La oración de Pablo por los colosenses

Colosenses 1:9-12

Por medio del fiel servicio de Epafras, los creyentes de Colosas recibieron las Buenas Nuevas de la gracia de Dios y vinieron a ser así discípulos del Señor Jesucristo (Colosenses 1:7). Pablo, quien no conocía personalmente a esos cristianos, sino que había oído hablar de ellos por Epafras, se agradaba en recordar el bien que había en ellos; llevaban fruto y crecían (v. 6). ¡Qué hermoso ejemplo!

Para Pablo, era evidente que iban a surgir serios peligros en el horizonte para esos creyentes. Antes de orar por ellos, dio gracias a Dios especialmente pensando en su fe, en su amor y en su esperanza (v. 3-4). Ante los peligros particulares que corrían, los remitió enteramente a Dios. Es una lección importante para nosotros hoy en día. Paralelamente al buen servicio de Epafras, había personas que querían enseñar a estos cristianos (véase especialmente 2:4, 8, 16, 18, 20). En-tonces, Pablo hizo resaltar los recursos que ya poseían en Cristo. Oraba sin cesar por ellos (1:9; 2:1-3), para que pudieran asir realmente la plena suficiencia de Cristo (1:14-19; 2:9-11).

Llenos del conocimiento de su voluntad

Pablo oraba para que conocieran la voluntad de Dios y que ésta fuera su única guía (v. 9). ¡Qué contraste con lo que enseñaban algunos maestros, imponiendo preceptos y mandamientos! (2:16-23). También oraba para que tuvieran una buena condición espiritual, un crecimiento continuo de su inteligencia espiritual (v. 10-11). Cuando es así, la persona y la obra de Cristo se vuelven cada vez más preciosas. Por eso, en este primer capítulo, se realza Su preeminencia: ya sea en el mensaje del Evangelio, en la creación, en la redención o en la Iglesia. También notemos que desde el principio, Pablo se refiere a la gracia de Dios (v. 6): es el fundamento de nuestra salvación, de nuestra conducta y de nuestro desarrollo espiritual.

Poner el conocimiento en práctica

El Señor Jesús dijo a sus discípulos: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17; compárese con Santiago 1:22). De la misma manera, Pablo indica aquí que el conocimiento de la voluntad de Dios debe llevarnos a andar “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10). Conocer la voluntad de Dios aumenta la medida de nuestra responsabilidad, no como una carga, sino como un privilegio (compárese con Lucas 12:47-48). La magnífica Persona presentada en la epístola a los Colosenses es el Señor del creyente: ¿No es un gran privilegio tenerlo como Maestro y Señor?

Así, Pablo oraba para que los colosenses pudieran andar de una manera digna del Señor, de acuerdo con la Persona gloriosa a la que servían y representaban. No basta saber nuestra dignidad de creyentes, conocer nuestra posición en Cristo; debemos actuar y andar en consecuencia. La marcha cristiana se realiza en la sumisión a la autoridad del Señor y siguiendo su ejemplo, con la energía que la fe recibe del Señor glorificado; no por nuestra propia fuerza, sino por el poder del Espíritu Santo. Sólo por este poder podemos ser imitadores de Cristo y marchar juntos como fieles discípulos.

Agradándole en todo

Cuando el Señor estaba en la tierra, pudo decir en verdad: “Yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29). Agradar a Dios en todo, tal es nuestro deber y nuestro privilegio. Lo hacemos siguiendo al Señor, siéndole sumisos, imitándolo, por amor a él, para que lo que es verdad en él sea verdad en nosotros (compárese con 1 Juan 2:8).

Agradar a su Maestro era también el ardiente deseo de Pablo: “Procuramos también... serle agradables” (2 Corintios 5:9). Y lo mismo desea para nosotros: que comprobemos “lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:10). Esto nos llevará a andar sabiamente (Colosenses 4:5), dependiendo de nuestro Maestro glorificado (2:6). Resultarán “buenas obras”, fruto de la comunión con Cristo en la gloria.

“Llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (1:10) es un proceso continuo. Esto nos hace pensar en Juan 15. ¡Qué maravillosa verdad! Esto puede ser una realidad para cada creyente, joven o mayor. Pero el enemigo se opone siempre; si bien no puede impedir la salvación de las almas, desea que permanezcan en estado infantil. De esta manera, puede ejercer su influencia en ellas, llevarlas de un lado a otro (Efesios 4:14). Haciendo esto, priva a Dios del gozo de la comunión entre él y sus hijos. Satanás se opone siempre a lo que pertenece a Dios, ya sea en el andar o en la adoración del creyente. La enseñanza de Pablo tiene como meta frustrar las victorias del enemigo sobre nosotros.

Fortalecidos con todo poder

Pablo continuaba orando para que el glorioso poder de Cristo en lo alto trabajara en los creyentes aquí abajo, a fin de que pudieran hacer progresos por su poder, conforme a la potencia de su gloria. En el versículo 11, la palabra “paciencia” significa soportar, continuar estando con una carga. Pablo agrega: “longanimidad”, sin relajamiento. Pero eso no lo es todo: ¡no hay que olvidar el gozo y el agradecimiento!

