“Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado,
evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas,
y los argumentos de la falsamente llamada ciencia,
la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo.”
(1 Timoteo 6:20-21)
“En el principio creó Dios”. Dios es el Dios viviente. Toda clase de vida procede únicamente de él.
Sabios según su propia opinión, inflados por su mediocre saber, y obsesionados por sus propias ideas, buscan la vida en otras partes distintas de la tierra, o sea, en otros planetas. Atrapados por la vieja teoría de la evolución, la cual, sin haber podido ser demostrada, ha tomado rango de ley, piensan que la exploración de los planetas resolvería el problema del origen de la vida sobre la tierra, pues hubo un tiempo en que la tierra no existió, ya que la materia no es eterna.
El pasaje bíblico de la creación, de una grandeza majestuosa, es rechazado. Es la negación completa de la revelación de Dios. Hemos de notar que no se trata de una idea nueva. ¡No! Es la adaptación de una muy antigua herejía griega. El mundo «científico» acepta tales mentiras y las propaga desde las cátedras. El veneno se infiltra hasta las clases de educación básica. Los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) las difunden y la imaginación popular se alimenta sin dudar. La investigación de los cuerpos celestes que giran alrededor del sol, para encontrar vida en ellos, en una medida que nos es desconocida, se convierte en un prestigio nacional. Se trata de la carrera para ver quién llega primero para llevarse la gloria humana.
Muchos de los vuelos espaciales, cada vez más osados y arriesgados, tienen por objeto ciertas investigaciones científicas (biológicas, químicas, etc.). Pero, bajo apariencias anodinas, la negación del Creador es el último y diabólico objeto de tales ensayos, (mejor dicho, de toda esta agitación), pues es preciso discernir siempre el principio moral que se esconde detrás de tal o cual acto.
Hablemos de la luna, cuya claridad luminosa nos maravilla. Es el satélite de la tierra. El sistema solar se compone de nueve planetas; algunos de los cuales también poseen satélites. Además, hay cierto número de asteroides y meteoritos.
Así pues, una inmensa familia de cuerpos celestes se desplaza en órbita alrededor del astro central. La luna no presenta forma de vida alguna. No existe una atmósfera lunar. Es un astro muerto. Los materiales traídos desde allí demuestran que no son más antiguos que los de la tierra. La luna es llamada “la lumbrera menor” en Génesis 1:16. La palabra “luna” no aparece en la Biblia hasta más tarde (Génesis 37:9).
Desde hace bastante tiempo existe la teoría de que la vida habría aparecido en la tierra proveniente de otro planeta, de un punto del universo en que se encontraba anteriormente. ¡Qué es lo que no se hace para borrar de toda mente la idea de Dios! Se intenta poder prescindir del Dios Creador, de Aquel que “habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16). ¡Dios es el adorable autor del cosmos y del mundo viviente que nos rodea! ¡Qué gracia que Dios haya querido revelarse en su Hijo, en Aquel que es “su amado Hijo”!
“Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14: l). Es tanta verdad que estas palabras se repiten en el Salmo 53:1, añadiendo, además: “Se han corrompido, e hicieron abominable maldad; no hay quien haga bien” (véase también Romanos 3:10-12). Para los hombres necios todo procede de la hipótesis. Nada descansa sobre hechos precisos. Se dice: «El tiempo» ¿Es que el tiempo ha sido alguna vez un factor de energía? Se buscan seres extraterrestres. Evidentemente todas las tentativas para entrar en comunicación con inteligencias en otros mundos han sido infructuosas.
“Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:22). Para todo aquel que lee la Palabra de Dios sin ideas preconcebidas, los únicos seres extraterrestres mencionados en la Escritura son “los ángeles de Dios” y las “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
Todas estas teorías han causado grandes problemas, ya que en el fondo no son más que especulaciones llenas de audacia, pero ¿hasta qué punto se ha extendido el mal? ¡Cuántas almas de jóvenes han sido turbadas, por las cuales se habrá de rendir cuenta en el tribunal del gran trono blanco!
Los esqueletos de animales prehistóricos establecen la existencia segura de una creación anterior a la nuestra. Se exhuman restos de animales de grandes dimensiones, fósiles que pertenecen a especies desaparecidas. Estos animales no estaban destinados a vivir en el mismo mundo que nosotros. Todo está claro a la luz del Salmo 104 que es, por excelencia, el de la creación, donde se nos dice: “Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien” (v. 27-28). Pero, a continuación, se produce un cambio: “Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo” (v. 29). Dios quiso que la tierra se convirtiera en un lugar habitable para el hombre que iba a crear.
La presencia de estos monstruos, seres dotados de poder para andar, nadar o volar según su especie, no era compatible con la existencia del hombre. Leemos en el mismo Salmo: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra… Él mira a la tierra, y ella tiembla; toca los montes, y humean” (v. 30 y 32).
Esta unión es de mucha importancia, ya que nos muestra que cada creación fue acompañada por considerables cambios geológicos. ¿No encontramos, en el África septentrional, conglomerados de miles de millones de conchas marinas?
El versículo 31 del Salmo 104 se intercala de una manera dichosa, dando a Dios la alabanza y el honor: “Sea la gloria de Jehová para siempre; alégrese Jehová en sus obras”. Todo en definitiva será tema de gozo profundo a sus ojos y su corazón. Dios tiene un plan, un buen plan, que le procurará una satisfacción infinita. Dios se alegrará en sus obras. Si existen mara- villas relacionadas con la creación material, también las hay en otro orden: “la creación de Dios”, de la cual Cristo es el adorable principió (Apocalipsis 3:14).
Que nadie se deje impresionar por los descubrimientos humanos, pues somos advertidos: “Evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (1 Timoteo 6:20). La verdadera ciencia no contradice a la fe. La filosofía de las ciencias no es la verdadera ciencia. Hemos de observar que nadie se parece a lo que dicen aquellos que, con conocimientos muy débiles, tienen la pretensión de querer explicarlo todo.