1. La circuncisión en el Antiguo Testamento
La primera mención de la circuncisión en la Biblia se encuentra en Génesis 17:10-14. Este capítulo nos habla del pacto que Dios hizo con Abraham, cuando tenía noventa y nueve años de edad. Trece años antes, el patriarca había obedecido a Sarai y, oyendo su consejo, procuró obtener una descendencia a través de Agar, la sierva. Resultó así el nacimiento de Ismael con todos los desastres que siguieron. Era una descendencia según la carne y no según la promesa. Tal vez este suceso haya sido la causa de los trece años de silencio que siguieron hasta que Dios interviene en su bondad y renueva su promesa bajo la forma de un pacto.
La fe de Abraham es puesta nuevamente a prueba. Si su paciencia cedió cuando tenía ochenta y seis años, ¿qué será ahora? En cuanto al hombre y a la carne, el asunto es más imposible que nunca. Para que la promesa de Dios pueda cumplirse, su poder debe intervenir absolutamente. Pero Dios garantiza formalmente: “Y pondré... te multiplicaré... estableceré...” (v. 1-7). Es la declaración de un pacto incondicional. Todo descansa en la voluntad y el propósito inmutable de Dios.
“Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” (v. 7). La circuncisión es llamada “señal del pacto entre mí y vosotros” (v. 11), y aprendemos quién debía ser circuncidado y cuándo debía serlo. Es claro que la circuncisión significa que la carne debe ser considerada muerta. No puede contribuir al cumplimiento de los planes de Dios. “De edad de ocho días será circuncidado todo varón” (v. 12), y el octavo día significa un nuevo comienzo. Sólo una nueva vida puede producir algo que agrade a Dios.
Así pues, la circuncisión es la señal de una relación de pacto entre un israelita y Dios. Concretamente, debía ser practicada sobre el niño de ocho días, en todas las familias judías. Al principio fue aplicada cuidadosamente en toda la nación, pero su verdadero significado se perdió de vista rápidamente. Se convirtió en un rito exterior casi sin realidad interior. No tenía ningún efecto sobre la vida práctica. Pero Dios no había querido instituir un rito exterior sin que correspondiera con lo interior.
Es interesante notar que, ya en el Antiguo Testamento, la circuncisión adquiere un sentido figurado.
Labios circuncisos
En Éxodo 6, cuando Dios dice a Moisés: “Entra y habla a Faraón rey de Egipto, que deje ir de su tierra a los hijos de Israel”, Moisés rehúsa esta tarea diciendo: “He aquí... ¿cómo, pues, me escuchará Faraón, siendo yo torpe de labios?” (v. 11-12 y 30, “torpe” = “incircunciso”, V.M.).
Moisés había comprendido el verdadero significado de la circuncisión. Es una realidad interior que afecta la utilización de los labios. ¿Era el sentimiento de su indignidad de hablar por Dios lo que hacía retroceder a Moisés, o el temor del hombre? Es difícil definirlo. Pero cualquiera sea la razón, lo importante es que comprendió el verdadero significado de la circuncisión.
Lo que Dios pide, es labios circuncisos, es decir, labios que hablan por él, independientemente de la actividad de la carne.
Un corazón circunciso
En el libro del Deuteronomio, la circuncisión del corazón se menciona dos veces. Moisés recuerda a Israel que se alejó varias veces de Dios, que fue un pueblo rebelde y de dura cerviz. Después del relato del horrible pecado del becerro de oro en Horeb, leemos: “Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su descendencia después de ellos, a vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día. Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10:15-16).
El segundo pasaje es el siguiente: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6). Este versículo es aún para el futuro. En cuanto a Israel, esta promesa no se cumplió. Nos hace pensar en la palabra del nuevo pacto: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón” (Jeremías 31:33). En aquel día, Israel será una nación nacida de nuevo, y amará verdaderamente a Dios. Entonces, Israel tendrá un corazón circunciso.
Una circuncisión para Dios
El profeta Jeremías habla tres veces de la circuncisión en su libro. El primer pasaje nos da una clave del sujeto. El profeta dice: “Circuncidaos a Jehová...” (4:4).
El verdadero valor de cualquier cosa que hagamos reside en esto: ¿está hecha para el Señor, o no? Se podía practicar la circuncisión con gran cuidado, pero ¿había sido hecho para Jehová? De la misma manera, Dios pedía al pueblo, por boca del profeta Zacarías: “Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí?” (7:5).
Oídos circuncisos
El segundo pasaje es: “¿A quién hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Jehová les es cosa vergonzosa, no la aman” (Jeremías 6:10).
