Al relatarnos hechos que sucedieron en un pasado lejano, Dios nos enseña y nos revela también sus designios para el futuro. A menudo los primeros son sombra de los segundos. Es interesante acercar los unos a los otros. Es así como el reino de Salomón prefigura, desde hace mucho tiempo ya, el reino milenario de Cristo. Pero el siervo no puede ser igual a su Señor, y las glorias del reino de Salomón palidecen ante el resplandor de la gloria que pertenece al Hijo de Dios.
La meditación sobre un tema que concierne las glorias de nuestro Señor es de una riqueza tan grande, que podemos abordarlo solamente de manera superficial, pero es suficiente para interesarnos aún más. Solo buscaremos algunos puntos de comparación.
Los dos reyes
Salomón fue un jefe notable, pero era solo hombre. Pidió y recibió la sabiduría para gobernar su pueblo, pero no supo gobernarse a sí mismo. En su vejez “hizo Salomón lo malo ante los ojos de Jehová” (1 Reyes 11:4, 6).
Al contrario, Cristo fue siempre el hombre perfecto, aprobado de Dios. Su vida fue un perfume excelente para Dios, plena satisfacción para su corazón.
Duración del reinado
Salomón reinó cuarenta años sobre Israel y el reinado de Cristo durará mil años. Los hombres, con excepción de los malos que serán cortados cada mañana, tendrán una longevidad semejante.
Después de la muerte de Salomón, su reino fue dividido a causa de su pecado y declinó con sus sucesores hasta la destrucción. Cristo, al final de los mil años, entregará el reino intacto a Dios el Padre (1 Corintios 15:24).
Extensión del reino
Cuando murió Josué quedaba aún “mucha tierra por poseer” (Josué 13:1). Salomón dominaba “sobre todos los reyes desde el Éufrates hasta la tierra de los filisteos, y hasta la frontera de Egipto” (2 Crónicas 9:26).
Pero el reino de Cristo se extenderá sobre toda la tierra. “Reyes serán tus ayos, y sus reinas tus nodrizas; con el rostro inclinado a tierra te adorarán, y lamerán el polvo de tus pies” (Isaías 49:23). Jerusalén será la capital del mundo: “Vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar a Jehová de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová... Diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros” (Zacarías 8:22-23).
Población del reino
Por el hecho de que Abraham no había rehusado su hijo a Dios, quien le pidió que lo ofreciera en holocausto, Dios le hizo esta promesa: “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar” (Génesis 22:17). Bajo el reino de Salomón, Judá e Israel eran numerosos como “la arena que está junto al mar” (1 Reyes 4:20). Esto era un cumplimiento parcial de la promesa hecha a Abraham: una gloria terrenal.
Pero bajo el reinado de Cristo se agregará una gloria celestial a esa gloria terrenal, figurada por las estrellas del cielo. Porque Cristo ejercerá su autoridad al mismo tiempo sobre la tierra y en el cielo. Así que habrá dos esferas distintas de bendición.
En la tierra, el Señor delegará su autoridad en un príncipe que actuará como virrey (Ezequiel 44:3; 46:2). El remanente fiel que habrá atravesado la gran tribulación y todos aquellos, judíos o gentiles que hayan aceptado el evangelio del reino gozarán de las bendiciones de ese glorioso reinado.
En el cielo estarán con Cristo todos los santos resucitados, transformados, glorificados y arrebatados en la venida del Señor. Además estarán todos los mártires que, desde ese momento hasta la aparición de Cristo, habrán dado sus vidas “por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios” (Apocalipsis 20:4); serán resucitados, glorificados y llevados al cielo.
Abundancia y prosperidad
La provisión de cada día para el rey (1 Reyes 4:22-24) y el asombro de la reina de Sabá cuando visitó a Salomón (cap. 10) nos dan una idea de esta abundancia y prosperidad.
¿Y qué será durante el milenio? “Abriré en el desierto estanques de aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca”, dice Dios (Isaías 41:18). Un río saldrá del santuario y limpiará las aguas del mar Muerto que desbordará de peces. Crecerá toda clase de árboles en sus costas y cada mes darán su fruto para alimento y las hojas para medicina (véase Ezequiel 47:8-12).
Paz y seguridad
Después de los combates enfrentados por David, el reinado de Salomón conoció un tiempo de paz. “Tuvo paz por todos lados alrededor” (1 Reyes 4:24). Podríamos pensar que solo el combate contra Hamat (2 Crónicas 8:3) perturbó esta paz por un momento.
Pero bajo el reinado de Cristo, habrá mucho más que la paz establecida por Salomón: “Volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4). “Mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo” (32:18). “Se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente” (Miqueas 4:4). Hasta los animales salvajes perderán su instinto cruel: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará… el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid” (Isaías 11:6-8).
Solo la serpiente no participará a esta bendición: siempre estará bajo el juicio de Dios (Génesis 3:14). No podrá dañar más, su alimento será el polvo (Isaías 65:25).
Sabiduría e inteligencia
“Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes… Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios” (1 Reyes 4:29-30). “Toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón” (10:24).
Durante el reinado milenario, Satanás será atado y echado en el abismo. “La tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9). El espíritu de sabiduría y de inteligencia reposará sobre el Rey, vara del tronco de Isaí (11:1-2). El templo será reconstruido y la gloria de Dios lo llenará otra vez. “Toda la tierra está en reposo y en paz; se cantaron alabanzas” (14:7). En ese día se cumplirá la promesa divina con respecto a Cristo: “Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra” (Salmo 89:27).
Después del reinado
Pero el tiempo no se detiene con el milenio. Después de él sigue un nuevo día, el día de Dios, la eternidad. Cuando el Señor venga, los creyentes, resucitados y transformados, serán introducidos por Jesús en la casa del Padre y estarán para siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:17). Al abrigo de la ira que viene (1:10), disfrutarán en el cielo de las alegrías del milenio, para luego gozar para siempre de una felicidad tan grande que para el hombre es imposible poder expresar (véase 2 Corintios 12:4) y aún menos comprenderla. Sobre este aspecto la Palabra es muy sobria. Estaremos con Aquel que fue inmolado por nosotros, cantaremos el nuevo cántico que rememorará su sacrificio y lo adoraremos incansablemente para siempre.
Al alba de ese día, todos los que en la tierra despreciaron la salvación que Dios les ofreció, comparecerán delante del gran trono blanco. Se encontrarán en cuerpos resucitados delante de Aquel cuyo amor despreciaron, y lo oirán pronunciar con justicia su condenación a los tormentos eternos (Apocalipsis 20:11-15).
Conclusión
¿No es maravilloso que Dios, el gran Dios de los cielos, haya querido revelar sus designios a seres tan insignificantes como nosotros? Y cuando descubrimos en estos planes cual es el futuro eterno que nos promete, ¿no desbordan nuestros corazones de gratitud y adoración desde ya? “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!... ¿quién fue su consejero?... De él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:33-36).
A Ti sean gloria, honor y riqueza.
La ciencia eterna y la fortaleza
¡Oh Rey de los siglos! Señor, Dios y Hombre;
La Iglesia te adora, ensalza tu Nombre,
Cordero inmolado, por siempre, ¡Amén!