Significado y valor del Antiguo Testamento

Muchos lectores de la Biblia encuentran difícil el Antiguo Testamento. Algunos piensan que, con excepción de los salmos y de algunos otros pasajes, sólo contiene relatos concerniente a épocas caducas desde hace largo tiempo, y que, para nosotros, esos textos hoy día no tienen más que un mero valor histórico. Otros consideran el Antiguo Testamento como si fuesen las Santas Escrituras de los israelitas, pero nada más. Los cristianos, según esta teoría, necesitarían sólo del Nuevo Testamento. Tales concepciones no atribuyen justicia al verdadero significado de las Santas Escrituras del Antiguo Testamento. Este último es la Palabra de Dios, del mismo modo que lo es el Nuevo Testamento.

1) El Antiguo Testamento es la Santa Escritura

Los libros del Antiguo Testamento no constituyen solamente la primera parte de la Biblia, tal como la conocen los cristianos. Fueron, y aún son hoy, las Santas Escrituras del pueblo de Israel; es decir, de los judíos. La Biblia de los judíos se distingue de nuestro Antiguo Testamento únicamente por el orden diferente de los libros, pero no por su contenido. Los judíos ortodoxos aún cumplen numerosos mandamientos de la ley de Moisés, además de observar una multitud de otras tradiciones que van mucho más lejos que los mandamientos de Dios en la ley (véase Marcos 7:1-16).

Como pueblo, Israel no discierne que el Mesías, prometido en el Antiguo Testamento y esperado por la nación, ya vino en la persona de Jesucristo. Ese rechazo tuvo como consecuencia que Dios no pudiera reconocer más a Israel como su pueblo terrenal, ni tratarlo como tal, y que lo pusiera de lado por un tiempo. Hoy, tanto los judíos como las naciones no pueden ser reconciliadas con Dios sino por la fe en el Señor Jesucristo y en su obra expiatoria; entonces pasan a pertenecer a la Iglesia (ekklesia) del Dios viviente (1 Corintios 12:13; Gálatas 3:28; Efesios 2:11-18; Colosenses 3:11). El endurecimiento con el cual Dios castigó a Israel es descrito con detalle en los capítulos 9 a 11 de la epístola a los Romanos.

En realidad, habiendo rechazado a Cristo y al mensaje del Nuevo Testamento, Israel ya no puede comprender más el Antiguo Testamento correctamente. Pablo escribió en 2 Corintios 3:14-16 referente a esto: “Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará”.

2) El Antiguo Testamento: un libro histórico

El Antiguo Testamento es también un libro histórico: se extiende desde el período de la creación del mundo hasta la época que siguió la cautividad babilónica, hacia los años 400 antes de Cristo. Pero es un libro de historia divino, y no humano. Los dos primeros capítulos de la Biblia, donde encontramos la descripción de la creación del mundo y de los hombres, contienen hechos que nos son conocidos sólo por revelación, ya que ningún testimonio de entonces podía llegar hasta nosotros.

Del mismo modo, la lectura de las otras partes del Antiguo Testamento confirman que la «historia» de la cual se trata no ha sido escrita según las reglas humanas. En este libro, Dios muestra cómo ve a los hombres. Desde la caída, éstos no cesaron de alejarse cada vez más de Dios. Cuando su pecado y su orgullo aumentaron desmesuradamente, Dios castigó al género humano de entonces con el diluvio. Sin embargo, después de ese juicio, los hombres no tardaron en alejarse otra vez de Dios.

No obstante, entre esos hombres, se hallaban también algunos que temían a Dios y que creían en él. Las vidas de Enoc, de Noé y de Abraham quizás no dejaron una impresión profunda en el mundo, pero Dios inscribió la marcha y la fe de esos creyentes (véase Hebreos 11).

Numerosos reyes que desempeñaron un importante papel en la historia del mundo cayeron prácticamente en el olvido, cuando otros, cuya misión fue sólo «secundaria», hallaron su lugar en la Biblia, a causa de los contactos que mantuvieron con Dios o con su pueblo. Así, por ejemplo, el nombre del rey Belsasar es mencionado en Daniel 5, pero no aparece en las listas oficiales de los monarcas de Babilonia. Ahora bien, la existencia de ese soberano ha sido confirmada por el descubrimiento de un cilindro que llevaba una inscripción de Nabónido de Ur, padre de Belsasar.

El nacimiento y la historia del pueblo de Israel ocupan la mayor parte del Antiguo Testamento. Dios eligió a ese pueblo por pura gracia, a fin de dar a conocer Sus principios y Su voluntad en la tierra. Sin embargo, la historia de Israel también habla de decadencia, porque el hombre estropea todo aquello que Dios le confía. Hasta los profetas, que Dios continuamente envió a su pueblo, no pudieron detener esa tendencia por medio de su ministerio, dado a conocer en gran parte en los libros proféticos.

