lo que vio en su Hijo durante su vida sobre la tierra.
Dar fruto constantemente
“No… dejará de dar fruto” es un gran aliento para todos los creyentes que llegan a la ancianidad. La actividad exterior y visible para el Señor disminuye a causa de que las fuerzas físicas se debilitan. Pero esto no significa que el árbol deja de dar fruto. Tal vez los frutos tengan una apariencia distinta de cuando eran jóvenes, pero habrá siempre fruto, fruto para nuestro Señor.
La ocasión de llevar fruto para Él, la tenemos ahora sobre la tierra. Utilicemos este tiempo que Dios nos concede.