Dos reglas básicas deben guiarnos en la interpretación de la Biblia; son extraídas de este libro divino.
La primera se encuentra en 2 Pedro 1:20: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada”, es decir que cada pasaje no puede explicarse sino en relación con el resto de la Biblia. Cuando se interpreta un versículo, se deben considerar todos aquellos que tratan el mismo tema. La Palabra de Dios no puede contradecirse.
La segunda regla se encuentra en Juan 16:13: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad”. El Espíritu Santo bajó a la tierra en Pentecostés. Tenemos que ser guiados por él para descubrir el pensamiento de Dios en su Palabra. El Espíritu Santo habita en cada cristiano verdadero, nacido de nuevo. Si somos sumisos al Señor, y dejamos de lado nuestros pensamientos humanos, el Espíritu Santo nos enseñará la verdad. Esta verdad es Cristo quien dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6). El Espíritu Santo glorifica a Jesús. Toma de lo que es de él y nos lo hace saber (16:14).
Jesús es el «hilo conductor» que atraviesa la Escritura. Es el Jehová del Antiguo Testamento, “Dios… manifestado en carne”, del cual habla el Nuevo Testamento (1 Timoteo 3:16). De este modo, toda interpretación de ciertos pasajes que quitaría a Jesús su divinidad —tan frecuente y categóricamente afirmada en otros versículos— no puede ser otra cosa que completamente falsa y sugerida por Satanás.
“El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios... y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).