El camino a escoger
Jeremías, instruido por la prueba a lo largo de su vida, una vida de fidelidad a Dios, declara: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). Seamos muy conscientes de que esto es así, y en lugar de buscar seguir el camino de nuestra propia voluntad, como hacemos a menudo, busquemos siempre la voluntad del Señor en todas las cosas.
En el Salmo 25, David hace esta importante pregunta: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová?” (v. 12); inmediatamente añade: “Él le enseñará el camino que ha de escoger”. El temor de Dios se traduce en una actitud de dependencia. Dejemos que Dios elija por nosotros, dejemos que él nos guíe. Está dispuesto a enseñarnos. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen” (v. 14).
En el siguiente versículo, David dice: “Mis ojos están siempre hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red”. Nuestra necesidad del divino socorro es a menudo muy apremiante.
Después del trágico caso del becerro de oro, Moisés suplica a Dios que permanezca con Israel a lo largo de la travesía del desierto: “Te ruego que me muestres ahora tu camino... y mira que esta gente es pueblo tuyo” (Éxodo 33:13). Siervo fiel, sabe que ha “hallado gracia” en los ojos de Dios, y se apoya en esta preciosa certeza para abogar a favor de este pueblo infiel e idólatra. Dios responde a su fe. Y para demostrar que ha aceptado su petición, hace pasar todo su bien delante de su rostro (v. 14-23).
En el Salmo 32, después de haber recuperado la comunión con Dios, David es embargado por la alegría del perdón. Y encontramos esta promesa divina en el v. 8: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. ¿Estamos atentos a las indicaciones de Dios, a estos consejos que nos da? A menudo nos falta discernimiento. De modo que la promesa va seguida de una advertencia: “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti” (v. 9).
Ser dependiente, buscar la voluntad del Señor y caminar por el camino que él nos indica, en obediencia a su voluntad, es el secreto de una vida para la gloria de Dios.
La Escritura nos da ejemplos de dependencia particularmente instructivos, especialmente en la vida de David y en los relatos de los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, el modelo perfecto de dependencia, obediencia y sumisión solo se encuentra en el Señor Jesús, el hombre perfecto.
El ejemplo de David
David en Keila (1 Samuel 23:1-13)
Es el momento en que David huye de Saúl. El rey lo persigue y busca su muerte. Por eso David y sus hombres se encuentran cerca de Keila, una ciudad de Judá. Los filisteos, los enemigos asiduos del pueblo de Dios, están atacándola y saqueando sus campos.
David desea socorrer la ciudad, pero, en la precaria condición en la que se halla, ¿es correcto hacerlo? “Y David consultó a Jehová, diciendo: ¿Iré a atacar a estos filisteos? Y Jehová respondió a David: Ve, ataca a los filisteos, y libra a Keila” (v. 2).
No obstante, sus hombres se oponen. Consideran que no es razonable. “Entonces David volvió a consultar a Jehová. Y Jehová le respondió y dijo: Levántate, desciende a Keila, pues yo entregaré en tus manos a los filisteos” (v. 4).
Dios cumple su promesa: David sale victorioso y Keila es liberada. Pero el rey Saúl, al enterarse de los acontecimientos, ve en esto una buena oportunidad para apoderarse de aquel a quien Dios le había prometido la realeza, y se pone en marcha con todo su ejército en dirección a Keila.
David está angustiado y pregunta a su Dios: “¿Descenderá Saúl…? ... Sí, descenderá” (v. 11). “Dijo luego David: ¿Me entregarán los vecinos de Keila a mí y a mis hombres en manos de Saúl? Y Jehová respondió: Os entregarán” (v. 12). Entonces David fugitivo y sin asilo, sale de Keila con los suyos; y “anduvieron de un lugar a otro” (v. 13).
David en Siclag (1 Samuel 27 al 30)
Poco después, lamentablemente, David se deja vencer por el desánimo y la incredulidad. Lejos de consultar a Dios huye a la tierra de los filisteos, donde le habían concedido la ciudad de Siclag para refugiarse allí con su pequeña tropa. Su conducta muestra que ya no está en comunión con Dios. No la volverá a encontrar hasta después de una dolorosa disciplina divina. En ausencia de David y sus hombres, los amalecitas asolan a Siclag y le prenden fuego, llevando cautivas a las mujeres y a los niños.
“David se angustió mucho… mas… se fortaleció en Jehová su Dios” (30:6). Entonces vuelve a ser dependiente y comienza a preguntar a su Dios tal y como lo había hecho antes. “David consultó a Jehová, diciendo: ¿Perseguiré a estos merodeadores? ¿Los podré alcanzar? Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y de cierto librarás a los cautivos” (v. 8). El resto de la historia muestra cómo Dios cumple su promesa. David se reúne con todos los suyos, que habían sido llevados cautivos, y recupera todas sus posesiones (v. 18-20).
