Un cuerpo y muchos miembros

 

Ninguna independencia

El Cuerpo de Cristo es uno solo, y los miembros de este Cuerpo, en perfecta unidad unos con otros, están unidos a la Cabeza. Tal como nos lo muestra 1 Corintios 12:12, este “un solo cuerpo” es Cristo: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo”.

En el cuerpo humano no existen miembros inútiles, como tampoco ningún órgano independiente que, separado de la cabeza o de otras partes, sea capaz de subsistir o ser activo. El pie no puede decir a la mano: “No te necesito”. Menos todavía un miembro podría decir a la cabeza: “No te necesito”. Para que el cuerpo natural pueda ejercer bien sus funciones es menester que todos los miembros dependan de la cabeza. Ello constituye la base para el normal funcionamiento del organismo. ¿Cómo podría un órgano trabajar aparte de la cabeza? ¿Qué utilidad tendría si la cabeza no le indicara su específica función?

Ahora bien, en lo espiritual ocurre exactamente lo mismo. Los miembros del Cuerpo de Cristo —los creyentes— deben ejercer sus funciones bajo la dirección y voluntad de la Cabeza, en pleno apoyo y cooperación unos con otros.

Crecimiento

El Cuerpo también debe crecer hasta lograr su madurez y alcanzar la plenitud de Cristo. Para hacer posible este crecimiento, el Señor resucitado “dio dones a los hombres”. Todo lo necesario viene de él, la Cabeza (Efesios 4:16).

Para la obra del ministerio y la edificación del Cuerpo de Cristo, fueron constituidos evangelistas, pastores y maestros (4:11-12). En su trabajo, se hallan sometidos a la dirección y voluntad de la Cabeza, lo mismo que los demás creyentes. Su servicio testifica, ante todo, del cuidado del Señor por tales miembros. Por eso, ninguno de estos órganos puede mantenerse al margen ni tener en poco este servicio; ello sería desfavorable no sólo para ese cristiano en particular, sino para todo el Cuerpo. En el proceso del crecimiento, siempre guardan relación todas las articulaciones, cada una en su lugar según su medida. Por otro lado, no puede faltar ni un solo miembro. El que ha unido todo el Cuerpo, ha determinado que no haya ningún órgano innecesario o puesto aparte, en un lugar equivocado.

Alimento

¿Cuándo recibe el Cuerpo de Cristo lo necesario para su crecimiento? La Cabeza, por medio del Espíritu Santo y a través de los diferentes miembros, realiza su obra; esto es, cuando los miembros están en comunión con el Señor y bajo la dirección del Espíritu Santo, reunidos para recibir de Él. “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Corintios 12:4-6).

Damos gracias a Dios por su Palabra, la cual podemos leer personalmente, y por los dones que nos ha dado. En Hebreos 10:25 leemos: “No dejando de congregarnos”. Eso quiere decir: «No nos quedemos en nuestras casas, ni hagamos otras cosas en lugar de ir a las reuniones».

La Cabeza sabe a la perfección lo que necesita el Cuerpo, así como la manera en que debe ser preparado el alimento para evitar desórdenes. No busquemos «otras cosas». Desórdenes, desavenencias, impiedades y deseos semejantes son la consecuencia de procurar «otra cosa». Es la conocida receta del equivocado cocinero, la receta del desierto, donde el pueblo de Israel se vio hastiado del maná y tuvo anhelo de la comida de Egipto (Éxodo 16:31; Números 11:7-8; 21:5).

Boca y manos

En la Iglesia, la boca puede ser de gran utilidad. Afortunadamente, el cuerpo también posee una boca. Si ésta es desmesurada, la mano puede taparla. Existe el gran peligro de que «en algún otro sitio» sea ofrecida «otra cosa», y la boca desmesurada se vea privada de la mano, por lo que pueden producirse graves consecuencias. Por eso se nos dice: “Considerémonos unos a otros... no dejando de congregarnos... exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24-25).