Esta vez se trata del oído, de la obediencia a la palabra de Dios. ¡Cuán solemnes son estas palabras: “no la aman”! ¿De qué vale someterse a mandamientos exteriores y cerrar al mismo tiempo los oídos a la Palabra de Dios? Es lo que caracterizaba a Israel.
Durante el despertar que tuvo lugar bajo el reinado del piadoso rey Josías, Jeremías escribió: “La rebelde Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice Jehová” (3:10). La apariencia exterior era buena, pero el corazón y la vida de muchos permanecieron indiferentes.
Puestos aparte para la circuncisión
El tercer pasaje es: “A Egipto y a Judá, a Edom y a los hijos de Amón y de Moab... porque todas las naciones son incircuncisas, y toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón” (Jeremías 9:26).
El pueblo de Israel había sido llamado fuera de las naciones que lo rodeaban para ser un testigo para Dios en contra de la idolatría. Debía ser un pueblo separado. El profeta Balaam, tan perverso como fue, tuvo que pronunciar la verdad referente a Israel: “He aquí un pueblo que habitará confiado, y no será contado entre las naciones” (Números 23:9). Pero, en este pasaje de Jeremías, Judá está puesto entre Egipto y Edom. No hay ninguna distinción y, por consecuencia, ninguna separación. Las naciones eran literalmente incircuncisas, y aunque Israel siguió el rito exterior, era espiritualmente incircunciso. Tal era el estado de su corazón. La sumisión al mandamiento de la circuncisión sin la realización de su verdadero significado espiritual no tenía consecuencias sobre la vida práctica.
De estos pasajes del Antiguo Testamento, resulta que nuestros labios, nuestros corazones y nuestros oídos se ven afectados por la circuncisión. Nosotros también debemos ser un pueblo separado, y nuestra separación debe ser para el Señor. Sin embargo, esto implica una obra del Espíritu Santo en nosotros, que no era conocida en el tiempo del Antiguo Testamento.
2. La circuncisión en el Nuevo Testamento
Ya sea que consideremos el Antiguo Testamento o el Nuevo, es evidente que Dios quiere “la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6). “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2:28-29).
Nos detendremos particularmente en la enseñanza de la epístola a los Colosenses: “En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Colosenses 2:11-12). Prestemos atención a estas palabras: “circuncisión no hecha a mano”. A la luz del cristianismo, dejamos completamente de lado lo que es físico y tangible por lo que es espiritual.
¿Qué significa en el versículo 11 “la circuncisión de Cristo”? Es claro que no se refiere a la circuncisión del Señor Jesús a la edad de ocho días. La expresión “circuncisión de Cristo” nos hace pensar en los versículos bien conocidos de la profecía del Antiguo Testamento: “Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:8). “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Daniel 9:26). Evidentemente, las palabras “circuncisión de Cristo” hacen alusión a la muerte del Señor en la cruz.
Es preciso leer atentamente este versículo 11. La cruz de Cristo no es solamente el medio por el cual nuestra culpabilidad fue quitada y nuestros pecados perdonados, sino también el medio por el cual la carne fue completamente juzgada. Al considerar este asunto, no olvidemos jamás el precio que el Señor pagó para que sea así. He aquí la verdadera circuncisión, la que es atribuida al creyente desde el momento que cree y que es unido a Cristo allí donde se encuentra ahora. Es una circuncisión de posición, verdadera para cada cristiano.
En el versículo 12, el apóstol habla de los creyentes que son “sepultados con él” y “resucitados con él”. Más adelante, en el versículo 20, somos muertos “con Cristo”. En el sentido propio y literal, jamás fuimos sepultados, resucitados ni somos muertos. Pero lo que es verdad en Cristo nos es contado, atribuido. Estas cosas no se pueden comprender con la inteligencia humana; sólo la fe puede entenderlo. Si tenemos parte en ello, es “mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos”.
En Filipenses 3:3 encontramos también una mención de la circuncisión de posición: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”. En ese capítulo vemos que Pablo había aprendido por experiencia a no tener confianza en la carne. Sólo Cristo tenía valor para él.
En Colosenses 3, tenemos la aplicación práctica de la circuncisión; por ejemplo: “Haced morir” (v. 5), y “dejad” (v. 8). Se trata de recordar siempre el juicio dado por Dios sobre la carne. Las expresiones “haced morir” y “dejad” evocan acciones ya cumplidas, pero siempre se necesita ejercitarlas y renovarlas.
Esto dirige nuestra atención hacia un aspecto a menudo olvidado de la responsabilidad del cristiano. La carne está siempre lista para mostrarse, aunque debería estar muerta, el cual es el lugar que Dios le asignó. El Señor dice: “Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti” (Mateo 5:30). Nadie pensaría que el Señor habla de la mano en el sentido físico. Pero sus palabras, muy severas, ilustran el juicio de uno mismo, tan necesario en nuestras vidas. Es la circuncisión práctica. Como aquí: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3:5). Podemos hacerlo porque estamos en posesión de una nueva vida, y gracias a la presencia y al poder del Espíritu Santo que actúa en nosotros.
