“No te dejaré, si no me bendices.”
(Génesis 32:26)
Jacob había vivido en casa de su tío Labán por más de 20 años. Y ahora está en el camino de regreso a su casa. Una noche, al lado del río, Jacob hace una experiencia muy especial. Un varón lucha con él. Es Dios mismo quien se pone de frente en el camino. Cuando el varón ve que no puede con él, toca en el sitio del encaje del muslo de Jacob y lo descoyunta. A partir de este momento, Jacob queda cojo para el resto de su vida. Así tiene que acordarse siempre que no se puede conseguir la bendición de Dios por su propia fuerza.
Esta lucha misteriosa muestra que Dios a veces debe intervenir duramente, aun en nuestra vida. No lo hace para hacernos sufrir sin razón. Pero desea alcanzar un propósito en nosotros: En vez de actuar con nuestra propia fuerza y sabiduría debemos aprender a apoyarnos en Él.
Es profundamente conmovedor ver cómo Jacob se aferra a su Dios después de esta lucha. Ahora ya no tiene más que un solo deseo: “No te dejaré, si no me bendices”. Desea que este encuentro con Dios traiga ricas bendiciones para el resto de su vida.
Cuando estamos quebrantados interiormente como consecuencia de una intervención divina no nos queda más que un solo recurso: ¡aferrarnos con fe a nuestro Dios! Él nos asiste, cura nuestras heridas y en nuestra debilidad nos da su fuerza. ¡Hagamos lo mismo que hizo Jacob y pidámosle a Dios que nos dé una bendición! Él abrirá las ventanas de los cielos y nos dará su abundante gracia.