Los filisteos en el valle de Refaim (2 Samuel 5:17-25)
Oyendo los filisteos que David había sido ungido por rey, suben para buscarlo y se extienden por el valle de Refaim. En dependencia, David consulta a Dios: “¿Iré contra los filisteos? ¿Los entregarás en mi mano?” (v. 19). David recibe una respuesta tranquilizadora: “Ve, porque ciertamente entregaré a los filisteos en tu mano”. Él obedece y los vence, derrotándolos Dios delante de él.
Pero pronto los filisteos vuelven a venir a extenderse por el mismo valle (v. 22). David podría haberse dicho a sí mismo: Es muy simple, actuaré como la primera vez y Dios vendrá en mi ayuda. Afortunadamente, no razona de tal manera. Actuar por costumbre es muy peligroso para nosotros. Esto nos impide buscar el pensamiento de Dios y, de hecho, nos coloca en un camino de independencia. David vuelve a consultar a Dios, el cual le dice: “No subas” (v. 23). Esta vez, tiene que tomar a los enemigos por la retaguardia. “Cuando oigas ruido como de marcha por las copas de las balsameras, entonces te moverás; porque Jehová saldrá delante de ti” (v. 24). David obedece y Dios le concede una gran victoria (v. 25).
Más tarde, durante su reinado, David incluso logrará someter a los filisteos para que no hagan más daño (8:1).
¡No confiemos nunca en nuestra propia sabiduría, ni en nuestras experiencias, por muy buenas que hayan sido! Busquemos el camino de Dios para nosotros. Y a cada paso, depositemos nuestra confianza en el Señor. “Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen” (Salmo 17:5). En nuestras dificultades, una espera apacible lo honra y Su respuesta llegará con toda certeza. Así seremos “más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
La actitud de David, buscando los pensamientos y la voluntad de Dios, es muy notable e instructiva para nosotros.
El ejemplo de los apóstoles y otros siervos
Felipe, el evangelista, cerca de Gaza (Hechos 8:26-40)
Felipe era uno de los siete que habían sido elegidos para ocuparse del servicio a los necesitados en la iglesia en Jerusalén (6:5). Expulsado por la persecución, va a un pueblo de Samaria donde predica a Cristo (8:1, 5). Mientras realiza un servicio particularmente bendecido, un ángel del Señor le ordena: “Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto” (v. 26). ¡Qué lugar tan extraño para anunciar el Evangelio! Sin embargo, Felipe obedece sin discutir.
En este camino, el evangelista se encuentra con un etíope, funcionario de Candace, reina de los etíopes, y administrador de todos sus tesoros. Este hombre regresaba de Jerusalén, donde había ido para adorar a Dios. Sentado en su carro, está leyendo el capítulo 53 del profeta Isaías, pero sin comprender su significado. Entonces el Espíritu le dice a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro” (v. 29). Felipe se acerca, el etíope le invita a subir y, basándose en este precioso pasaje de la Escritura, le anuncia el Evangelio de Jesús. Transformado, este nuevo hijo de Dios es inmediatamente bautizado, luego sigue “gozoso” su camino (v. 39). Ha encontrado al único que puede satisfacer las necesidades de un corazón.
Las puertas cerradas para Pablo y sus compañeros (Hechos 15:36-16:8)
Después de su primer viaje misionero, el apóstol Pablo tiene un fuerte deseo de volver a las ciudades en que habían anunciado la Palabra, para “visitar a los hermanos” y “ver cómo están” (15:36).
Pablo escoge a Silas para que lo acompañe. Encomendados a la gracia de Dios por los hermanos de Antioquía, pasaron primero por Siria y Cilicia, “confirmando a las iglesias” (v. 41).
Durante su estancia en Derbe y Listra, se llevan a Timoteo con ellos (16:1-3). En adelante será de gran utilidad en el servicio al Señor (1 Corintios 4:17; Filipenses 2:22). Lucas, el médico amado, autor del libro de los Hechos, también se unirá un poco más tarde a este pequeño grupo lleno de celo.
Pero he aquí, la Palabra de Dios revela: “Atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió. Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas” (v. 6-8). Nos sorprende que puedan surgir tales obstáculos. Más bien, estamos acostumbrados a las dificultades causadas por Satanás y sus esclavos, hombres que todavía están en sus pecados (1 Tesalonicenses 2:18). Entonces, ¿es posible que una obra, proveniente según los pensamientos de Dios, pueda ser detenida por “el Espíritu Santo”— por “el Espíritu de Jesús”?
Es precisamente en tales situaciones cuando un hijo de Dios puede mostrar su sumisión aceptando el mandato del Señor de esperar. Cuando Dios nos da a conocer una necesidad, no siempre es un llamamiento inmediato a levantarnos. Puede ser ante todo un tema de oración que él nos pone delante. También puede utilizar a otro siervo o imponernos un plazo de tiempo antes de que llegue el momento de actuar. En el caso del apóstol Pablo, las visitas a estas tierras se realizarán durante su tercer viaje.
