Creer en el Hijo de Dios
“Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
(Romanos 8:38-39)
Jesús fue a la cruz, “como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7). Allí “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Él “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Así, Dios no disminuye sus justas exigencias declarando justo al pecador que cree en Jesús, porque el Señor pagó enteramente el precio de la redención: sufrió él mismo el castigo de Dios contra el pecado.
¿Cree usted en el Hijo de Dios? Si es el caso, Dios lo enriquecerá de todo el valor del sacrificio de Jesús. Este maravilloso camino de la salvación ¿no es digno del mismo Dios? Su amor, la gloria de su Hijo amado y la salvación del pecador son ligados. ¡Qué gracia y qué gloria: el Hijo de Dios debió cumplir toda la obra y recibir toda la alabanza, y creyendo en Él, usted y yo, recibimos toda bendición!
Tal vez usted pregunta: ¿Por qué, entonces, no tengo la certeza de mi salvación? Un día puedo decir que soy salvo, y al día siguiente todas mis esperanzas se desvanecen. Soy pues como una nave golpeada por la tempestad, sin punto de anclaje.
¡Usted se equivoca! ¿Oyó hablar alguna vez de alguien que intenta fondear un barco fijando firmemente el ancla en el interior del barco? Tiene que estar fijada fuertemente en el exterior del barco. Quizá usted comprende que solo la muerte de Cristo le trae la seguridad, pero piensa que lo que siente en su interior le da la certeza. No ponga su confianza en sus sentimientos, sino en Jesús y en lo que hizo.
La certeza de la salvación
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”
(Efesios 2:8-9)
¿Cómo estar seguro que tengo la verdadera fe? Ponga su confianza en la Persona adecuada: en el Hijo de Dios. No se trata de alcanzar un cierto grado de fe, sino de saber si la Persona en quien ha creído es digna de confianza.
Alguien va a aferrarse a Cristo con la energía de un hombre que se ahoga, mientras que el otro solo tocará el borde de su manto (véase Lucas 8:43-44), pero ambos son igualmente salvos. Descansan con confianza en la eficacia eterna de su obra cumplida. Esto es creer en Él.
Asegúrese que su confianza no se basa en sus propias obras, prácticas religiosas, sentimientos de piedad o una buena educación moral. Puede apoyarse enteramente en estas cosas y estar perdido por la eternidad. Cuán débil sea, la fe en Cristo salva eternamente, mientras que la fe en sí mismo, no importa cuán fuerte sea, no sirve de nada.
Un día, una chica me dijo: sí, creo en Él, pero cuando me preguntan si soy salva, no me gusta responder «sí» por miedo de decir tal vez una mentira. Su padre, que era carnicero, había ido al mercado para comprar animales. Entonces le dije: Supongamos que preguntes a tu padre cuántas ovejas compró hoy, y que te conteste: diez. Luego, alguien te pregunta cuántas ovejas compró tu padre hoy, y contestas: No quiero decirlo por miedo de decir una mentira. De repente, su madre que estaba con nosotros, dijo indignada: ¡Pero harías mentiroso a tu padre! Así también, esta chica hacía mentiroso a Cristo diciendo: Creo en Él, pero no me gusta decir que soy salva, porque podría mentir; mientras Jesucristo dijo: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).
El gozo de la salvación
“Los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo.”
(Hechos 13:52)
Usted es salvo por la obra de Cristo y tiene la certeza por la Palabra de Dios, pero su gozo se mantiene por el Espíritu Santo que mora en usted. La obra de Cristo y su salvación son inseparables, su andar y el gozo de su salvación lo son igualmente. La obra de Cristo no puede ser tomada parcialmente, de manera que su salvación no puede serle quitada (véase Juan 10:28-29). En cambio, si su conducta no es buena, el gozo de su salvación desaparecerá. Su gozo espiritual será a la medida exacta del carácter más o menos espiritual de su andar.
¿Se ha equivocado usted al confundir el gozo y la seguridad? Tal vez, por falta de paciencia y de dominio propio, o por mundanalidad, usted contristó al Espíritu Santo y perdió su gozo. Pensó entonces que su seguridad estaba también perdida. Esta depende de la obra de Cristo por usted, y su certeza depende de la Palabra de Dios. Pero si el Espíritu es contristado en usted, lo priva de gozar de su salvación. Cuando un hijo de Dios contrista al Espíritu, la comunión con el Padre y el Hijo se interrumpe. Si se juzga y confiesa su pecado, el gozo de la comunión se restablece. Supongamos que su hijo hizo algo malo: su comunión con usted está perdida a causa de su desobediencia. Usted le asegura su perdón si él confiesa su falta, pero su orgullo y su propia voluntad le impiden confesarla. Todo su gozo ha desaparecido porque la comunión ha sido interrumpida. Sin embargo, sigue siendo su hijo aunque no esté a gusto en su relación con usted.
¿Qué sucedió con su relación con Dios? ¿También desapareció? ¡Claro que no! La relación depende del nacimiento; la comunión depende de la conducta. Tan pronto como su hijo confiese su falta, usted lo toma en sus brazos, y su gozo está restaurado porque la comunión con usted se restablece. La comunión que tenemos con el Señor es la fuente del gozo que tenemos de nuestra salvación.
La comunión con el Señor
“Cristo… llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia.”
(1 Pedro 2:24)
No piense que el juicio de Dios por los pecados del creyente sea menos severo que el juicio por los pecados del incrédulo. Cuando un creyente peca, la cuestión de la culpabilidad no puede ser levantada contra él porque el Juez ya la puso en orden sobre la cruz; pero la cuestión de la comunión se presenta para él porque, cada vez que peca, el Espíritu Santo está contristado.
En una noche clara, un hombre observa el reflejo de la luna sobre las aguas tranquilas de un lago y observa su hermosura. Repentinamente, alguien tira una piedra en el agua y el hombre exclama: ¡La luna se rompió y sus pedazos tiemblan! Su amigo responde: ¡alza los ojos, la luna no cambió! Cambió el estado del agua en el lago.
Su corazón es como el lago. Si no permite al mal entrar en su vida, el Espíritu Santo revela las glorias de Cristo para su aliento y su gozo. Pero cuando se introduce el pecado —como una piedra tirada en el lago— sus experiencias felices vuelan en pedazos. Usted está inquieto y turbado interiormente. Pero si confiesa su pecado, el gozo de la comunión se restablece.
Cuando su corazón está turbado, ¿ha cambiado la obra de Cristo? ¡No! Entonces su salvación tampoco. ¿Ha variado la Palabra de Dios? ¡No! Entonces su salvación es tan segura como antes. Pues ¿qué ha cambiado? Es la acción del Espíritu Santo en usted. En vez de llenar su corazón del valor de Cristo, está contristado porque tiene que hacerle tomar conciencia de su pecado. Le quita el gozo hasta que usted haya juzgado y rechazado el mal que lo contristó. Cuando esto es hecho, restablece su comunión con el Señor.