Pensemos en el ejemplo de nuestro Maestro, cómo el gozo que estaba delante de sí lo sostuvo durante todo el camino, ¡y hasta a través de los sufrimientos de la cruz! (Hebreos 12:2). Ahora quiere llenarnos de su gozo. Así, nuestro Dios y Padre será honrado dándole gracias porque “nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:12). Muchos creyentes que pasan por tiempos difíciles aprenden a alabar y a dar gracias a Dios con más fervor. Es el triunfo de Dios, pero nuestro deber es ponerlo realmente en práctica. Notemos que la oración de Pablo (v. 9-11) estaba basada en sus acciones de gracias (v. 3), que lo llevaban luego a la adoración (v. 13). ¡Qué ejemplo para nosotros!

Una enseñanza y una transformación

Cuando los creyentes recibían la enseñanza de Pablo, a la cual aludían sus oraciones, un trabajo de Dios se efectuaba en ellos. Es otro hermoso aspecto de este pasaje. Para Pablo, no bastaba presentarles la doctrina que Dios le reveló; también oraba para que un trabajo según Dios se hiciera en ellos (véanse sus oraciones en Efesios 1:16-23 y 3:14-21).

Cuando hacemos su voluntad, Dios cumple en nosotros un trabajo, haciendo lo que no podríamos realizar por nosotros mismos. ¿Quién de nosotros puede producir frutos? ¿Quién de nosotros puede transformarse a sí mismo? Mirando sólo al Señor, imitándolo en nuestra marcha, dedicándonos completamente a Dios, por una conducta de obediencia... ¡lo imposible se hará posible! Cristo obrará en nuestra vida, como lo hizo en la vida del apóstol (Colosenses 1:29).

Notemos otro carácter de Pablo: No traía una filosofía, una doctrina ni una religión; predicaba a Cristo (v. 28; Romanos 16:25; 2 Corintios 1:19; 4:5). Entonces, en este primer capítulo describe la grandeza de Cristo en la creación, en la redención, en su resurrección y en su posición como cabeza de la Iglesia. Resume la grandeza de Cristo diciendo que en Él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3), en Él quien está en la gloria y al mismo tiempo vive en los creyentes.

El Tesoro

La persona del Señor Jesús constituía el centro del ministerio del apóstol Pablo. Cristo era y significaba todo para él. En esto Pablo constituye un ejemplo para todos los creyentes (compárese con 1 Timoteo 1:16). Cayó ante el Señor Jesús (Hechos 9:4), como ante alguien a quien debía su capitulación; luego se consagró y sirvió. Por amor a su Maestro, que se dio a sí mismo por él (Gálatas 2:20), Pablo comenzó su servicio; y continuó para siempre, consciente así de su nulidad como de la plena suficiencia de Cristo.

En el tiempo en que Pablo escribía la epístola a los Colosenses, el enemigo había empezado a sustraer a los creyentes de Colosas la convicción de la grandeza de Cristo. Les sugería que tenían que hacer o ser algo, además de lo que Cristo era y había hecho. Era un ataque muy sutil. Los maestros que Pablo desenmascaró en esta epístola no negaban que Cristo fuese grande, que su obra no fuera maravillosa —tal vez hasta lo enseñaban—, sino que agregaban que los creyentes debían hacer algo más aparte de Cristo y de su obra. Pablo establece aquí que todos los tesoros están en Cristo (Colosenses 2:3), y que los cristianos deben andar en él. Deben crecer arraigados y sobreedificados en él (v. 5-7). En él, ahora el Hombre glorificado en el cielo, “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (v. 9), en su cuerpo, como Hombre en la gloria. Los creyentes están completos en Cristo, que es el jefe o “la cabeza de todo principado y potestad” (v. 10). Ninguna cosa, ninguna gloria, ninguna obligación, nada puede ser agregado a Cristo. Al intentar agregar alguna cosa a su obra o poner algo al lado de su Persona, se atenta contra su plena suficiencia y su grandeza única.

Conclusión

A lo largo de la vida de Pablo, notamos una apreciación creciente de Cristo. Cuanto más pasaba el tiempo, más aumentaba el valor de ese tesoro para él. Vemos esto en sus discursos en Hechos 22 y 26, y en sus escritos a Timoteo (segunda epístola). Estaba cada vez más impresionado por la grandeza de su Persona. Y ¿no es ello la intención de esta oración? Lo que expresa aquí, era su deseo para sí mismo, para los creyentes de aquellos días y para nosotros de hoy en día. Cristo debería ser el centro de nuestras vidas. No hay ningún lugar para la carne, ningún lugar para el «yo», ningún lugar para el hombre en la carne, sino que “Cristo es el todo, y en todos” (3:11).