En este solemne capítulo tenemos revelados muchos corazones: el de los principales sacerdotes, de los ancianos, de los escribas, de Pedro y de Judas. Sin embargo, hay un corazón distinto de todos los demás: el de la mujer que trajo el vaso de alabastro con perfume de gran precio para ungir el cuerpo de Jesús (v. 6-13). Podía haber sido una gran pecadora, quizás muy ignorante; pero sus ojos habían sido abiertos para ver en Jesús una belleza que la llevó a juzgar que nada que se gastara para Él podría ser demasiado caro. En una palabra, ella tenía un corazón para Cristo.
Pasemos por alto a los principales sacerdotes, a los ancianos y a los escribas, y consideremos el corazón de esta mujer en contraste con el de Judas y el de Pedro.
1) Judas
Judas era un hombre codicioso. Amaba el dinero, inclinación muy común en todas las épocas. Había predicado el Evangelio, caminado en compañía del Señor Jesús durante los días de su ministerio público, oído sus palabras, visto sus caminos y experimentado su bondad. Pero lamentablemente, aunque era apóstol, no tenía un corazón para Cristo. Tenía un corazón para el dinero. El lucro era el motor que lo animaba siempre. Cuando se trataba de dinero, la avidez se apoderaba de él y las pasiones más profundas de su ser se veían despertadas. “La bolsa” era su objeto más cercano y querido. Satanás lo sabía; conocía la particular codicia de Judas. Tenía pleno conocimiento del precio con qué podría sobornarle. Sabía cómo tentarle y cómo utilizarle. ¡Qué pensamiento más serio!
Sin embargo, la misma posición de Judas lo hacía tanto más apto para los designios de Satanás. Su familiaridad con los caminos de Cristo hacía de él una persona ideal para entregar a Jesús en manos de sus enemigos. El mero conocimiento intelectual de las cosas sagradas, sin que el corazón sea tocado, vuelve al hombre más insensible, profano y perverso.
Los principales sacerdotes y los escribas de Mateo 2:4 tenían un conocimiento intelectual de la Escritura, pero no un corazón para Cristo. Podían desenvolver el rollo profético sin demora hasta el lugar donde se hallaba escrito: “Tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel” (v. 6; Miqueas 5:2). Sabían al dedillo la Escritura, pero no tenían un corazón para Cristo. Seguramente se sentían avergonzados al no poder contestar la pregunta de Herodes. Habría sido una deshonra para ellos, en la posición que ocupaban, dar muestras de ignorancia. Por ello, pusieron sus conocimientos bíblicos a los pies de un monarca impío, quien los iba a utilizar, de ser posible, para su horroroso propósito de asesinar al legítimo heredero del trono.
El conocimiento verdadero de la Palabra debe dirigir el corazón a Jesús. Puede suceder que alguien conozca muy bien la Escritura hasta citar versículo tras versículo con mucho tino; puede acompañarse por un andar aparentemente en armonía con su saber, pero, a la vez, con un corazón frío e indiferente por Cristo. Este entendimiento sólo abrirá la puerta a Satanás, como ocurrió con los principales sacerdotes y los escribas.
Herodes no habría solicitado información a hombres ignorantes. El diablo nunca se vale de hombres sin conocimiento o incapaces para actuar contra la verdad de Dios. Utiliza instrumentos talentosos para llevar a cabo su obra. Los sabios, los intelectuales y los pensadores más profundos, siempre que no tengan un corazón para Cristo, estarán muy dispuestos a servirle en toda ocasión.
¿Por qué no fue así con los magos que “vinieron del oriente”? (Mateo 2:1) ¿Por qué Satanás, por medio de Herodes, no pudo reclutar a estos sabios para su servicio? Tenían un corazón para Cristo. ¡Bendita salvaguardia! Sin duda, ellos desconocían las Escrituras proféticas; sin embargo, buscaban a Jesús con vehemencia, honradez y diligencia. Por eso, de haberlo podido Herodes, los habría utilizado gustosamente. Esos magos no sabían mucho acerca del profeta que hablaba del “guiador”; pero encontraron el camino para ir al “guiador” mismo. Le hallaron en la Persona del niño acostado en el pesebre de Belén. En lugar de ser instrumentos en las manos de Herodes, fueron adoradores a los pies de Jesús.
Es un gran peligro ignorar las Escrituras. Quienes no las conozcan errarán gravemente y sin falta. El apóstol Pablo dijo de Timoteo: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación”, pero, al punto agregó: “por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15). El verdadero conocimiento de la Escritura siempre nos conducirá a los pies de Jesús, mientras que una noción intelectual de la Biblia, sin amor de corazón para Cristo, sólo hará de nosotros instrumentos más eficaces en las manos de Satanás.
Tal fue el caso de Judas, cuyo corazón de piedra suspiraba por dinero. Tenía un conocimiento sin afecto por Cristo. Su misma familiaridad con Jesús le hizo un instrumento apto para el diablo, y su cercanía a Él le permitió ser un traidor. Satanás sabía que treinta piezas de plata alcanzarían a premiarle por la horrenda tarea de traicionar a su Maestro.
Judas era un apóstol, alguien de fuste; pero, bajo una apariencia de consagración yacía un “corazón habituado a la codicia” (2 Pedro 2:14). Tenía amplio espacio para “treinta piezas de plata”, pero ni siquiera un rincón para Jesús.