El Antiguo Testamento describe pues la historia de la humanidad y del pueblo de Israel bajo el justo gobierno de Dios, como un largo período de rebeldía y de decadencia. Pero, al mismo tiempo, Dios hace siempre brillar su gracia en esas circunstancias, y muestra también la fe de aquellos que confían en él.

3) El Antiguo Testamento: un libro de figuras

Varias veces encontramos en el Nuevo Testamento la mención de que el Antiguo Testamento ha sido escrito igualmente para la enseñanza de los cristianos. En la epístola a los Romanos, dirigiéndose a los creyentes de Roma quienes, en su mayor parte, no procedían de los judíos sino que venían de entre los gentiles, el apóstol Pablo dijo: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4). Las cosas que “se escribieron antes” y las “Escrituras” designan claramente el Antiguo Testamento. Este hecho resalta primeramente de la cita del salmo 69:9 dada en el versículo 3 del capítulo 15.

En segundo lugar, en la época en que se redactó la epístola a los Romanos (hacia los años 58 después de Cristo), sólo existía un reducido número de textos del Nuevo Testamento. Ignoramos en qué medida fueron entonces esparcidos y conocidos. En tercer lugar, la expresión griega “hai graphai” aquí empleada para las “Escrituras” es utilizada en el Nuevo Testamento sólo para designar las Santas Escrituras del Antiguo Testamento.

Asimismo Pablo, en su primera epístola a los Corintios, a menudo se refirió al Antiguo Testamento. En el capítulo 9:9, citó un mandamiento de Deuteronomio 25:4: “No pondrás bozal al buey que trilla”. En el versículo 10, añadió: “Pues por nosotros se escribió...”, y este versículo, así como las costumbres de aquellos que servían en el templo (v. 13), sirvieron para demostrar que, en el terreno espiritual, todo siervo tiene derecho a su salario para su actividad.

En 1 Corintios 10:1-11, Pablo, en forma de advertencia, recordó diferentes incidentes que datan de la época del peregrinaje del pueblo de Israel en el desierto. Los comentó de la manera siguiente: “Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron” (v. 6). La enumeración de cuatro pecados en los cuales Israel cayó (idolatría, fornicación, rebelión y murmuración) acaba con estas palabras: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (v. 11).

Los versículos 21 a 31 de Gálatas 4 van aún más lejos. Pablo habló en ese pasaje de Sara, la esposa de Abraham, y de Agar, su sierva, así como de sus hijos Isaac e Ismael; y dijo expresamente que esas cosas son una alegoría: esas personas son imágenes de la gracia y de la ley (v. 24). De la misma manera, en Hebreos 7:1-3, el rey Melquisedec es comparado con Cristo, el Hijo de Dios. En esta ocasión, la traducción y el significado de esos nombres son idénticos: “Rey de justicia” y “Rey de paz”.

Esos pasajes del Nuevo Testamento son importantes en la medida que dan una «llave» inspirada por el Espíritu Santo para comprender correctamente el Antiguo Testamento. Este último encierra innumerables «tipos» o «figuras» que hacen alusión a personas, hechos o acontecimientos del Nuevo Testamento. Bajo este aspecto, es pues oportuno que el Antiguo Testamento se llame el «libro de figuras» del Nuevo Testamento. Numerosas verdades, expuestas doctrinalmente y a menudo de una forma abstracta en el Nuevo Testamento, se hallan ya presentadas a través de imágenes en el Antiguo Testamento. Así por ejemplo, el sacrificio de Isaac, en el capítulo 22 de Génesis, habla de manera muy clara de Dios “que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32). El tabernáculo en el desierto constituye una figura muy apropiada de la Iglesia (ekklesia) de Dios hoy en día (Mateo 16:18; 1 Corintios 3:9-17). Y, los cuarenta años de peregrinaje del pueblo de Israel en el desierto, con todas las tentaciones que encontraron, hablan en figura de la vida cristiana aquí en la tierra y de todos los peligros que implica.

Fijémonos en algunos de estos ejemplos, que, por otro lado, muestran las diferentes clases de figuras del Antiguo Testamento. Notemos principalmente las siguientes distinciones:

  1. Las personas: por ejemplo, Eva: la Iglesia; José: Cristo; David: Cristo.
  2. Los objetos: por ejemplo, el arca: Cristo; el tabernáculo: la Iglesia; las tablas de la ley: la Palabra de Dios.
  3. Los lugares: Egipto: el mundo; el desierto: nuestras circunstancias terrenales; Canaán: los lugares y las bendiciones celestiales.
  4. Los acontecimientos: José vendido por sus hermanos: Cristo desechado por los judíos; los sacrificios de animales: la obra de redención de Cristo, etc.

Un principio fundamental se impone en relación con el estudio de las figuras del Antiguo Testamento: ¡Nunca lleguemos más allá, en su interpretación, de aquello que el Nuevo Testamento nos revela! Las figuras nos son dadas para ilustrar de manera apropiada la enseñanza del Nuevo Testamento por y para la práctica.

