Recordemos que, en el lenguaje bíblico, la palabra camino muestra la manera de conducirse, lo que caracteriza de manera general el andar. Dios nos pone en guardia contra los malos caminos: el del malvado, el del perverso, el del hombre violento o el del perezoso. Dios aborrece los caminos dobles, tortuosos, desviados. Por otro lado, nos alienta en el buen camino, el de la justicia, de la fidelidad, de la sabiduría, de la inteligencia, de la paz. Este camino derecho y limpio en el cual Él desea ver a los suyos es a menudo llamado “el camino de Dios”: es aquel en el cual Dios mismo anda ¡Supremo ejemplo!1
Caminos que sean rectos
El libro de los Proverbios nos exhorta: “Tus ojos miren lo recto... Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda” (4:25-27). No debemos caminar de manera desordenada, al capricho de las circunstancias y de las influencias, sino en un camino derecho y “examinado”. El mismo libro nos dice: “El hombre entendido endereza sus pasos” (15:21) y “el recto ordena sus caminos” (21:29). Recordemos que nuestro ser interior gobierna todo nuestro comportamiento exterior. Del corazón “mana la vida” (4:23). Las “pasiones desordenadas” (Colosenses 3:5) nos conducirán hacia un camino desordenado. Un corazón entero para el Señor nos mantendrá en un buen camino.
Por una parte, debemos “examinar la senda de nuestros pies” (Proverbios 4:26), y por otra “los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas” (5:21). ¡Aprendamos a utilizar la misma balanza que Dios!
“Jotam se hizo fuerte, porque preparó sus caminos delante de Jehová su Dios” (2 Crónicas 27:6).
Influencias mutuas
Los hombres que están alrededor de nosotros tienen sus propios caminos. Algunos son para imitar, otros para evitar. Ahora bien, somos por naturaleza propensos a conformar nuestros caminos a los de aquellos que frecuentamos, o que caminaron ante nosotros, lo que puede sernos una ayuda o una trampa. Los “caminos de David” fueron de bendición para sus descendientes que supieron andar, como Josafat, Ezequías y Josías (2 Crónicas 17:3; 29:2; 34:2). Dios se complace en señalar su fidelidad. En cambio, Joram, el hijo del primero de estos reyes, “anduvo en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab; porque tenía por mujer a la hija de Acab, e hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (2 Crónicas 21:6). Este triste ejemplo, como una solemne advertencia, nos recuerda la importancia del casamiento “en el Señor”. La Palabra subraya las consecuencias del mal casamiento de Joram en cuanto a su hijo Ocozías: “También él anduvo en los caminos de la casa de Acab, pues su madre le aconsejaba a que actuase impíamente” (22:3).
Dirigirse y ser dirigido
Jeremías hizo la conmovedora confesión: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). Esta declaración no debilita en nada la exhortación de Proverbios 4, de examinar nuestra senda y de ordenar nuestros caminos. Si uno de estos pasajes concierne a nuestra responsabilidad, el otro nos muestra nuestra debilidad y la urgente necesidad que tenemos de todo el socorro del Señor para ser conducidos y guardados en un camino que le agrade. “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5-6).
A aquel que le teme, Dios promete una segura dirección: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová? Él le enseñará el camino que ha de escoger” (Salmo 25:12; véase también Salmo 32:8; Isaías 30:21; 48:17).
Podemos estar sorprendidos por estas hermosas palabras dirigidas al profeta Jeremías: “Que Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer” (Jeremías 42:3). No obstante, si seguimos la lectura de este capítulo 42, estaremos aún más sorprendidos. Estas palabras no correspondían a un deseo del corazón de aquellos que las pronunciaron. Ya habían decidido su propio camino y, cuando la dirección de Dios llegó, se opusieron.
Un camino que parece derecho
La Palabra de Dios pone al desnudo una enojosa tendencia en nuestros corazones —que hace traicionar su orgullo inextirpable—: la de pensar que tenemos razón. El libro de los Proverbios nos dice: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones” (Proverbios 21:2; compárese con 16:2). Y también: “El camino del necio es derecho en su opinión” (12:15). ¡Cuántas veces nos hemos extraviado, creyendo estar en el buen camino! Este libro de los Proverbios nos advierte: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (14:12; 16:25). “Mas el que obedece al consejo es sabio” (12:15), al consejo de Dios, o al consejo de aquellos que Dios emplea para dárnoslo (compárese con 4:11).
Caminos en luz de Dios
Hemos recordado antes que “los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová” (Proverbios 5:21). En la misma línea de pensamiento, Jeremías nos dice que los ojos de Dios “están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los hombres, para dar a cada uno según sus caminos, y según el fruto de sus obras” (Jeremías 32:19). Dios toma conocimiento de todo; y él retribuye, según su justo gobierno. En cuanto a esto, no olvidemos que los caminos de Dios tienen diversos aspectos, y que su gracia se mezcla con su gobierno de una manera que nos sobrepasa infinitamente.
Estos pensamientos solemnes podrían conducir al hombre a desear escaparse de la mirada de Dios, lo cual es imposible. David recuerda su experiencia en cuanto a esto (o una supuesta experiencia) en el salmo 139 (véase v. 7-12). Pero ¡cuán notable es su conclusión! La encontramos en los primeros y últimos versículos del salmo. David acepta con serenidad, y aun desea, la mirada de Dios en sus caminos. “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos” (v. 1-3). “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (v. 23-24), es decir en tu camino.
Él conoce mi camino... Mis pies han seguido sus pisadas (Job 23:1-14)
Hubo varios cambios bruscos en las palabras de Job cuando a su despojo y enfermedad se agregaron las declaraciones irreflexivas de sus amigos. En este capítulo 23, cuando respondía a las acusaciones injustas de Elifaz, expresó el deseo de encontrar a Dios, con el fin de exponer “su causa” delante de él (v. 4); pero no lo vio ni “al oriente”, ni “al occidente”, ni “al norte”, ni “al sur” (v. 8-9). No obstante, si no vio a Dios, poseía la certeza de que Dios tenía un perfecto conocimiento de todo lo concerniente a él: “Él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro” (v. 10). Sin duda, había un pensamiento de propia justicia en estas palabras, pero, ¡cuán grande verdad expresó Job aquí, tal vez sin comprender todo su significado! Del crisol de una prueba extraordinaria, efectivamente saldría purificado como el oro, y sería llevado a cargar sobre sí un juicio que nos era de ejemplo. Entonces, su propia justicia haría sitio al horror de sí mismo (compárese con 42:6).
Mientras Job esperaba, sea lo que fuere, quería perseverar en un camino de fidelidad a Dios. “Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su camino, y no me aparté” (23:11). ¡Qué notable es todo esto! Job tenía ante sí “las pisadas” de Dios, “el camino” en el cual Dios andaba. Era su modelo. Sus pies deseaban seguir este camino.
Y Job, al manifestar ya algún resultado del trabajo que Dios operaba en él, tomó el lugar de sumisión y de confianza que convenía al hombre ante el Todopoderoso: “Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo. Él, pues, acabará lo que ha determinado de mí” (v. 13-14). Así es también para nosotros. Dios actúa en nosotros según sus planes de gracia y de sabiduría —que tal vez no comprendamos—, y los llevará a cabo por nosotros.
- 1En cuanto a este tema, véase el artículo «Los caminos de Dios», publicado en el número 3 de 2004.