¡Qué bello testimonio ofrece el apóstol Pablo a los tesalonicenses en este capítulo! Oraba sin cesar por ellos en vista de sus combates contra Satanás, intercediendo para que Dios obre en sus corazones y los sostenga frente a los asaltos del Enemigo. Por otro lado, el apóstol también daba siempre gracias a Dios por ellos, pues su estado suponía para él una fuente de gozo ante Dios.
Notemos que los tesalonicenses, en medio de sus aflicciones, estaban en comunión con el apóstol y con el Señor, lo que, de hecho, los llenaba de gozo (v. 6-7). Jamás hay avivamiento religioso sin persecución. Satanás querría ante todo que los cristianos permanezcan tranquilos y vivan conformándose al mundo. En medio de este mundo —el reino de Satanás— cada vez que sus corazones reclamen los derechos de Cristo, el diablo empleará todos los medios que tenga a su alcance para oponerse. En efecto, ha suscitado toda la oposición contra Cristo. No obstante, desde el momento en que nos hacemos imitadores del Señor, tenemos el gozo del Espíritu Santo en medio de las persecuciones. El resultado de estas últimas es poner al descubierto a la carne allí donde se encuentra. Dios se sirve de la oposición de Satanás para manifestar lo que hay en el corazón del hombre. Por la misma persecución del mundo, y sin saberlo él, la fidelidad de los cristianos tiene el efecto de que éste se vuelve predicador del Evangelio. Al censurar los principios, la conducta y las esperanzas del cristiano, el mundo —sin quererlo— da así testimonio público de las verdades cristianas.
Volvamos al motivo de las acciones de gracias del apóstol. En el versículo 3 encontramos varias expresiones sobresalientes. Las palabras “delante del Dios y Padre” muestran que todo lo que los tesalonicenses hacían provenía de la verdadera fuente del bien. Se dice: “la obra de vuestra fe”. Hay obras cristianas que, hechas en la luz y cumplidas como testimonio a Cristo, glorifican a Dios ante los hombres (Mateo 5:16). Otras, en cambio, aunque iniciadas con Él se llevan adelante fuera de sus ojos; por consiguiente, no le glorifican. La fe, el amor y la esperanza constituían la base de la obra, del trabajo y de la paciencia de los tesalonicenses. En la iglesia de Éfeso también vemos las obras, el trabajo y la paciencia; pero el primer amor se había extinguido (Apocalipsis 2:2, 4). El agua aún corría, pero la fuente ya no manaba.
Una obra de fe surge únicamente de las relaciones del alma con Cristo, sin tener en cuenta las dificultades ni los resultados, sino la sola voluntad de Dios. El trabajo debe ser el fruto del amor; de lo contrario, sería una labor mercenaria. No tiene valor si no es hecho por amor, porque es la expresión del amor de Dios. La paciencia en éste será necesaria, a causa de las dificultades y de la oposición que encontraremos. Esta paciencia debe ser la de la esperanza. El trabajo engendra trabajo. La paciencia cristiana no es una dejadez, sino una fuerza en vista de la esperanza de la gloria, en medio del desprecio y del rechazo del mundo. Nada puede desalentarla: el objeto de la fe es siempre el mismo; el amor de Cristo no cambia; la gloria que nos es prometida es inmutable.
Las verdades que habían introducido a los tesalonicenses en esta vida de actividad y comunión, nos son recordadas en los versículos 9 y 10. Se habían vuelto de los ídolos, no a otros ídolos, sino a Dios. Todo lo que aparta nuestro corazón de Dios es un ídolo. El avaro es un idólatra del dinero, como el glotón hace su dios del vientre. También es idolatría el hecho de apoyarse en el dinero para ser feliz. Sólo el poder del Espíritu Santo puede hacernos volver de los ídolos a Dios. Cuando Dios toma posesión del corazón, los ídolos desaparecen. Pero esto no se logra sin combate. Es menester que Dios sea nuestro único objetivo. El camino puede ser recorrido con más o menos rapidez, pero lo capital es que Dios sea nuestra meta. Supongamos el caso de dos personas: Una de ellas está a diez kilómetros de una ciudad, adonde se dirige; la otra se encuentra a tan sólo un kilómetro, pero camina en dirección contraria. ¿Cuál de las dos llegará primero? En realidad, la segunda no llegará jamás.
Desde su conversión, los tesalonicenses esperaban a que el Señor Jesús viniera del cielo. Su venida era el momento aguardado para su liberación y gozo. Siempre se desea la presencia del ser amado. Para esperar al Señor con gozo, es necesario que estemos seguros de que él viene para tomarnos consigo. Ya no hay juicio ni ira venidera para nosotros. El cristiano no mantiene con el Señor una relación vaga, sino una comunión personal. Cristo es conocido por él como amigo y Salvador. Creyendo en él, estamos de su lado en este mundo. Hay que elegir entre ser del primer Adán o del Segundo (Cristo). Si estamos vinculado al segundo Adán, entonces conocemos nuestra suerte. Sabemos que el primer Adán nos privó del paraíso terrestre; pero el Segundo nos ha dado el cielo. Toda la vida de los tesalonicenses fue la manifestación de su comunión con Cristo.