Más de una vez el Predicador se preguntó: “¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?” (Eclesiastés 3:9). En el plan de su libro, dirigiendo su mirada hacia lo que se hace “debajo del sol”, de capítulo en capítulo llega a esta conclusión: “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo” (2:24). Sabe que Dios lo hizo todo “hermoso en su tiempo”: todas las cosas son pasajeras. Pero su conclusión es la misma: “No hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor” (3:11-13).
Después de considerar los sufrimientos y las opresiones, hasta la reverencia hacia Dios, no tiene otra conclusión que ésta: “He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte” (5:18).
Más adelante nos da diferentes consejos, indicando las cosas que valen más que otras (cap. 7); recuerda aun que Dios juzgará a cada uno; pero llega a la misma conclusión: “Alabé yo la alegría; que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol” (8:15).
¿Es realmente “la vida” gozar así de lo material, que es pasajero, egoísta? Recordemos que el cuadro trazado por el Eclesiastés no representa precisamente las experiencias personales de Salomón, sino las del hombre librado a sí mismo con sus facultades naturales, sin revelación, y que, mirando alrededor de sí, razona sobre la vida. ¿No es ésta la conclusión de muchos hoy en día? ¿Desean algo más que comer y beber bien, alegrarse, distraerse? ¿Hay que extrañarse entonces de tanta tristeza profunda, tanto vacío e insatisfacción, “vanidad y aflicción de espíritu”? (1:14, etc.).
Otros, aunque en menor cantidad, buscan en el ascetismo la solución de la vida. Creen adquirir méritos de esta manera. Privarse voluntariamente de todo gozo terrenal, ¿es esto “la vida”?
¿Qué nos dice el Nuevo Testamento?
Sobre el aspecto terrenal
Si queremos “amar la vida” y “ver días buenos”, Pedro nos advierte acerca de tres peligros (1 Pedro 3:10-11):
- “Refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño”: ¡Cuántas penas produjeron la maledicencia y la calumnia! ¡Qué consecuencias tan dolorosas han traído la mentira y el fraude!
- “Apártese del mal, y haga el bien”: Cada día, cada hora, trae para el cristiano una elección. Posee un discernimiento del bien y del mal, más que el hombre natural. ¿No tenemos que velar cuidadosamente en la vida de todos los días para apartarnos del mal y hacer el bien?
- “Busque la paz, y sígala”, nos recuerda la exhortación del Señor Jesús: “Bienaventurados los pacificadores” (Mateo 5:9). Es reiterada a los hebreos: “Seguid la paz con todos” (Hebreos 12:14), y a los romanos: “En cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). Buscar la paz y seguirla, en el círculo de la familia y de los amigos, en el seno de la familia de Dios, entre los colegas de trabajo y aquellos con los cuales estamos en contacto diario, ¿no es el medio de “ver días buenos”? ¡Cuántas lágrimas se derraman a causa de disputas, de discusiones, de celos!
Pedro nos muestra lo que nos permite ver días buenos; el apóstol Pablo subraya por su lado: “Dios... nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17). “Todas las cosas” de las que se trata aquí son, según el contexto, cosas terrenales. Tenemos que recibir con gratitud todos los favores que Dios derrama sobre nuestro camino. El gozo de la familia, del hogar —si nos otorga la dicha de fundar uno— el gozo de la amistad y de los contactos en el seno de la familia de Dios; en la naturaleza, en la contemplación de su hermosura (¿no decía el Señor Jesús a sus discípulos: “Considerad los lirios del campo”, “Mirad las aves del cielo”?; iba por los campos sembrados con ellos... (Mateo 6:26, 28; 12:1); el gozo de conocer y de aprender; el gozo de la salud, de las fuerzas que Dios nos da.
Sin embargo, para gozar plenamente de esos favores, se necesita relacionar 1 Timoteo 6:17 con Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Sin duda que “todas las cosas” de Romanos 8 van mucho más lejos que “todas las cosas” de 1 Timoteo 6; pero el principio permanece: Dios nos da “todas las cosas en abundancia”. ¿Cómo lo hace? ¡“con Él”! Éste es el gran secreto del cristiano. Puede gozar con gratitud de todo lo que recibe de la mano de Dios, porque disfruta de ello con el Señor Jesús.
