¿Cómo ser motivados?

En una época en la que se hacen grandes esfuerzos por mezclar la sabiduría y la filosofía humanas con la verdad revelada en la Palabra de Dios —y esto es cada vez más atractivo para muchos—, quisiera exhortar con afecto a cada creyente a tomar el tiempo necesario para considerar los elementos simples y vitales del cristianismo. Si hemos crecido en el conocimiento de estas cosas, estaremos inclinados a admitirlas. Pero es de temer que no lo tomemos suficientemente en serio, y que realmente no disfrutemos del alcance de cada detalle de la revelación que Dios nos hizo respecto a la persona y a la obra de su amado Hijo. Hay un poder maravilloso cuando apreciamos todas estas cosas, poder que sólo un hijo de Dios puede llegar a conocer.

Tome también el tiempo necesario para meditar sobre el milagro de la encarnación del Dios vivo en la persona de Jesucristo. A pesar de ser el Dios del universo, infinito, eterno, omnisciente, omnipotente y omnipresente, en su inmensa gracia se hizo hombre (Filipenses 2:5-7). Era un hombre perfecto en su dependencia, fe y humildad, y de quien cada hecho, cada palabra y cada pensamiento fue admirable. La gracia y la verdad estaban maravillosamente unidas en todos los detalles de su vida personal y en su relación con los demás.

Piense también en el extraordinario milagro del sacrificio voluntario de este Señor de gloria, cuando “como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7). Todo lo relacionado con esta muerte única en el Calvario es digno de nuestra más profunda atención. Es allí donde se manifiesta su humilde dignidad mientras se somete a todo el odio de la raza humana. Es allí donde lleva el juicio de Dios derramado sobre nuestros pecados (los detalles de nuestra culpabilidad, 1 Pedro 3:18) y sobre el pecado (el principio generador del mal, personificado como el horrible enemigo de Dios: 2 Corintios 5:21). ¡Asombroso espectáculo para nosotros! Considere también que este sacrificio limpió totalmente a cada creyente de su culpabilidad (1 Juan 1:7), y lo libertó de la cruel servidumbre del pecado (Romanos 6:22). Esta liberación aún no ha sido comprendida por muchos cristianos, a pesar de tener pleno derecho a gozar de ella, y ninguno de nosotros comprende realmente la plenitud de su significado.

Otro de los temas presentes aquí que debemos tener en cuenta es que todos los creyentes somos hechos “aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Cristo es ese “Amado” a quien Dios resucitó de entre los muertos y exaltó a su diestra. Así pues, cada creyente es igual y perfectamente acepto y amado, “en Cristo”, ante Dios. Tomemos también el tiempo necesario para meditar profundamente en su exaltación y en nuestra aceptación en él. Rechacemos enérgicamente la enseñanza moderna del amor a uno mismo, la autoestima y la apreciación de los valores propios. Esto no es más que la “confianza en la carne”. “En la carne”, el hombre pierde su valor: “los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). Pero “en Cristo”, usted es de gran valor para Dios y tiene una posición de absoluta perfección.

En relación con esto, encontramos el maravilloso hecho de que el Espíritu de Dios ha hecho su morada en cada hijo de Dios, rasgo característico del tiempo de la gracia. Este Espíritu nos ayuda “para que sepamos lo que Dios nos ha concedido” (1 Corintios 2:12) y nos da el poder para una vida y un testimonio cristianos verdaderos (Hechos 1:8).

Debemos recordar que Cristo es nuestro sumo sacerdote a la diestra de Dios. En su perfecta gracia, cuida de nosotros y nos protege de los peligros y del mal (Hebreos 4:14-16). Él es también nuestro “abogado... para con el Padre”, quien misericordiosamente nos restaura cuando hemos pecado (1 Juan 2:1). Tenemos gran necesidad de su obra intercesora, aunque nuestra tendencia es olvidar su significado.

Regocijémonos de que no sólo los creyentes son objeto de la bendición divina de manera individual, sino que Cristo es “la cabeza del cuerpo que es la iglesia” (Colosenses 1:18). Él está profundamente interesado en cada uno de los miembros de su cuerpo, y nosotros deberíamos estarlo también. El Señor ha reunido a los creyentes en una unidad que jamás podrá ser desecha, y espera que nosotros obremos según esta inalterable verdad, teniendo un amor verdadero para con su Iglesia, y comprendiendo el significado de su autoridad sobre el cuerpo con todo lo que esto implica.

¡Qué precioso motivo de meditación es para nosotros la promesa de la venida del Señor Jesús! (Juan 14:3). Eso debiera ser aún más real para nosotros que los hechos que ya han tenido lugar, porque todo es igualmente cierto. Su significado y las circunstancias que lo acompañan son dignos de ocupar nuestra reflexión y agradecimiento. Si no estamos gozosos al pensar en su venida, que puede tener lugar en cualquier momento, entonces sondeemos nuestro corazón delante del Señor; juzguemos y eliminemos los obstáculos que pueda haber, para poder gozarnos “en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:2).

En todos estos simples hechos de verdades vivas (y en otros muchos que no han sido mencionados), existe un poder propio que motiva fuertemente al creyente y que lo estimula a seguir y servir al Señor Jesús de todo corazón. Necesitamos la verdad pura de Dios. Que cale hondo en nosotros la exhortación que hizo Pablo al joven Timoteo: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:15).

Es cierto que, la mayoría de nosotros, no tenemos muchas ocasiones para hablar de las cosas del Señor a aquellos que nos rodean; sin embargo, para ser sus verdaderos testigos, debemos conocer muy bien los hechos de los cuales testificamos.