En la Biblia las palabras tienen a menudo un sentido más amplio que el que viene en primer lugar a nuestra mente. Por ejemplo, la palabra «corazón» tiene un significado más profundo que los meros sentimientos y abarca todo el interior de nuestro ser: nuestros pensamientos, nuestros motivos, etc.
Lo mismo ocurre con la palabra «tentación», la cual engloba todo lo que nos atrae fuera de la voluntad de Dios. La tentación puede provenir del exterior, por ejemplo cuando se nos provoca con palabras desagradables o lisonjeras. Puede provenir también del interior, y en este caso está unida a la concupiscencia.
Amigos cristianos, la tentación interior siempre nace en forma de pensamientos o imágenes. Pero no estamos obligados a aceptar todos los pensamientos que nos vienen al espíritu. El amor de Cristo y el deseo de agradarle son un filtro muy activo que nos permite rechazar el mal. Como dijo Martín Lutero: usted no puede impedir que los pájaros vuelen sobre su cabeza, pero sí puede impedir que hagan allí su nido.
Siempre que se nos presenta un mal pensamiento, corremos el peligro de de arnos seducir. Venimos a ser cautivos de él y terminamos por ponerlo en práctica. Este paso al acto nos hace más débiles para la próxima tentación. Al contrario, cuando un pensamiento malo nos viene a la mente, si clamamos al Señor y lo rechazamos, seremos liberados.
Sin embargo, cuando hemos cedido a la tentación, no quedemos con nuestro fracaso, sino volvamos al Señor. Él nos ayudará y nos dará la victoria sobre el mal.
“Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:14-15).
“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Proverbios 24:16).