En su epístola a los Filipenses, el apóstol Pablo precisa algunos criterios de la expresión “todas las cosas”: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre;... en esto pensad” (4:8). Tal enumeración excluye los goces impuros del mundo, tan a menudo corrompidos por el pecado: todas las cosas que no podemos tener parte “con él”. Si hay que ir a tal lugar para estar a tono con el mundo, ¿podríamos ir “con el Señor”, recibiendo de la mano de Dios el pretendido gozo que creemos encontrar allí?
Así, en este aspecto terrenal, el Nuevo Testamento no nos pide rechazar o despreciar las cosas que son puras; al contrario, nos invita a gozar de ellas como viniendo de la mano de Dios, a gozar de ellas con Jesús; pero también nos hace ver que tenemos que recibir este gozo como «de paso»; el verdadero tesoro de nuestro corazón está en otro lugar. Esto no nos impedirá recoger las espigas y flores que, en su bondad, Dios haya de poner a lo largo de nuestro camino, para que encontremos el gozo con gratitud.
Sobre todo recordemos la palabra del apóstol: “contentos con lo que tenéis ahora” (Hebreos 13:5). Pablo señala a Timoteo: “Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:8), eco del Eclesiastés que declaró: “Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu” (4:6). Recibamos con agradecimiento de la mano de Dios los favores de los cuales nos colma; y sobre todo estemos satisfechos de lo que nos da, sin dejarnos llevar por la insaciable ambición de lo que el Predicador nos recuerda tan a menudo como vanidad.
El gozo espiritual
El creyente posee una fuente de gozo mucho más profunda, mucho más elevada que todas las existentes en el Eclesiastés: una fuente de gozo espiritual de la cual el apóstol Pablo puede decir a los filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (4:4).
El gozo tiene también su fuente en el Espíritu Santo: “fruto del Espíritu”, en Gálatas 5:22; “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”, en Romanos 14:17.
El gozo deriva de la fe, como nos lo dice Romanos 15:13: “El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer”. Es imposible regocijarnos si queremos llevar todas nuestras preocupaciones y penas, en vez de depositarlas en paz en el corazón de un Padre que nos ama; esperándolo a él, podemos gozar de todo lo que su Espíritu nos da a conocer de Cristo.
Las oportunidades de gozo espiritual
Entre tantos pasajes, tomemos algunos ejemplos de fuentes prácticas de gozo espiritual.
- El mayor gozo del cristiano es el de ser salvo: “He aquí os doy nuevas de gran gozo... que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10-11). Cuando Felipe fue a una ciudad de Samaria, y tantas almas se volvieron hacia el Señor, “había gran gozo en aquella ciudad” (Hechos 8:6-8, 12). Un poco más tarde, encontró al eunuco en el camino desierto que iba de Jerusalén a Gaza, le habló de Jesús, y lo dejó después de haberlo bautizado; “el eunuco... siguió gozoso su camino” (Hechos 8:39).
- ¡Cuánto gozo el que procura traer almas al Señor! Tal vez se sirvió de nosotros como instrumentos entre muchos otros para hacerlo, o nos hace asistir al comienzo de la vida divina en una persona. Es la maravillosa expresión de gozo de Lucas 15: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido... Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido... Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido” (v. 6, 9, 32). Más de una vez, hablando de aquellos que fueron llevados al Señor por su intermedio, el apóstol Pablo los ha de llamar “gozo y corona mía” (Filipenses 4:1; 1 Tesalonicenses 2:19-20).
- Hay gozo también en el servicio del Señor y de los suyos. Los setenta vuelven gozosos. Aunque Jesús les muestra que el hecho de tener sus nombres escritos en los cielos es un gozo mayor que servir, esta primera experiencia no les impide estar llenos de gozo (Lucas 10:17-20).
