Dios nos presenta en su Palabra algunos principios que se encuentran continuamente en la historia del hombre. Por su naturaleza, todo pecado es similar al de Adán. Nabucodonosor, por ejemplo, representa el poder profano que no depende de Dios. Su posición aumentaba su responsabilidad de glorificar a Dios. Era poderoso, pero su corazón se elevó y consideró que debía ser honrado como un dios. Quiso que todo le estuviera sujeto y erigió una estatua según su propia voluntad, para ser adorado.
Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres
La providencia de Dios había llevado a algunos judíos fieles hasta Babilonia. Surgió entonces la pregunta: ¿debía el pueblo de Dios someterse a la voluntad del hombre? En principio, los judíos que aceptaban el juicio de Dios tenían que someterse a Nabucodonosor. Pero había aún otro principio para ellos, el de mantener una buena conciencia ante Dios. Si la autoridad real exigía algo opuesto a Dios, el pueblo de Dios no debía hacerlo, porque “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Estas situaciones son muy dolorosas, porque entonces uno debe esperar sufrir plenamente las consecuencias de su obediencia a Dios.
Lo que empeoraba las cosas era que el apoyo de Dios parecía escondido —solo la fe podía discernirlo— mientras que el poder del mundo se manifestaba. Los caldeos se acercaron abiertamente al rey para acusar a los tres hebreos, cuya fe se basaba en algo que no se podía ver. Dios quiere que la fe sea probada y que aprendamos a apoyarnos solo en él.
Dios quiere quemar nuestros lazos
Los tres hebreos habían recibido una posición alta en el mundo. Cuanto más ligado esté un cristiano al mundo, más peligro corre. Tiene que perder y sufrir mucho más porque, cuando Dios interviene, es para que se rompan todos nuestros lazos.
Aunque Dios se esconda, los caminos del hombre no le son ocultos. Él ve las circunstancias y nos pide que seamos fieles, como lo sabían los tres hebreos (Daniel 3:16-17). Sus circunstancias los acercaban demasiado al mundo (2:49). Dios no los liberó de la prueba y no impidió que fueran echados en el horno de fuego ardiendo (3:20). Aparentemente el mundo es más fuerte; Dios permite que sea así, incluso cuando Jesús fue entregado a la muerte. Lo hace para que haya un mejor alivio. Él no evita que suframos, pero manifiesta su poder a nuestro favor de una manera que el mundo nunca esperaría (véase 2 Crónicas 16:8-9). Es posible que la mejora no se manifieste de inmediato: los tres hebreos tuvieron que sentir el terrible poder del mundo y su resultado, que era el horno. Pero, como lo vio Ezequiel en su visión de la gloria divina, los “aros eran… llenos de ojos alrededor” (Ezequiel 1:18), los cuales simbolizan los ojos de Dios que recorren toda la tierra. Dice lo mismo en Apocalipsis 5 versículo 6 en cuanto a la persona del Señor Jesús. Nada escapa a la vista y a la mano de Aquel que murió por nosotros. Tan pronto como mi mirada se fija en él, veo que todo es sabiduría de su parte. Para nosotros también, nuestros sufrimientos nos conducen a la gloria.
El hombre despliega toda su fuerza y toda su ira, pero el resultado de los sufrimientos que Dios permite en nuestras vidas es el de consumir nuestros lazos. Si tenemos cosas del mundo, es algo que Satanás nos ha vendido, y debe ser quemado.
Dios está cerca de nosotros en la prueba
El Hijo de Dios, antes escondido, se mostró en el horno. Los tres hebreos no se lo esperaban. Sus lazos se consumieron y se les manifestó la presencia del Hijo de Dios ¡Este fue el único resultado del horno!
Necesitamos mirar a Cristo, a aquel que ha sido rechazado pero que está en medio del trono. Los siete espíritus de Dios (Apocalipsis 5:6) juzgan, no al mundo que no le conoce, sino todos nuestros caminos, todo lo que en nosotros proviene del mundo y de la carne. Bajo la dirección de Dios, estos espíritus preparan todas las cosas para la prueba de nuestros corazones, incluso el horno, y hacen que seamos arrojados en él por el mundo cuyo poder habíamos compartido al disfrutar de sus ventajas. Entonces vemos mejor lo que Dios es para nosotros. Así él se glorifica a sí mismo y manifiesta su propio poder ante el mundo. Cuando surge una persecución, los hijos de Dios están más unidos, más alegres. Sea como fuere, Dios nos aflige de esta manera para purificarnos y hacernos comprender, por medio de la prueba, que está muy cerca de nosotros. Tenemos que confiarnos únicamente en Dios, sin saber cómo actuará o hará, solo sabiendo que nos librará (Daniel 3:16-17).
Dios convierte todo para su gloria
Todos se inclinan ante la estatua de oro, los tres hebreos permanecen de pie, porque conocen el poder de Dios que el mundo no ve. Nada escapa a Dios, él hará que todo se convierta para su gloria y para nuestra gloria, y nos hará gustar la bendita presencia de su Hijo. Esta es nuestra recompensa y alegría.
En todas nuestras aflicciones, Cristo fue afligido. Él entró en todos los detalles de nuestros sufrimientos, y él mismo nos precedió allí.