Discernir la voluntad de Dios

En todas las cosas, el Señor Jesús es nuestro perfecto modelo. Si deseamos conocer la voluntad de Dios, basta con considerarle a él para aprender las mejores lecciones. Verdaderamente Él pudo decir: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”; “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Salmos 40:8; Hebreos 10:9).

¿Es posible hacer la voluntad de Dios en la tierra, allí donde la voluntad del hombre se opone con orgullo a la de Dios, donde la rebelión, la confusión y la corrupción progresan por todas partes? La única respuesta positiva está en Aquel que fue aquí el humilde varón de dolores. Fue fiel, obediente y consagrado a la voluntad de Dios en cada detalle de su vida de fe. El punto culminante de esta obediencia fue la cruz: allí él mismo se ofreció en sacrificio para que Dios sea glorificado en la salvación de innumerables pecadores.

La voluntad de Dios en sus designios

¿Podemos conocer la voluntad de Dios? En muchas cosas, ¡sin duda que sí! Pero no podemos conocerla de forma absoluta, salvo cuando se halla revelada en las Escrituras. Así, “según el puro afecto de su voluntad” hemos sido predestinados a esta inmensa bendición de ser adoptados por Dios mismo como sus hijos (Efesios 1:5). Del mismo modo, en lo que respecta a la Iglesia, “Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1 Corintios 12:18). La Palabra nos revela muchas otras grandes bendiciones divinas que han sido dadas a los creyentes, y Dios nos dice que su voluntad las decretó para nosotros. Tenemos buenos motivos para regocijarnos en las riquezas de su gloria y de su gracia, y en la inefable hermosura de la voluntad de un Dios salvador.

Su voluntad con respecto a los principios de nuestra conducta

En su Palabra, Dios también nos hace conocer su voluntad acerca de muchos asuntos relativos a nuestra vida diaria. Sobre este asunto, nos da una seguridad absoluta. La pregunta es: ¿Encontramos nuestro gozo en esta voluntad de Dios para dirigir nuestra conducta? Por ejemplo, está escrito: “La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1 Tesalonicenses 4:3). Numerosos otros pasajes nos enseñan claramente qué clase de conducta es justa y conveniente. Leámoslos a menudo, y meditémoslos, de manera que nos resulten familiares. Sobre todos estos asuntos podemos conocer cuál es la voluntad de Dios, puesto que Él la declara expresamente. Pero eso no lo es todo.

El Señor Jesús conocía la voluntad de Dios, y mucho más que esto, la cumplía. Tengamos cuidado con esta palabra salida de sus labios: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17). Si deseamos conocer la voluntad de Dios, preguntémonos en primer lugar con seriedad: ¿por qué razón queremos conocerla? ¿Es para saber si nos conviene, si satisface nuestros deseos? ¿O es porque realmente deseamos hacerla, cueste lo que costare? Dios conoce profundamente nuestros motivos. Cuando los rescatados de Israel, justamente después de la deportación a Babilonia, se acercaron a Jeremías para pedirle que se informara de la voluntad de Dios, podían decir atrevidamente que escucharían la Palabra de Dios (Jeremías 42:5-6). Pero hicieron errar sus propias almas, estando dispuestos a obedecer sólo si la voluntad de Dios correspondía a su propio pensamiento (v. 20-21). Si no tenemos la honesta intención, el deseo real, de cumplir la voluntad de Dios, nunca conseguiremos una firme convicción en cuanto a la enseñanza de la Palabra de Dios. Por el contrario, si queremos hacer su voluntad —como dice el Señor— tendremos claridad en cuanto a la doctrina, es decir la enseñanza de la Palabra, la cual tomará toda su fuerza para conducirnos.

Su voluntad con respecto a nuestra vida personal

No obstante, nuestras vidas experimentan numerosas circunstancias para las cuales Dios no ha declarado explícitamente su voluntad en las Escrituras y que, sin embargo, son motivos de preocupación para nosotros. Pensamos en las circunstancias de la vida diaria, que no se expresan en términos de bien y de mal, sino que implican decisiones de nuestra parte: ¿Es necesario comprar o alquilar una casa? ¿Es necesario mudarse, y adónde? ¿Qué coche comprar? ¿Es preciso hacer tal visita, ayudar a tal persona? etc. Algunos creyentes se muestran muy seguros en tales casos, y afirman sin vacilación que están convencidos de que la voluntad de Dios es que hagan esto o aquello. Pero, ¿no es presunción afirmarlo? ¡Es poner una gran confianza en sus propias capacidades de discernimiento!

He aquí un versículo muy útil para que aprendamos a tener una adecuada percepción de la voluntad de Dios: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Lo importante no es solamente conocer la voluntad de Dios, sino discernir el valor práctico. ¿Cómo es posible? Del lado negativo: no conformándonos a este mundo. Y del lado positivo: siendo transformados por la renovación de nuestro entendimiento. Los principios del mundo, para una sabia decisión, son la conveniencia, el beneficio, el bienestar, etc. Si se presenta un trabajo atractivo y bien remunerado, en una localidad alejada de un lugar de reuniones de las iglesias, un cristiano gobernado por los principios del mundo aprovechará inmediatamente la ocasión. Por el contrario, un creyente “transformado”, dará prioridad a los intereses del Señor; su entendimiento renovado evaluará la situación desde el punto de vista divino. Luego, experimentará que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.

Cuanto más familiar nos sea la Palabra de Dios, tanto más ella nos ayudará en las decisiones que hemos de tomar. Aprendiendo a conocer la voluntad de Dios en las grandes cosas, adquiriremos el discernimiento para las pequeñas. Y a menudo, mientras leemos las Escrituras, Dios nos hace descubrir enseñanzas que se aplican exactamente a las circunstancias por las cuales nuestros corazones han sido puestos a prueba delante de Él.

Cuando se nos presenta un problema que requiere una pronta respuesta por sí o por no, dejemos a la luz divina sondear profundamente nuestros corazones para saber si verdaderamente estamos dispuestos a aceptar lo que el Señor nos mostrará, sea o sea no. Entonces podemos presentarlo delante de Él con la seguridad de que guardará nuestro corazón en paz a propósito de la decisión a tomar. También puede permitir que no experimentemos ninguna paz con respecto al camino que no es según su voluntad. Aun entonces, no afirmaremos que conocemos su voluntad en cuanto a ese asunto, sino confiaremos en que Él ve que verdaderamente deseamos hacer su voluntad.

Si nuestra incertidumbre perdura por algún tiempo, más bien pensemos que el Señor lo permite para producir en nosotros una más real dependencia de él. Esto nos lleva a orar de manera más apremiante y a leer más la Palabra para encontrar en ella Su pensamiento. En la mayoría de los casos, se servirá de ella para mostrarnos el camino: ella se impondrá a nuestros corazones y nos dará el conocimiento de su voluntad. Permanezcamos pues tranquilos en la apacible confianza de que el Señor nos guiará. Lo que conviene al siervo, es una fe de niño.

Estemos seguros de que podemos contar plenamente con el Señor para ser guiados en el buen camino. Esto está muy lejos de la confianza en sí mismo, y muy lejos también de la impaciencia que actúa en un momento de pánico. En la ejecución de sus planes, Dios obra todas las cosas con determinación y también con calma. La confianza en él nos dará también sosiego y tranquilidad.

Deseemos conocer la voluntad de Dios. Más aún, ¡deseemos hacerla! Experimentaremos que es buena, agradable y perfecta.