Si echamos un vistazo a un mapa veremos que estos siervos intentaron ir a la izquierda, luego a la derecha. Pero cada vez Dios cerró la puerta. En otras ocasiones la abre de par en par (1 Corintios 16:9). Su obra se realiza a su debido tiempo. Ante una puerta cerrada, un siervo dependiente se somete y se guarda de insistir, esperando las instrucciones de arriba (Salmo 5:3; Santiago 5:7-8).
Luego un camino claramente trazado (Hechos 16:9-12)
Sin embargo, Dios ayuda a sus siervos: Pablo recibe una visión de noche. Un varón macedonio se presenta ante él y le dice: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (v. 9). Lucas nos enseña que, como resultado de esta visión, la pequeña compañía —a la que fue incluido a partir de entonces— “en seguida” procura partir para Macedonia, “dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (v. 10).
Para ellos se trata de cruzar directamente un brazo de mar. La navegación y el viento son favorables; desembarcan en Samotracia y, desde allí, cruzando Neápolis, van a Filipos. Esta ciudad, por su ubicación, dominaba toda Macedonia. Es un paso muy importante que Dios confía a sus siervos. El Evangelio será anunciado en Europa.
Pablo y sus compañeros de servicio tendrán que sufrir en Filipos. Pero la certeza de estar en el camino del Señor los alentará. ¡Qué testimonio se dará en la prisión de esta ciudad! En medio de los gemidos de los cautivos, Pablo y Silas cubiertos de heridas cantarán a medianoche himnos a Dios (v. 25). Y su carcelero se convertirá. Habrá fruto para Dios como resultado de la fidelidad de sus siervos. Se formará una iglesia en esta ciudad, para la gloria de Dios.
Actualmente, Dios no suele enviar sus directivas por medio de una visión. Su Palabra y su Espíritu son guías seguras para ayudarnos a discernir las puertas que abre o cierra. Procuremos tener ante Dios la actitud conveniente para ser guiados por él.
Obediencia, sumisión, dependencia
Estas tres palabras expresan una actitud de corazón que agrada a Dios y que le gustaría ver en cada uno de los suyos. Numerosos relatos del Antiguo y Nuevo Testamentos brindan vívidas ilustraciones de esto, y hemos considerado algunas de ellas. ¡Que el ejemplo y el mensaje que nos traen contribuyan a formar nuestras mentes y nuestros corazones!
Obedecer a Dios es hacer lo que él nos pide, ya sea para cumplir algo que él quiere o para abstenernos de lo que no quiere. La obediencia a Dios presupone que él nos ha dado a conocer su voluntad.
Ejemplos de obediencia: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia” (Hebreos 11:8). Asimismo, obedece cuando Dios le pide que ofrezca su único hijo en holocausto (Génesis 22).
Someterse a Dios es aceptar su voluntad y dejar de lado la nuestra. Esto incluye la obediencia, por supuesto, pero es un concepto más amplio. La sumisión también implica la aceptación de lo que Dios ha decidido para nosotros, para nuestro camino, para nuestras circunstancias. No siempre implica algo que hacer o no hacer.
Ejemplos de sumisión: A pesar de su gran deseo de edificar una habitación para Dios, el rey David se somete de corazón a la voluntad de Dios, quien tiene diferentes proyectos (2 Samuel 7). El apóstol Pablo le ruega al Señor que lo libere del aguijón en su carne, pero el Señor le dice que no y el apóstol lo acepta plenamente (2 Corintios 12:8-10).
Depender de Dios es otorgar a Dios toda autoridad sobre nosotros y nuestra vida, buscando siempre su voluntad, aunque no la haya expresado, porque no queremos hacer nada sin estar seguros de que corresponde a sus pensamientos.
Ejemplos de dependencia: Josafat y su pueblo se dirigen a Dios y le dicen: “No sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crónicas 20:12). Esdras publica ayuno para solicitar de Dios camino derecho (Esdras 8:21).
El ejemplo perfecto del Señor Jesús
A lo largo de su vida como hombre, e incluso hasta su muerte, el Señor Jesús “padeció… dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21). No obstante, la diferencia entre él y nosotros es inmensa: no solo era un hombre, sino Dios. Conocía de antemano lo que iba a suceder; y sabía todas las cosas (Juan 18:4). Por lo tanto, no podía haber en él la incertidumbre que necesariamente nos caracteriza porque no sabemos lo que va a suceder y solo tenemos una visión limitada de las cosas. Sin embargo, las características de obediencia, sumisión y dependencia irradian en él de una manera maravillosa. Dijo a sus discípulos: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (4:34). Y proféticamente, en el Salmo 40: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (v. 8).
Su obediencia se manifiesta especialmente en los siguientes pasajes: “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). “Estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). “Aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8).
Su sumisión a la voluntad de su Padre se expresa en particular en las palabras que pronuncia en Getsemaní: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Su dependencia resplandece, particularmente, en estas palabras: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19).