Muchas personas en la cristiandad, al igual que varios verdaderos cristianos, consideran el domingo como equivalente al sábado. Aplican al primer día de la semana los pasajes de la Palabra que conciernen al séptimo y, partiendo de este punto de vista erróneo, trabajan para santificar el día de reposo. Y cuando los creyentes se entregan en el día domingo a idénticas tareas que las de la semana, reciben observaciones basadas en el día de reposo —el sábado—, como si transgredieran una ley.
Por otra parte, verdaderos cristianos, a la luz de la Palabra, reconocen que el domingo no es el sábado, ni tampoco un día impuesto, y que el creyente no está bajo la ley; pero, al no examinar cuidadosamente la enseñanza de las Escrituras a este respecto, pueden llegar a considerar el domingo como cualquier día de la semana, lo que es igualmente un error.
Si bien es importante comprender, según la Palabra, que el domingo no es el sábado, también es necesario y provechoso saber lo que significa el domingo en sí mismo. Es “el día del Señor”1 (Apocalipsis 1:10) o el primero de la semana.
Pero, ¿de dónde surge que el domingo sea “el día del Señor”? En los designios de Dios, fue escogido para ser el día de la resurrección del Señor. Este gran hecho, cumplido ese día, fue lo que lo consagró como tal.
En efecto, es notable que en el año en que el Señor dio su vida, la fiesta de la Pascua —que no se celebraba cada año en el mismo día— cayera el sábado. Los judíos, contrariamente a lo que habrían deseado (Mateo 26:2-5), se vieron obligados a llevar al Señor al suplicio el mismo día de la fiesta, que era un viernes. De este modo, Cristo, el Cordero de Dios, nuestra Pascua, fue sacrificado ese día, dando cumplimiento a la figura del Antiguo Testamento. Pero, para los judíos, este hecho suscitaba escrúpulos religiosos. Jesús fue llevado de Caifás al pretorio, delante del gobernador romano, pero no entraron para no contaminarse y así poder comer la Pascua (Juan 18:28). Y al atardecer del viernes —el sábado comenzaba a las seis de la tarde— pidieron que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día sábado, pues aquel día era grande, ya que coincidía con la fiesta de la Pascua (19:31).
La voluntad de Dios era, pues, que el Señor entregase su vida un viernes y resucitase el primer día de la semana, no el segundo ni ninguno de los siguientes, como tampoco el séptimo. El sábado era por señal del pacto entre Jehová y su pueblo: ¡cuán solemne era, pues, para los judíos que el Señor permaneciese el sábado en el sepulcro! (Éxodo 31:17; Ezequiel 20:12).
De esta manera, el sábado marcó el fin de una época. En cuanto a las fiestas israelitas, hallamos períodos de siete días, siete semanas, siete años y siete semanas de años2 (Levítico 23 y 25). En el pensamiento de Dios, esto prefiguraba para su pueblo el gran sábado milenario, el fin glorioso de todos los designios divinos respecto a Israel, el último período de la existencia de esta tierra.
Si el sábado es el fin de un período, el primer día de la semana es necesariamente el comienzo o la apertura de otro. Ahora bien, la resurrección del Señor Jesús, en el primer día de la semana, fue la inauguración de la era eterna. Para nosotros, los hijos de Dios, la vida eterna tiene su punto de partida en la resurrección del Señor, siendo el fin de la muerte.
Es notable hallar indicios del comienzo de este nuevo estado de cosas en las fiestas judías. La gavilla por primicia de los primeros frutos de la siega debía ser mecida delante de Jehová el día siguiente del sábado, esto es, el primer día de la semana. Siete semanas más tarde, el día siguiente del séptimo sábado se ofrecía la gavilla de la ofrenda mecida; era todavía el primer día de la semana (Levítico 23:11, 15-21). Luego, la fiesta de los tabernáculos —que cerraba la serie de fiestas anuales, y que duraba siete días— tenía un octavo día que parecía anunciar el comienzo de un período indefinido. Los términos en que se instituyó son muy notables: “El octavo día tendréis santa convocación, y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová; es fiesta, ningún trabajo de siervos haréis” (23:36). Por eso, en Juan 7:37, ese día es llamado “el último y gran día de la fiesta”.
Esto nos habla de la importancia que tiene a los ojos de Dios la resurrección del Señor Jesús, al inaugurar un nuevo estado de cosas. Vemos también cómo el día escogido entre los siete de la semana, para ser el día de la resurrección, debía coincidir con el gran pensamiento divino del principio de algo nuevo.
Siete días antes de la resurrección del Señor Jesús, el primer día de la semana no tenía nada especial, sino que era el primero en contraste con los seis días restantes, y así lo era desde la creación. Pero el día en el cual el Señor salió del sepulcro ha sido consagrado, en su calidad de primero de los siete días, como el primer domingo, el día del Señor. A partir de ese día, todo primer día de la semana —cincuenta y dos por año— tiene para el creyente el carácter de día consagrado por la resurrección del Señor, como siendo su día.
