Todos nosotros sabemos con qué facilidad se pueden producir fricciones entre los ancianos y los jóvenes. Si tanto unos como otros tomasen más en serio la exhortación que les dirige el apóstol Pedro en el capítulo cinco de su primera epístola, las tensiones cesarían y, en consecuencia, reinaría la armonía dentro de la iglesia de Dios, independientemente de las condiciones que prevalezcan fuera de ella.
El peligro de que aparezcan fricciones entre las generaciones siempre ha existido, pero jamás esta tendencia ha sido tan marcada como hoy. En efecto, en estas últimas décadas, los cambios en el mundo se sucedieron a un ritmo más rápido que nunca, produciendo considerables modificaciones de pensamiento, de hábitos y de perspectivas, incluso durante el curso de una sola generación. Como consecuencia de ello, los niños son incitados a considerar a sus padres como anticuados, y a sus abuelos como pertenecientes a otra época. Por su parte, las personas de mayor edad tienen la tendencia a mirar a los jóvenes, con sus ideas nuevas, como revolucionarios.
Apacentar la grey de Dios
Pedro se dirige primeramente a los ancianos; ellos son de mayor edad y, por ende, su responsabilidad es mayor. Su exhortación para ellos es: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros”. Los ancianos, pues, deben tener por sus hermanos más jóvenes todo el cuidado que un pastor tiene por sus ovejas. Sólo el amor de Dios derramado en sus corazones puede producir la vigilancia que este cuidado requiere. Por su parte, los creyentes jóvenes pueden reconocer, en los cuidados de los hermanos de mayor edad, una expresión del amor de Cristo, el Príncipe de los pastores, quien los recompensará ricamente por ello en su venida.
Es de la mayor importancia que los ancianos ejerzan su autoridad espiritual de la manera adecuada y en el espíritu correcto. Éste será el caso si cumplen las tres condiciones expuestas en los versículos 2 y 3: Deben cumplir su servicio voluntariamente y con ánimo pronto, siendo ellos mismos ejemplos de la grey. Si se dan estas exhortaciones, es por motivo de que existe la tendencia de cumplir este servicio por fuerza, por ganancia deshonesta, o aun por el deseo de ejercer señorío e influencia.
Estar sujetos
Los creyentes jóvenes deben prestar especial atención al versículo 5. Un anciano puede estar bien dispuesto y preparado para ejercer la supervisión como conviene, como puede también poner en práctica aquello que recomienda a los demás, de manera de ser él mismo un ejemplo; pero todo esto es inútil si los jóvenes no están dispuestos a escucharle y a someterse.
Todo joven creyente debe recordar que si bien en muchos campos del conocimiento humano puede haber un progreso tal que haga que la generación precedente pierda fácilmente vigencia y actualidad en esas ramas del saber, sin embargo no existe una evolución semejante en lo que respecta a la verdad que Dios ha revelado. En todos los tiempos, la madurez espiritual se adquiere únicamente como fruto de la experiencia de años que se han pasado realmente en la escuela de Dios, es decir, como resultado del estudio de su Palabra, complementado y enriquecido mediante la experiencia de la vida cristiana y el servicio para el Señor. Un joven creyente puede sin duda tener un celo, una energía, una resistencia —y quizá también facultades intelectuales— superiores a las de un anciano; sin embargo, servirá mejor a su Maestro si se somete a la sabia y madura guía del anciano que, en muchos otros aspectos, puede sin duda ser su inferior.
Todo esto será fácil de llevar a cabo si prevalece la humildad de espíritu. “Todos”, en nuestras relaciones mutuas, debemos “revestirnos de humildad”. Una persona humilde no tiene aires de superioridad, y, por ende, no entra fácilmente en conflicto con los demás. Y lo que es aún más importante, no se opone a Dios, “porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.