Amar a David

1 Samuel 16 – 1 Samuel 17 – 1 Samuel 18

Cinco personas o grupos de personas que amaron a David son mencionados en el primer libro de Samuel. Los citaremos en el orden que deseamos considerarlos para nuestra enseñanza: Saúl (16:21), los siervos de Saúl (18:22), todo Israel y Judá (18:16), Mical, hija de Saúl (18:20, 28) y Jonatán (18:1).

Saúl

En el versículo 29 del capítulo 18 leemos: “Fue Saúl enemigo de David todos los días”. Esto resume sus relaciones con David. Sin embargo, se dice antes: Saúl “le amó mucho” (16:21). Esto nos lleva a preguntarnos acerca de la calidad de este amor y el de las otras personas que amaron a David. ¿De qué manera se manifestaron sus sentimientos reales hacia él?

David, de joven, fue traído ante el rey Saúl que estaba atormentado por un espíritu malo, porque sabía tocar el arpa. “Cuando el espíritu malo de parte Dios venía sobre Saúl, David tocaba el arpa y tocaba con su mano; y Saúl tenía alivio y estaba mejor” (16:23). Además, Saúl estaba impresionado con las cualidades viriles de David: era “valiente y vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso”. Y Saúl “le amó mucho, y le hizo su paje de armas” (16:18, 21).

Saúl amaba a David para hacerlo su siervo. Pero no discernió sus cualidades morales, ni trató de conocerlo. Sin embargo, Dios tenía otros pensamientos con respecto a David. Fue a quien utilizó para libertar a Israel de las manos de Goliat, mientras que Saúl mismo, sus príncipes y los hombres de Israel habían perdido todas sus energías. Cuando David regresó como vencedor, Saúl mostró que tenía poca estima por su paje de armas. No parecía conocerlo más cuando dijo: “¿De quién es hijo ese joven?” Luego, cuando las mujeres dijeron en sus cánticos de triunfo: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”. Saúl no podía soportar que la primogenitura fuera dada a David. Quizás temía que David fuese aquel del cual el profeta Samuel dijo: “Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú” (15:28). Desde aquel día, su amor se convirtió en odio y procuraba matar a David. No obstante, poco después Jonatán dijo a Saúl: “Sus obras han sido muy buenas para contigo; pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste” (19:4-5). Saúl quiso sacar provecho de esta liberación, pero rechazó el hecho de que David fue el autor de ella. Ahora bien, rehusar dejarle de todo corazón el primer lugar equivalió a odiarle y a desear deshacerse de él.

Quizás alguien se vea atraído por las cualidades morales de Jesús, por la belleza de Su enseñanza. Si soy infeliz a causa de mis pecados, tal vez reflexione de la manera siguiente: «He aquí alguien que me puede ser de utilidad». Pero ¿haría tal cosa como servirme de él para seguir mi propio camino más fácilmente? Él es el Salvador y el Señor. Es necesario que yo venga a él y le confiese mi pecado, abandonando mi propia voluntad para obedecerle. Entonces Jesús ocupará el primer lugar en mi corazón.

Los siervos de Saúl

Leemos en el capítulo 18:5: “Era acepto a los ojos de todo el pueblo, y a los ojos de los siervos de Saúl”. Luego, estos siervos se tornaron en mensajeros verbales de Saúl para decir a David: “El rey te ama, y todos sus siervos te quieren bien” (v. 22). La victoria de David les había fascinado, su bondad y su humildad les había quitado su reparo hacía un hombre que les había exaltado ante el rey. Sacaron también provecho de sus éxitos con los enemigos. Pero seguían manteniendo su carácter de “siervos de Saúl”, y David era siempre considerado para ellos como extranjero. No podía participar con ellos, aun si aceptaban darle un puesto privilegiado.

