Los escritos del apóstol Juan tienen una importancia muy particular para nosotros en el tiempo actual. Juan es el último de los escritores inspirados y la gran verdad que expone es la Persona de Cristo como fundamento de todo el cristianismo. También desarrolla ampliamente el tema de la vida eterna en relación con la persona de Cristo.
Comienza de manera notable; no se dirige a una iglesia particular, sino que presenta a Cristo manifestado sobre la tierra, como la vida eterna que estaba junto al Padre, en toda la intimidad de esta preciosa relación. Este tema lo lleva a mostrar lo que era la vida, perfectamente manifestada en Cristo, y que nos fue comunicada.
¡Qué profundidad tenemos en tales revelaciones! En Él encontramos el Infinito que “ha venido en carne” (1 Juan 4:3) por amor a los hombres. Se compadece de nosotros en nuestras penas y pruebas. Jesús en este mundo tenía un corazón lleno de ternura y compasión para con los suyos. Quedando en las orillas de este océano de la gracia infinita, podemos recoger muchas perlas preciosas; pero jamás sondearemos completamente su profundidad, ni agotaremos los tesoros que contiene.
En el capítulo que nos ocupa, el apóstol se dirige a tres clases de creyentes: “padres”, “jóvenes” y “hijitos” (o niñitos1 ). Dice a los padres: “Conocéis al que es desde el principio”; y esta palabra es repetida dos veces. Así, lo que caracteriza a los padres es el conocimiento de Cristo. Pero hay en Él, como lo hemos escrito, una profundidad de riquezas tal que no pueden ser jamás sondeadas en su totalidad.
El “padre” es aquel que ya está en el camino desde hace un tiempo y tiene una gran experiencia cristiana; pero siempre puede volver a contemplar los inescrutables tesoros que encontramos en Aquel que era “Dios… manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16), el “Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14), y seguir estando, como al principio, en esta contemplación. ¡Qué precioso objeto de meditación, adoración y eternas alabanzas!
A los jóvenes el apóstol dice: “habéis vencido al maligno” y “sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros”. Los jóvenes habían estado en el camino un cierto tiempo; no eran novicios. La fuente de su fuerza era: “La palabra de Dios permanece en ellos”.
Aquí no se trata de un conocimiento humano que podría enorgullecerlos y extraviarlos sino de la Palabra de Dios que permanece en ellos. Tampoco el alma es preservada por el mero conocimiento de las Escrituras, sino por la verdad enseñada por el Espíritu que nos pone en comunión con Dios mismo. Es así que el Señor como hombre obediente y dependiente respondió por la Palabra escrita a toda la astucia y engaño de Satanás. Es el ejemplo puesto delante de nosotros.
“No améis al mundo” les dice el apóstol Juan a los jóvenes. Esto es muy significativo, porque es después de haber recorrido el camino cristiano durante un tiempo cuando el mundo ofrece al hombre todas sus atracciones. Aquel que es recientemente convertido y se pone en camino, es lleno de celo y amor, no mira con envidia las vanidades del mundo; pero después de cierto tiempo le es necesario hacer la experiencia de las decepciones de la vida y de las dificultades del camino. Es en ese momento que el mundo comienza a hacer valer sus pretensiones y que las insinúa tan fácilmente en el corazón.
¿Y qué es el mundo? Tres expresiones lo resumen: el deseo de la carne, que está en el interior y llama a los deseos carnales del hombre; el deseo de los ojos que está en el exterior y ejerce su atracción sobre los sentidos; y el orgullo de la vida. Este último parece ser lo que se dirige especialmente al hombre que desea distinguirse en la sociedad y en el mundo de la ciencia, de la política, del trabajo, etc.
El mundo es un sistema perfectamente adaptado al hombre natural, tanto para el pobre como para el rico. El mundo es algo que está siempre presente, a nuestro lado, empujándonos a adorar y servir a Satanás, su señor y maestro. ¡Cuántos cristianos vieron su testimonio arruinado por haber escuchado sus seducciones!
Pero “el mundo pasa, y sus deseos”. No hay nada en él que permanezca y que sea duradero, no obstante, mientras permanece, sirve para los designios de Satanás seduciendo el corazón para alejarlo de Cristo.
Después de los jóvenes están los “hijitos” (véase la nota en la página 156). “Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre” (v. 13). ¡Cuán precioso es! El más joven en la familia de Dios, aquel que recientemente gustó su amor, conoce al Padre. Puede levantar los ojos hacia Él y decirle: “¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). Sin embargo el apóstol emplea diez versículos dirigiéndose a los hijitos. Les dice que es el último tiempo y les advierte con respecto a los anticristos: “ahora han surgido muchos anticristos” (v. 18). El anticristo aparecerá en el tiempo señalado, después de que la Iglesia sea elevada a la gloria. Él será la encarnación de la incredulidad definitiva mientras que los “muchos anticristos” son los precursores de él.
Los días de Juan se parecen a los de nuestro tiempo, en los cuales hay hombres que niegan las tres personas de la trinidad, y sin duda es necesario contar entre ellos a todos los conductores de numerosas falsas religiones que niegan la divinidad de Cristo. En los días del apóstol Juan, habían estado en la Iglesia cristiana y salieron de allí; es decir que habían abandonado el cristianismo para volver al mundo. Hoy, desgraciadamente, quedan en la iglesia que profesa ser cristiana y en la que se enseña el modernismo, poniendo en duda la Palabra de Dios, y anunciando ideas opuestas al cristianismo.
Pero los hijitos tenían “la unción del Santo” y conocían “todas las cosas” (v. 20); no necesitaban que alguien les enseñara. Esto no significaba que debían despreciar una enseñanza sana, sino que no dependían del hombre: tenían la vida divina, la nueva naturaleza, y sobre todo al Espíritu Santo para instruirlos y enseñarles la verdad simplemente por medio de la Palabra escrita.
He aquí lo que Dios puso en reserva en su gracia, aun para los miembros más jóvenes de la carrera cristiana. No podemos depender de la iglesia o de autoridades eclesiásticas para ser dirigidos, sino tenemos a Dios, su Palabra y su Espíritu para instruirnos y conducirnos en toda la verdad. Él sabía desde el comienzo que vendría este mal actual y proveyó en su Palabra las advertencias y los recursos completos a los cuales somos responsables de recurrir.
- 1N. del E.: En el original griego, la palabra “hijitos” utilizada en los versículos 12 y 28 es la misma y se dirige a todos los cristianos, mientras que en los versículos 13 y 18 la palabra “hijitos” corresponde a «niñitos» que es el primer grado de madurez espiritual cuando el recién convertido entra en la familia de Dios.