Tenemos varios ejemplos de esto en el Nuevo Testamento. En la noche del primer domingo, el Señor resucitado se puso en medio de los discípulos congregados. Por su presencia, aprobaba la reunión de los suyos en ese día que era según Su pensamiento. Ocho días después vino otra vez en medio de ellos. Dejó transcurrir toda la semana sin ver a Tomás, esperando que él se hallara el segundo domingo con los demás reunidos (Juan 20:19-29).
Con conocimiento de causa, los discípulos que estaban en países gentiles escogieron este día para partir el pan (Hechos 20:7). Sólo los creyentes se congregaban así, y solamente los verdaderos cristianos se encontraban en estas reuniones. Mientras que los judíos asistían a sus sinagogas el sábado, los paganos celebraban sus fiestas respectivas en las fechas convenidas. Pero el domingo, día del Señor, sólo concernía a los cristianos.
Pablo y sus compañeros aprovechaban los sábados para anunciar a Cristo en las sinagogas de los judíos. Predicaban a los gentiles —y a los judíos, si se encontraban entre ellos— en las plazas públicas y en todo lugar, cualquier día que fuese. Sin embargo, el apóstol no habría ido a evangelizar el domingo durante el momento en que los cristianos estaban reunidos para partir el pan. Estaba con ellos.
El propósito de la reunión en Hechos 20:7 no era aprovechar la presencia del apóstol Pablo en ese día. Había pasado siete días en Troas; uno de éstos era un domingo, y es él quien ese día se congregó con ellos. Parece que su presencia en medio de ellos más bien perturbó el desarrollo ordinario de la reunión y demoró el momento de partir el pan. Sin embargo, tenía muchas cosas que decir a los hermanos, había de salir el día siguiente y pensaba que no los vería más (v. 25).
El mismo apóstol, al escribir a los corintios acerca de una colecta a favor de los cristianos, les prescribió, tal como ordenara a las asambleas de Galacia, que cada primer día de la semana cada uno de ellos ponga aparte algo, según haya prosperado (1 Corintios 16:1-2). Esto prueba que ese día, al ser reconocido como el día del Señor, debían considerar cómo habían prosperado durante la semana, y, en vez de entregarse a sus propias ocupaciones temporales, debían ocuparse apaciblemente en las cosas del Señor.
Finalmente, es importante notar que el Señor escogió un domingo para dar a Juan el Apocalipsis, la revelación de Jesucristo. Probablemente el amado apóstol, exiliado y aislado en Patmos, estaría en ese día en comunión de espíritu con todos los cristianos, al saber que estaban reunidos para partir el pan en todas partes donde el Evangelio había sido anunciado y creído. Pero ésa fue la ocasión para darnos el nombre bíblico de este primer día de la semana, a saber “el día del Señor” (Apocalipsis 1:10).
Notemos todavía que cuando Pablo escribió a los corintios en cuanto a la Cena, la denomina Cena del Señor, lo que la distingue de toda otra. De igual modo, el domingo se destaca entre los otros seis días.
Estas consideraciones escriturarias muestran suficientemente que el domingo se impone al corazón y a la conciencia del cristiano de manera mucho más preciosa y poderosa que si se tratara de un día cuya observancia fuese obligatoria por una ley. Un día aparte como privilegio es más precioso que un sábado impuesto. El corazón allegado al Señor se siente dichoso cuando reconoce Su día. Es suyo y no nuestro. Por consiguiente, no podemos disponer de él a nuestro antojo. Deberíamos sentirnos felices empleándolo en el servicio para Cristo.
El creyente piadoso se abstendrá de trabajar el domingo y de realizar otras actividades que distraigan su corazón del Señor, ni tampoco se ausentará de las reuniones, salvo por algún motivo de fuerza mayor. El cristiano conoce los alcances de la resurrección de Cristo, así como la importancia que Dios asignó al hecho que tuvo lugar el primer día de la semana; por consecuencia, ese día ha sido consagrado como día del Señor.
- 1Es interesante notar que la palabra española «domingo» deriva de la expresión latina «dominicus dies», día del Señor, la cual, a su vez, es traducción de la expresión griega original que aparece únicamente en Apocalipsis 1:10. Esta última difiere de la empleada en 2 Pedro 3:10 y 1 Tesalonicenses 5:2, donde se traduce de la misma forma —“día del Señor”—. En estos dos versículos, no se refiere a un día de 24 horas, sino al período en el cual Cristo ejecutará juicio sobre el mundo.
- 2El autor quiere decir que el sábado era el séptimo día; la fiesta de los primeros frutos, la séptima semana después de la Pascua; la fiesta de los tabernáculos, el séptimo mes; con el séptimo año, un año de reposo; y el jubileo, al final de siete veces siete años.