No sabiendo aún la intención oculta de Saúl de matarlo, se presentaron como instrumentos dóciles del rey para incitar a David a que se volviera a su yerno. Y cuando Saúl se descubrió delante de ellos, manifestándoles su deseo de matarle, ninguno de ellos protestó (19:1). Jonatán solo se manifestó en favor de David. Vemos más adelante que Doeg edomita, un enemigo del pueblo de Dios, era el principal de los siervos de Saúl. (22:9). Fue el que contestó cuando el rey preguntó a todos y el que reveló la visita del fugitivo al sacerdote Ahimelec. Los siervos de Saúl no tenían la maldad suficiente para matar a los siervos de Dios, pero dejaron que Doeg cumpliera ese encargo sin protestar ni oponerse. Quizás aun, después de que Doeg hubiese matado a veinticinco sacerdotes, le prestaron ayuda para herir mortalmente a Nob, ciudad de los sacerdotes. “Así a hombres como a mujeres, niños hasta los de pecho, bueyes, asnos y ovejas, todo lo hirió a filo de espada” (22:19).

Son numerosos aquellos que son atraídos por la bondad que irradia de la persona del Señor Jesús y que quisieran valerse de él, teniéndolo como un hombre excepcional. Esto es una trampa del enemigo que siempre desea oponerse al Señor y, si es posible, destruir su Nombre. No se puede servir al uno y al otro (véase Mateo 6:24). Uno no podía estar unido a David y ser siervo de Saúl bajo la guía de Doeg. Hoy en día, no es posible estar al lado de Cristo y continuar sirviendo al príncipe de este mundo.

Todo Israel y Judá

David “salía y entraba delante del pueblo”. Se veía que Dios estaba con él y lo hacía prosperar. Esta prosperidad suscitaba el entusiasmo de todo el pueblo: “Todo Israel y Judá amaba a David” (18:16). Después de su victoria sobre Goliat, todas las mujeres salieron cantando y danzando para aclamarlo. Se nota que estos cantos no tenían la misma calidad ni profundidad que el de María después del paso del mar Rojo (Éxodo 15:21) Ésta había exaltado a Dios de pleno acuerdo con Moisés, sin pronunciar una sola palabra de este último, mientras que aquí las mujeres se expresaron de una manera que contrastaba con lo que David había dicho: “Toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel” (1 Samuel 17: 46). Ellas exaltaron a David y a Saúl comparándolos uno al otro.

El pueblo había deseado un rey. Estaban dispuestos a seguir al que les diera la mayor gloria. Pero ¿cómo podían amar realmente y seguir a David olvidando a su Dios? La tribu de Judá, a la cual pertenecía David, era especialmente llamada por su nombre con todo Israel (v. 16). Sin embargo, los lazos de parentesco no eran suficientes para ligarlos totalmente al que sería más tarde rechazado. Cuando David fue perseguido por Saúl, los hombres de Judá en Keila y en Zif buscaron cómo entregarlo, cuando venían de ser libertados de los filisteos por David y sus hombres (23:12, 14, 20)

Al comienzo del ministerio de Cristo entre el pueblo de Israel, se extendió su fama y “venían a él de todas partes” (Marcos 1:45). Luego, el pueblo se volvió en contra de Él para que fuera crucificado. ¿Seríamos de aquellos que, perteneciendo a un pueblo cristiano que lleva el nombre de Cristo, no lo han recibido personalmente como su Salvador? No se recibe la salvación que Jesús trae siguiendo a la muchedumbre, sino dejándose atraer por él “a parte de la gente” (7:33), para recibir la salvación que él da gratuitamente a todo aquel que cree en él.

Mical

Mical se apegó a David en el momento en que, después de su brillante victoria sobre Goliat, se había convertido en el más famoso de los oficiales de Saúl. Atraída por su belleza y sus éxitos, amó a David; y él la adquirió por el doble de lo que pedía Saúl.

