Lo que Dios había provisto para los cristianos

“Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros” (Hebreos 11:40) que para los creyentes “judíos, que habían esperado antes en Cristo” (Efesios 1:12, V.M.), y esto por todos conceptos. Nos dio el Espíritu Santo enviado del cielo. También —como dice Pablo al escribir, ya no a los efesios o a los filipenses, sino a los corintios mismos—, “tenemos la mente de Cristo”, la inteligencia de Cristo, la capacidad de inteligencia espiritual (1 Corintios 2:15-16). Por supuesto, eso no significa que tengamos la misma medida que el Señor, quien fue y es él mismo la sabiduría de Dios de un modo absoluto. Nada tenemos sino en él y por él y, por lo tanto, sólo en dependencia de él. No es menos cierto que, como cristianos que poseemos el Espíritu Santo, no sólo tenemos la mente del hombre sino la mente de Cristo, la inteligencia de Cristo. Esto es algo que no se podía decir, estrictamente hablando, acerca de Abraham; era cierto para él en principio; lo es ahora para el cristiano de una manera, por así decirlo, efectiva, viva, llamada a crecer. En efecto, para Abraham, igual que para todos los creyentes de antaño, el Espíritu Santo aún no había venido, porque Jesús no había sido aún glorificado (Juan 7:39). Después de cumplir el Señor Jesús la redención y ascender a lo alto, envió el Espíritu Santo para morar en los suyos, para hacer de ellos el templo del Espíritu Santo, como lo fue su cuerpo aquí abajo. Sólo él, en la tierra, tenía un cuerpo perfecta y continuamente santo, siempre apropiado para ser el vaso del Espíritu Santo, sin necesidad de redención, mientras que nosotros tenemos el Espíritu Santo únicamente en virtud de su sangre. Antes de que la sangre de Cristo fuese derramada, ningún otro aquí abajo podía ser el templo del Espíritu Santo. Jesús era ese templo, y nosotros lo somos, repito, en virtud de su sangre. Al descender el Espíritu Santo a morar en nosotros, rinde así honor a la “redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24); y de este modo tenemos un poder divino que nos hace aptos para recibir lo que Dios comunica (1 Corintios 2:12-16).