“Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados
en una misma esperanza de vuestra vocación”
(Efesios 4:4)
“Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos
los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos,
somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”
(Romanos 12:4-5)
“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros,
pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo...
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”
(1 Corintios 12:12-27)
¿Cuál es el alcance de la expresión “un solo cuerpo”?
La Palabra de Dios dice: “un solo cuerpo”, no dos ni tres, sino uno, sólo uno. Ese “solo cuerpo” es el cuerpo de Cristo (Efesios 1:23). Es decir que cada verdadero creyente es de Cristo, así como el pie o la mano de un hombre es de ese hombre (1 Corintios 12:12-27). En ninguna parte de las Escrituras podemos leer o encontrar la idea de que un creyente sea miembro de una iglesia o denominación (bautista, metodista, presbiteriana, etc.), o que pertenezca a un cuerpo religioso de un determinado nombre: católico, ortodoxo, reformado o evangélico. La única condición de miembro que hallamos en las Escrituras es la de miembros del “solo cuerpo” de Cristo, que es formado por el “solo Espíritu” de Dios. Entonces, la relación que existe entre todos los verdaderos cristianos, juntos y con el mismo título, es la de miembros del cuerpo de Cristo. Es una relación que Dios estableció por el bautismo del Espíritu Santo que tuvo lugar en Pentecostés (Hechos 2). Se entra en esta relación por el arrepentimiento y el nuevo nacimiento (la conversión). El sello del Espíritu Santo se manifiesta por la conciencia que tenemos y por los frutos que él produce: la paz, el reposo de la conciencia, la introducción en la libertad de hijos de Dios.
Los cristianos que toman la responsabilidad de establecer entre ellos otra relación aparte de ésta, de agruparse en virtud de un principio aparte de éste, actúan de manera sectaria y forman una asociación distinta de la que Dios instituyó.
Los miembros de ese “solo cuerpo” están dispersos sobre la faz de la tierra. Evidentemente, hoy no puede existir un lugar en la tierra donde fuera visible ese cuerpo en su totalidad. ¿Quiere decir que no es necesario manifestar algo de la unidad de ese solo cuerpo? “No dejando de congregarnos” (Hebreos 10:25). Por consiguiente, los cristianos que viven en una misma localidad tienen el privilegio de congregarse en un mismo lugar. Pueden ser “dos o tres”, veinte o treinta, o más. El Señor Jesús prometió su presencia en medio de aquellos que se congregan en su nombre (Mateo 18:20). Él es el centro de su reunión, como en otro tiempo el Arca era el centro de reunión para Israel. Es también Aquel que atrae el corazón, Aquel que, por su Espíritu, dirige esta reunión, y cada hijo de Dios se goza en la presencia de su Padre, alrededor del Señor Jesús, presencia realizada por la fe en el poder del Espíritu Santo.
Estas iglesias locales, o asambleas de creyentes, no son independientes. Cada una de ellas está constituida de creyentes ligados entre sí por el Espíritu Santo. Si nuevos conversos son recibidos en tal reunión, lo son en el nombre del Señor y como miembros del Cuerpo, de la Iglesia universal de Dios. Se hallan puestos en comunión con ella. Nótese que se trata de hacerlos entrar en la comunión de la Iglesia, pero no de hacerlos miembros de ella, porque ya lo son desde el día de su conversión por el Espíritu Santo que mora en cada cristiano. Si uno de los miembros debe ir a otro lugar, donde no es conocido por los creyentes de allí, una carta de recomendación le dará pleno acceso, inmediatamente, a todos los privilegios del creyente como miembro del cuerpo de Cristo, de parte de aquellos a los cuales es recomendado (2 Corintios 3:1; Romanos 16:1-2).
Si uno de los miembros anda en el mal y, por consecuencia, está bajo la disciplina de la iglesia donde se reúne habitualmente, también se encuentra bajo la misma disciplina, la de la Iglesia de Dios, en cualquier lugar donde se encuentre una expresión local de la Iglesia. Durará esto hasta que, arrepentido y humillado delante de Dios y de sus hermanos, sea restaurado en el gozo de los privilegios y responsabilidades vinculados a esta relación de miembros del cuerpo de Cristo.
Hay un solo cuerpo, pero esto no anula el hecho de que todas las reuniones locales sean individualmente responsables delante del Señor (Apocalipsis 2 y 3), quien es la Cabeza de la Iglesia (Efesios 1:22). Si una de ellas cae en falsas doctrinas o en mal moral, el Señor puede juzgarla hasta quitarle su carácter de testimonio.
Tampoco ninguna iglesia local actúa por su propia cuenta: sus actos afectan, atan y hacen solidarias a todas las otras de lo que pasa en ella. La comprensión de esta solidaridad pero también de la responsabilidad individual de los lugares de reunión tiene por resultado incitar a buscar con ponderación el pensamiento de Dios y a actuar en la dependencia del Espíritu Santo para todo lo que se hace en cada lugar (mídase el alcance de la expresión “las iglesias” en las epístolas, en particular en 1 Corintios 11:16; 2 Corintios 8:16-24; Gálatas 1:2, 22).
En cuanto a estos hechos, alguien dirá: «Todo esto es verdad, de acuerdo con todas las Escrituras, pero la cristiandad está llena de divisiones, partidos independientes los unos de los otros, llena de personas que de muchas maneras no se someten a las Escrituras. ¿Qué hay que hacer?»
Buscar juntos el pensamiento de Dios, dejando de lado las enseñanzas de los hombres y, en humilde obediencia a la Palabra, reuniéndose sobre el principio de la Iglesia universal de Dios, es decir, sobre principio de la unidad del cuerpo de Cristo (2 Timoteo 2:19-23), practicando lo que la Iglesia debería practicar (en particular según las enseñanzas de 1 Corintios y de 1 y 2 Timoteo). Tal vez será una reunión de unas pocas personas (dos o tres). Se encontrará a menudo desprecio y oposición como en los días de Esdras y Nehemías, cuando reconstruían el templo sobre los fundamentos antiguos y restablecían la muralla de Jerusalén. Sin embargo, se tendrá la aprobación de Dios. Él bendecirá un trabajo fiel; y cuando el Señor venga, manifestará que los creyentes que buscaron serle fieles en las enseñanzas de la Palabra, habían elegido un lugar de bendición particular, de bendición eterna (Salmo 133:1-3).
“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificados espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5).
“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1 Juan 1:1).