Mical amaba a David sinceramente. Cuando fue amenazado por Saúl, le avisó y empleó una estratagema para proteger su huida (1 Samuel 19:13). Sin embargo, esta estratagema reveló que ella tenía una estatua: servía a un ídolo. Su corazón no seguía a Dios y no podía distinguir en David al Ungido de Dios. Cuando Saúl le preguntó por qué había dejado escapar a su enemigo y la acusó, ella no temió imputar a David una violencia muy opuesta a su carácter (19:17). Desde ese día en el cual David se convirtió en un proscrito perseguido por Saúl, Mical rompió todo lazo con él y aceptó ser entregada como mujer a otro hombre (25:44).

Sin embargo, David no la había olvidado. Cuando fue rey en Hebrón, después de la muerte de Saúl, exigió que ella fuese traída a él (2 Samuel 3:13). Mical asistió a la vuelta del arca a Jerusalén y al gozo de David que “danzaba con toda su fuerza delante de Jehová....; y le menospreció en su corazón” (6:14-16). David parecía sentirse, no en la gloria como rey de Israel, sino en su apego al arca de Dios (Salmo 132), único centro del culto verdadero a Dios sobre la tierra. Mical no había querido compartir el rechazo y el exilio de David, tampoco pudo apreciar la gloria moral de aquel que se humilló voluntariamente ante Dios y los hombres para que Dios fuera servido y exaltado. Mical amó a David con vistas a estar ligada a su gloria, pero menospreció su humillación.

Estamos ligados a un Cristo glorificado en el cielo pero todavía menospreciado en la tierra. ¿Estamos unidos a él en un verdadero amor que acepta compartir ese desprecio, buscando lo que agrada a Dios, especialmente en la realización de un culto que coloca la gloria del hombre enteramente de lado? Si pensamos amar a Cristo sin aceptar en la práctica el oprobio de estar apartado para él, nos mostramos como “enemigos de la cruz de Cristo” (Filipenses 3:18).

Jonatán

El amor de Jonatán hacia David poseía una fuerza única. En contraste con la actitud despreciativa de Saúl y de Abner que traicionaba una sorda envidia, Jonatán discernió la belleza moral de David, se ligó y se entregó a él sin medida. Él, el hijo del rey llamado a sucederle, guerrero afamado, se quitó su manto y sus armas para dárselas a David (1 Samuel 18:1-4). Se colocó a un lado para darle la preeminencia y reconocerlo como aquel a quien pertenecía la realeza. El afecto de Jonatán no se desdijo cuando Saúl buscó matar a David. Sólo lo defendió ante su padre, aun con riesgo de su vida (20:33). Se encontró con David en el campo para advertirlo de las intenciones de Saúl y lloraron juntos. Más tarde, Jonatán vino a visitar al proscrito y confirmó que él lo reconocía como el que debía reinar (23:17).

No obstante, una cosa le faltó a Jonatán. En un momento decisivo, “David se quedó en Hores, y Jonatán se volvió a su casa” (23:18). Jonatán conservó su puesto de segundo cerca de Saúl esperando ser el segundo después de David. Dejando escapar la oportunidad para seguir a David rechazado, perdió el puesto de honor que David le habría dado de todo corazón en el reino. Por tal motivo, no figura entre los valientes de David (2 Samuel 23:8-39). Se quedó asociado a Saúl durante su vida y lo fue también en su muerte. La endecha que David compuso después de la muerte de Saúl y Jonatán expresaba en palabras emocionantes el precio que tenía para él el amor de Jonatán (2 Samuel 1:17-27). Su dolor profundo se mostró así: “Saúl y Jonatán, amados y queridos; inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados”.

El ejemplo de Jonatán, entre los que amaron a David, es el que habla más fuertemente. Podemos amar a Cristo sinceramente y no aceptar el hecho de llevar su vituperio (Hebreos 13:13). Amarlo y, sin embargo, no seguirlo, quedando asociados a lo que es opuesto, es un peligro que subsiste en la actualidad.

No pensemos demasiado en nuestro amor por el Señor. Dejémonos penetrar por la grandeza de su amor por nosotros, según el ejemplo del apóstol Pablo (Gálatas 2:20), para seguirlo y “conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos” (Filipenses 3:10).