El que da al pobre…
“A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar” (Proverbios 19:17).
En los países occidentales, generalmente existe un nivel de vida que permite no sólo cubrir las necesidades básicas, sino adquirir y consumir muchos otros bienes. Y, sin embargo, todavía hoy existen multitud de hombres a quienes les falta lo indispensable. Hay muchos, sobre todo en los países del Tercer Mundo, pero también en nuestros países occidentales, que están desabastecidos y tienen una urgente necesidad de auxilio.
Vivimos en un mundo cada vez más marcado y dominado por el egoísmo, y en el cual la misericordia y la compasión llegan a ser palabras extrañas. Corremos el riesgo de ser influenciados por la actitud de la gente que nos rodea. No obstante, los “escogidos de Dios” deberían caracterizarse por ser de “entrañable misericordia” (Colosenses 3:12). La ilimitada misericordia que Dios ha manifestado hacia nosotros debería obrar en nuestros corazones a fin de que, en el poder del Espíritu Santo, los caracteres de la nueva vida sean visibles en nuestro comportamiento práctico. Si lo pedimos al Señor Jesús, nos mostrará los “pobres” a quienes podremos hacer misericordia en la medida de nuestras posibilidades, las cuales el Señor conoce muy bien.
Con esto, no pensamos solamente en las necesidades materiales. Podemos ayudarnos unos a otros y proveernos recíprocamente del auxilio de muchas maneras.
Además, como lo veremos más adelante por el ejemplo de Ana, podemos “prestar” a nuestro Dios, no solamente en relación con las necesidades de los hombres, sino de una manera directa, teniéndolo a él mismo por objeto; y Él sabrá utilizar para bendición de muchos lo que le hemos entregado.
Un préstamo a Dios
En primer lugar, no olvidemos estar agradecidos por lo que Dios pone a nuestra disposición. Él es infinitamente rico y poderoso. El apóstol Pablo dice de Él, en su discurso en el areópago: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25). Ahora bien, este gran Dios considera como una clase de préstamo hecho a él mismo todo lo que nosotros, que somos tan débiles, podemos ofrecer como ayuda.
En el mundo financiero, toda inversión produce un interés. En Proverbios 19:17, Dios nos propone una clase de «inversión» que él mismo recompensará con «intereses» incomparables.
Nuestra actitud interior cuando prestamos
Cuando “prestamos” algo a nuestro Señor, en el sentido de este versículo de Proverbios, el motivo esencial es hacerlo por causa de Él y de los hombres. En Lucas 6:35, el Señor Jesús expresa el principio: “Prestad, no esperando de ello nada”. Un préstamo hecho de esta manera no recibiría forzosamente su recompensa en la tierra. ¿No nos ha ocurrido que hemos dado esperando recibir algo a cambio, como si esperáramos merecer por ello una determinada retribución? Nuestro Señor nos muestra por su Palabra que él espera otra actitud de nosotros: Quiere que demos desinteresadamente confiándonos totalmente a él en cuanto al tiempo y al modo de la recompensa. No demos esperando una retribución, sino que demos por amor del Señor en la feliz conciencia de que Él no dejará nada sin recompensa.
Dios recompensará
En cada uno de los dos pasajes citados anteriormente, encontramos una respuesta de Dios: “El bien que ha hecho, se lo volverá a pagar” (Proverbios 19:17), y “será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo” (Lucas 6:35). La bondad de Dios es inmensa: cuando le damos, aunque sea poco, de lo que él nos ha confiado; esto tiene tan grande valor para él que, a cambio, él mismo desea hacernos un donativo en justa compensación. Por pura gracia, hemos recibido la salvación, un don de inconmensurable alcance. Habiendo recibido tanto, ¿deberíamos esperar una recompensa cuando damos a nuestro Señor? Y, sin embargo, quiere devolvernos todo el bien que hacemos; y si no lo es en esta vida terrenal, lo será en la gloria celestial.
El ejemplo de Ana
Consideremos ahora el ejemplo de Ana. Durante largos años, había sufrido no sólo su esterilidad, sino también las palabras hirientes de Penina. Finalmente, Dios respondió a sus ruegos y le dio un hijo: Samuel. A pesar de la felicidad que experimentó de ser madre, se acordó de su promesa. Trayéndolo a la casa de Dios, en Silo, cuando “el niño era pequeño”, dijo: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová” (1 Samuel 1:27-28). Puso a su hijo a disposición de Dios, no sólo por un tiempo, sino por “todos los días de su vida”.
¿Cómo recompensó Dios este “préstamo”? Los años transcurrieron. Elí, el sacerdote, se volvió viejo. Una vez más, Elcana y Ana subieron a Silo para adorar a Dios. No obstante, Elí no los dejó partir sin bendecirlos: “Y Elí bendijo a Elcana y a su mujer, diciendo: Jehová te dé hijos de esta mujer en lugar del que pidió a Jehová” (1 Samuel 2:20).
De nuevo pasó cierto tiempo, y luego Dios obró en su infinita generosidad: “Y visitó Jehová a Ana, y ella concibió, y dio a luz tres hijos y dos hijas” (1 Samuel 2:21). Dios le quintuplicó su desinteresada entrega.
¡Que el ejemplo de esta mujer nos anime! Examinemos lo que podemos poner a disposición del Señor. No se trata sólo de ayuda material para los necesitados, sino de todo lo que el Señor nos ha dado en su bondad: la salud, las fuerzas, el tiempo, la capacidad de ayudar, de hablar, de escuchar, de escribir… ¡Hay tantas cosas que podemos poner a Su disposición! Estemos seguros de que Él devolverá todo el bien que hacemos.