Está también el lado positivo: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, soportándoos unos a otros” (Colosenses 3:12-13). Es el carácter de Cristo visto en nosotros, que somos la verdadera circuncisión. En este capítulo 3 de Colosenses encontramos las cinco características de las que hemos hablado.
Labios circuncisos
“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos” (v. 9). “Enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (v. 16). Estas exhortaciones están dadas con el propósito de mantener la comunión entre nosotros. Mentir y engañar son rasgos del viejo hombre. En el versículo 9, nos hemos despojado del viejo hombre con sus hechos, y la honestidad en nuestras relaciones mutuas crean una confianza fraternal. En el versículo 16, debemos enseñarnos unos a otros en el gozo y el agradecimiento hacia el Señor. Esto no se refiere a la enseñanza pública, sino más bien a nuestras relaciones fraternales en las cuales todos tienen empeño en la alabanza debida al Dador de todo.
Un corazón circunciso
“Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (v. 14). El amor es el elemento que lo une todo. El inspirado escritor, habiendo considerado en los versículos 12 y 13 los hermosos caracteres de Cristo que debemos vestir, concluye que el amor está sobre todas estas cosas. La circuncisión del corazón, según Deuteronomio 30:6, tendrá como resultado el amor hacia Dios de todo nuestro corazón, y el amor de unos con otros estará a la medida de nuestro amor para con Dios. La carne no tiene parte alguna en esto. Si el amor une, la actividad de la carne hace lo contrario: introduce las dificultades, pero el amor las resuelve.
Un oído circunciso
“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (v. 16). El oído debe estar abierto a la Palabra; es el origen de la obediencia. Si la Palabra mora en nosotros, no nos resulta difícil obedecerla. Encontramos una expresión semejante en 1 Juan 2:14: “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno”. Por la Palabra somos vencedores en nuestras luchas, si la escuchamos. Como lo vimos en Jeremías 6:10, un oído incircunciso no puede prestar atención. Pero aquí, en la epístola a los Colosenses, el oído es circunciso y el resultado es la obediencia.
Todo para el Señor
“Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (v. 23). Estas palabras son dirigidas a los que, en los tiempos de Pablo, eran siervos. Ahora bien, la vida de un siervo podía ser muy ruda, según el carácter del amo. Pero, en todos los casos, eran exhortados a trabajar de corazón. Aunque tenían un amo en la tierra, debían mirar más arriba, a su Amo en los cielos. A él precisamente debían agradar. Aquí esos esclavos están vestidos de una notable dignidad. Pablo les escribe: “A Cristo el Señor servís” (v. 24). Aunque la esclavitud ya no existe como en los tiempos de Pablo, el empleado cristiano tiene el deber —y el privilegio— de servir de corazón como para el Señor.
Separación del mal
“En las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas” (v. 7). Es un versículo llamativo, que muestra el cambio radical que se produjo en la vida de los colosenses después de su conversión. Las cosas mencionadas en el versículo 5 caracterizaban su antigua manera de vivir, pero ahora habían terminado con ellas. Los que los rodeaban, sin ninguna duda, vivían aún de esa manera, pero ellos vivían diferentemente. Estaban separados de todo eso.
El rito de la circuncisión en los cristianos
La epístola de Pablo a los Gálatas nos enseña que falsos maestros intentaban poner a los creyentes gentiles bajo la ley, diciéndoles que debían ser circuncidados. El apóstol hace frente a este asunto enérgicamente: “He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley” (Gálatas 5:2-3). El rito de la circuncisión estaba ligado indisolublemente a la ley de Moisés, de manera que los gálatas corrían seriamente el peligro de dejarse arrastrar bajo un yugo de esclavitud. Habían comenzado a correr bien, pero se estaban deteniendo. La ley sólo podía privarlos de su libertad, alejar su atención de Aquel que era el origen de su libertad, el Hijo de Dios quien los amó y se entregó a sí mismo por ellos (Efesios 5:25). De ahí la conclusión, dos veces formulada en esta epístola a los Gálatas: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (5:6). “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (6:15). El apóstol escribe en otro lado: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios” (1 Corintios 7:19). “Una nueva creación”, “el guardar los mandamientos de Dios”, “la fe que obra por el amor”, he aquí tres características vitales del cristiano, es decir la verdadera circuncisión. Los mandamientos mencionados aquí no son los del Sinaí, sino que representan la manera de vivir que proviene de la nueva naturaleza.