4) El Antiguo Testamento: un testimonio de Cristo

Subrayemos sin embargo este hecho esencial: el Antiguo Testamento ya da testimonio del Señor Jesucristo. El Señor mismo dijo a los judíos en Juan 5:39: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Anunció sus sufrimientos a los discípulos con estas palabras. “He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará. (Lucas 18:31-33).

Luego, el día de su resurrección, cuando el Señor caminaba con los dos discípulos agobiados que se dirigían de Jerusalén a Emaús, terminó diciéndoles: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:25-27). La noche de ese mismo día, el Señor se apareció a todos sus discípulos. En esa ocasión, les dijo: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:44-47).

Así pues, no solamente los profetas, sino todas las Escrituras del Antiguo Testamento dan testimonio de Cristo y de su obra. Las distintas partes de las cuales el Señor se sirvió en Lucas 24:44 para designar el conjunto del Antiguo Testamento, la ley de Moisés, los profetas y los salmos, corresponden exactamente a la clasificación hebrea: la Ley (La Torah), los Profetas (Nebiim) y los Hagiógrafos o Escritos que incluyen los salmos como primero y principal libro (Ketubim).

En sus predicaciones, desde el principio los apóstoles también se apoyaban en el hecho de que las Escrituras del Antiguo Testamento hablaban de Cristo. Pedro en Hechos 2:30-31; 3:18, 22-23; Felipe en el capítulo 8:35, y Pablo en los capítulos 17:2-3 y 28:23.

Las profecías

Las profecías concerniente al Señor Jesús y a su obra comienzan en el libro de Génesis. Llenan todo el Antiguo Testamento culminando en los profetas. En ellas podemos advertir una manifiesta progresión de las revelaciones.

La primera declaración profética relativa al Señor Jesús aparece en Génesis 3:15. Después de la caída, Dios mismo dijo a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Era una clara alusión al Gólgota (compárese con Hebreos 2:14).

En el capítulo 22 de Génesis, Abraham recibió de Dios la siguiente promesa: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (v.18). Según Gálatas 3:16, esta simiente (descendencia) de Abraham no es otra persona sino Cristo.

El patriarca Jacob fue el hombre que expresó la primera profecía en relación con el Señor Jesús. En la bendición que pronunció sobre su hijo Judá, dijo: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:10). Ya aquí encontramos el anuncio según el cual Cristo procedería de la familia de Judá.

En los salmos y en los libros de los profetas, son anunciados otros detalles referente a la vida, los sufrimientos y la muerte del Señor. Todas estas profecías ya han sido cumplidas. Miqueas 5:2 menciona el lugar de su nacimiento: Belén, Daniel 9:25, la época de su venida, e Isaías 7:14, su milagroso nacimiento. Numerosos pasajes describen también su gloria y su reinado durante el Milenio. En la última profecía mesiánica del Antiguo Testamento, en Malaquías 4:2, el Señor es llamado “el Sol de justicia”.

Las figuras

En la parte llamada «el Antiguo Testamento» (un libro de imágenes), ya hemos notado un cierto número de figuras, entre las cuales algunas se refieren al Señor Jesús. Pero las figuras constituyen aún una otra clase de testimonio dado al Señor Jesús en el Antiguo Testamento.

Aquí mencionaremos sólo algunas de esas tantas figuras del Antiguo Testamento cuya explicación se da en el Nuevo Testamento.

  1. El cordero pascual (Éxodo 12; 1 Corintios 5:7).
  2. El sumo sacerdote (Hebreos 2:17; 9:11; 10:11-12).
  3. El arca del pacto y el propiciatorio (Éxodo 25:10…; Hebreos 9:4-5; Romanos 3:25).
  4. La serpiente de bronce (Números 21:9; Juan 3:14).
  5. Jonás tres días en el vientre del pez (Jonás 2:1; Mateo 12:40).

La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

El Antiguo Testamento no es un simple documento histórico. Contiene numerosas profecías, entre las cuales algunas han tenido su cumplimiento, y otras aún esperan ser cumplidas. Además, contiene una sorprendente cantidad de figuras que presentan las verdades del Nuevo Testamento. Éstas debían permanecer escondidas a los lectores de aquella época. Pueden ser comprendidas sólo a la luz de la revelación del Nuevo Testamento. Pero, desde el principio hasta el fin, subsiste el hecho principal: el Antiguo Testamento da testimonio del Señor Jesús.

Así pues, el Antiguo y el Nuevo Testamento forman una unidad indisoluble. Sin la primera parte de la Biblia, importantes porciones de la segunda serían incomprensibles. El Nuevo Testamento contiene a lo menos 330 citas del Antiguo. Eso comprueba, desde un punto de vista puramente exterior, la estrecha relación entre las dos partes de la Biblia. Además, numerosos pasajes del Nuevo Testamento mencionan acontecimientos o nombres del Antiguo Testamento, sin que por eso se trate de una cita textual.

Todo esto confirma la exactitud del viejo proverbio latino:

Novum Testamentum in Vetere latet.
Vetus Testamentum in Novo patet.

«El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo; el Antiguo Testamento está abierto en el Nuevo».