- Qué gozo trae el cumplimiento de la oración en Juan 16:24. Presentar a Dios nuestros pedidos guarda nuestros corazones y pensamientos en paz. Pero ver la oración otorgada, llena de gozo.
- El gozo de dar es expresado en Hechos 20:35: “Más bienaventurado es dar que recibir” (véase también 2 Corintios 8:2).
- Por encima de todo, está el gozo de la comunión con Cristo. La comunión individual en la obediencia y la dependencia son la parte del pámpano ligado a la vid (Juan 15:11), maravilloso gozo del Señor que enseñaba estas cosas a sus discípulos, para que Su gozo estuviera en ellos. Está también el gozo de la comunión fraternal, individual o colectiva. Pablo, escribiendo al final de su carrera a su compañero Timoteo, que viajó y sufrió con él tantos años, puede decirle: “deseando verte... para llenarme de gozo” (2 Timoteo 1:4). ¡Qué gozo volver a ver a un amigo en el Señor, con el cual hemos andado juntos en otro tiempo! Qué gozo también el de encontrarse juntos alrededor del Señor, especialmente en el culto donde lo contemplamos en su muerte y su resurrección. Fue una experiencia inolvidable para los discípulos que, al llegar la noche del primer día de la semana, cuando Jesús les mostró sus manos y su costado, “se regocijaron viendo al Señor” (Juan 20:20).
- La contemplación del mismo Señor proporciona también profundo gozo. Al término de su vida, el apóstol Juan recuerda con emoción que lo vio con sus ojos, lo contempló, lo palpó con sus manos. Quería hacer compartir con los creyentes todo lo que había visto y oído, para que tengan comunión con los apóstoles que vivieron con Jesús: “Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (1 Juan 1:4). Este gozo no es la parte exclusiva de aquellos que vivieron con el Señor. Pedro nos dice: “en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8). Por la fe, vemos a Jesús en su vida sobre la tierra, tal como los evangelios nos lo presentan; lo vemos caminar, orar, entrar en la sinagoga, andar a orillas del mar, reprender a las olas, o sentarse cansado del camino junto al pozo; todo esto llena el corazón de un gozo profundo; mirarlo en su gloria, transforma en su imagen (2 Corintios 3:18). ¡Qué consolación para los discípulos que veían con tristeza al Señor Jesús yendo a la cruz, cuando les dijo, hablando de su resurrección: “Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo”! (Juan 16:22). Hoy es aún una visión actual para la fe.
- El gozo en la esperanza de la venida del Señor se describe en Romanos 12:12: “Gozosos en la esperanza”. El apóstol recordó a Tito “la esperanza bienaventurada” (2:13).
- El gozo supremo será el nuestro cuando Cristo vuelva: “para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4:13). El siervo fiel oirá la voz del Señor que le dice: “Entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21); y el coro celestial responderá: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero” (Apocalipsis 19:7).
- Más profundo aún es el gozo que solamente el cristiano puede conocer, el gozo en el sufrimiento: sufrimiento a través de las diversas circunstancias de la vida, según Santiago 1:2; padecimientos por el Señor, según 1 Pedro 4:13. El cristiano puede regocijarse siempre. ¿Por qué? Porque se goza “en el Señor”.
He aquí el secreto de todos los gozos que hemos considerado. La simple alegría terrenal, incluida en “todas las cosas” que Dios nos da en abundancia, podemos disfrutarla realmente sólo “con él” (1 Timoteo 6:17). Con Cristo disfrutamos del gozo de la salvación, ya sea la nuestra o la de otra persona; en el servicio, en la comunión, en la iglesia local, en la generosidad, sólo “con él” nuestro corazón se regocija; y en la perspectiva de su retorno, ¿no es estar para siempre “con el Señor” lo que produce un gozo profundo en nuestro corazón? Si, a pesar de todo, en los días de sufrimiento, de duelo, de aislamiento, su gozo puede quedar en el fondo de nuestro corazón, ello es posible solamente porque atravesamos todas estas cosas “con él”. Él nunca nos faltará. «Si Jesús está en el fondo de su corazón, su gozo será profundo».