¡Qué advertencia! Los profesantes sin corazón ¡cuánto necesitan mirar a Judas, considerar su línea de conducta, su carácter y su fin! Predicó el Evangelio, pero nunca lo conoció ni creyó en él. Pudo haber pintado los rayos del sol en cuadros, pero nunca sintió su influencia. Tenía un corazón para el dinero, pero no para Cristo. Como “el hijo de perdición”, “se ahorcó” “para irse a su propio lugar” (Juan 17:12; Mateo 27:5; Hechos 1:25). Cristianos, guárdense del conocimiento intelectual, de la profesión de labios, de la piedad oficial y de la religión exterior sin vida; procuren tener un corazón para Cristo.
2) Pedro
En Pedro tenemos otra advertencia más, aunque de naturaleza diferente. Amaba realmente a Jesús, pero temió la cruz. Rehuyó confesar Su nombre en medio de las filas del enemigo. Se jactó de lo que haría, cuando tendría que despojarse a sí mismo (Lucas 22:33; Mateo 26:33). En vez de orar, se durmió (Mateo 26:40). Más tarde, en lugar de estarse tranquilo, lo vemos blandiendo la espada (v. 51; Juan 18:10). “Siguió (a Jesús) de lejos”, luego se calentó al fuego en el patio del sumo sacerdote (Marcos 14:54). Por último, “comenzó a maldecir, y a jurar” que no conocía a este Maestro de gracia (Mateo 26:74).
¿Quién se imaginaría que el Pedro de Mateo 16:16 —quien dijo: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente— fuese el mismo de Mateo 26? Sin embargo, lo es. El hombre, en su mejor condición, es como una marchitada hoja otoñal, “cual sombra que no dura” (1 Crónicas 29:15). Incluso un creyente de posición eminente o con un testimonio cristiano elocuente, puede seguir a Jesús “de lejos”, negando vilmente su nombre.
Cierto es que Pedro habría rechazado el pensamiento de vender a Jesús por treinta piezas de plata; sin embargo, tuvo miedo de confesarle ante una criada. No le habría traicionado y entregado a sus enemigos, pero le negó delante de ellos. Puede no haber amado el dinero, pero su falta fue no manifestar un corazón para Cristo.
Lector cristiano, recuerde la caída de Pedro y guárdese de confiar en sí mismo. Cultive un espíritu de oración y manténgase cerca de Jesús. Quédese lejos de las influencias del mundo: “Consérvese puro” (1 Timoteo 5:22). Sea vigilante y ocúpese en Cristo. Ésta es la verdadera salvaguardia. No evite sólo el pecado manifiesto ni se contente con una buena conducta, más bien, tenga afectos vivos y ardientes por Cristo.
Uno que “sigue a Jesús de lejos” puede negarle muy pronto. Saquemos provecho de las experiencias de Pedro. Él mismo dijo más tarde: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe” (1 Pedro 5:8-9). Éstas son palabras de peso, provenientes del Espíritu Santo, a través de la pluma de uno que había sufrido por falta de vigilancia.
Bendita sea la gracia del Señor, quien se dirigió a Pedro antes de su caída: “Yo he rogado por ti, que tu fe no falte” (Lucas 22:32). El Señor no dijo: «He rogado por ti, que no caigas», sino: “que tu fe no falte” después de la caída. ¡Gracia preciosa y sin par! Éste era el recurso de Pedro. Como pecador perdido, era deudor de “la sangre preciosa de Cristo”, y como cristiano que tropieza, era pendiente de la intercesión de Jesús quien, actuando como abogado, constituyó la base de su feliz restauración.
Sólo los que han sido lavados en la sangre benefician de la intercesión. Judas ignoraba todo esto. Por eso “fue y se ahorcó” (Mateo 27:5), mientras que Pedro, como hombre convertido y restaurado, salió a “confirmar a sus hermanos” (Lucas 22:32). Nadie era más apto para fortalecer a sus hermanos que el que había experimentado la restauradora gracia de Cristo. Pedro fue capaz de decir ante la congregación de Israel: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo” (Hechos 3:14). Esto nos muestra cuán enteramente fue purificada su conciencia por la sangre, y su corazón restaurado por la intercesión de Cristo.
3) María de Betania
Vino a Jesús “con un vaso de alabastro”. Mientras “los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos se reunieron”, conspirando contra Cristo “en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás”, ella ungía la cabeza de Jesús “en casa de Simón el leproso” (Mateo 26:3, 6, 7). Su objeto era Cristo. No le importaba que los que no conocían la excelencia del Señor criticasen el derroche de la “libra de perfume de nardo puro”. Judas, el que vendió a Jesús por treinta piezas de plata, dijo con los discípulos: “Esto podía... haberse dado a los pobres” (v. 8-9; véase también Juan 12:3-5); pero ella no les prestó atención. Sus razonamientos y murmuraciones no significaron nada para esta mujer, pues había hallado todo en Cristo. Él era más para ella que todos los pobres del mundo. Ella sintió que nada de lo que se gastara para él sería un “desperdicio”. Jesús no valía más que treinta piezas de plata para el que tenía un corazón para el dinero. En cambio, para ella, él valía más que todas las riquezas, por cuanto tenía un corazón para Cristo. ¡Mujer bienaventurada!
¡Ojalá la imitemos! Que nuestro lugar esté siempre a los pies de Jesús, amando y adorando su bendita Persona. Utilicemos todas nuestras energías en su servicio, aun cuando los que están sin corazón lo consideren como un “desperdicio” insensato. Se acerca rápidamente el tiempo en que no sentiremos lo que hayamos hecho por amor a su nombre.
¡Quiera Dios concedernos un corazón para Cristo!