Grandes cosas que nosotros no entendemos

¿Por qué tantos muertos? (Lucas 13:1-5)

Algunos que estaban con el Señor le cuentan cómo Pilato había matado a los galileos, mezclando su sangre con la de sus sacrificios. Semejante acto de brutalidad se repitió muchas veces en la historia, de diferentes maneras y en diferentes grados. Una masacre de inocentes, como se suele decir, nos conmueve siempre profundamente.

Al comentar este evento, el Señor dice: “¿Pensáis que estos galileos... eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.

A continuación, el Señor habla de otro suceso, pero esta vez no es provocado por la maldad del hombre, a saber: la caída de la torre de Siloé, en la ciudad de Jerusalén. Dieciocho hombres habían perecido, aplastados bajo los escombros. Frente a catástrofes de este tipo, quedamos consternados y muchas preguntas nos vienen a la mente. ¡Tantas víctimas y, sin embargo, Dios tiene todo en sus manos…! ¿Qué decir? ¿Cómo entender? Respecto a este suceso que el Señor recuerda, da la misma conclusión que para el precedente. Los hombres muertos por la caída de la torre no eran más culpables que todos los habitantes de Jerusalén: “antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.

Retengamos particularmente dos enseñanzas de este pasaje. En primer lugar, no pensemos que las grandes desgracias golpean primero a los que las merecen, así pensaban los amigos de Job. En segundo lugar, estemos atentos a esto: las víctimas de catástrofes que el mundo llama habitualmente inocentes, son en realidad pecadores, como todos los hombres. No son “más pecadores” que otros, sino “pecadores” y “culpables” delante de Dios. Todos los hombres pecaron y están bajo la ira de Dios (Juan 3:36). Si no se arrepienten, perecerán bajo el juicio, y de una manera aún mucho más espantosa, como nunca se conoció. Notemos que, por su respuesta, el Señor desvía sus pensamientos, que estaban concentrados en los galileos, más o menos lejanos, y los dirige hacia sí mismos, cambiando el sentido de la pregunta de: ¿Y qué de ustedes? a: ¿y de nosotros?

Catástrofes naturales y demás (Job 1:6-22)

Los versículos 6 a 12 nos permiten presenciar una escena que sucede en el cielo, entre Dios y Satanás, delante de los ángeles. Job no sabe nada de esto. Los versículos 13 a 22 nos presentan graves acontecimientos que suceden en la tierra, y que afectan terriblemente a Job. Sufre la pérdida de todos sus bienes, e incluso la muerte de todos sus hijos.

Dios dejó en las crueles manos de Satanás todo lo que pertenecía a Job; pero, al mismo tiempo, le fijó límites: “He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él” (v. 12). Satanás sale de la presencia de Dios; luego, cuatro calamidades caen simultáneamente sobre Job. No cabe ninguna duda de que la mano de Satanás estaba allí.

Ella es evidente cuando se trata del ataque de “los sabeos” y de “los caldeos” (v. 15 y 17) contra las tropas y los criados de Job. Satanás los incita a esto, como incita continuamente a los hombres a la violencia.

Ella es menos evidente cuando se trata del “fuego de Dios” —el rayo— que cae del cielo y consume las ovejas y los pastores (v. 16). Igualmente, cuando el viento hace caer la casa donde se encuentran los hijos de Job. ¿No es Dios quien manda al viento? “Saca de sus depósitos los vientos” (Salmo 135:7). Y en cuanto al rayo, está escrito: “Reviste sus manos de relámpagos; y les manda en donde han de caer” (Job 36:32 V.M.). Sí, “Truena Dios maravillosamente con su voz; él hace grandes cosas, que nosotros no entendemos” (Job 37:5).

¡Qué admirable e instructiva es la declaración de Job cuando, desplomado de dolor, se entera sucesivamente de las calamidades que le ocurren! “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Job recibe todo de la mano de Dios, cualquiera sea su procedencia. Lo confirmará todavía en el segundo período de sus pruebas: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (2:10).

Las acciones de los hombres, las acciones de Satanás, las acciones de Dios —y sus relaciones recíprocas— permanecen como misterios insondables para nosotros. No procuremos comprender lo que sobrepasa infinitamente nuestras mentes. Pero sigamos el ejemplo de Job. ¿No hay acaso una suavidad especial en el hecho de ver la mano de Dios en todas las cosas? Es el privilegio de la fe.

No aflige voluntariamente

“¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?” (Lamentaciones 3:37-38).

Este versículo nos muestra con certeza que Dios es el dueño de todo. Todo está en sus manos. Se sirve de todo, hasta de la maldad de Satanás o la del hombre, para cumplir Sus consejos, los que tienen siempre en vista Su propia gloria y el bien de sus redimidos.

Las Escrituras nos dan muchos ejemplos, de los cuales, sin duda, el más impresionante es el de la crucifixión de Jesucristo. Por un lado, esta muerte es el acto supremo del odio de Satanás y del mundo contra Dios y contra su Hijo; pero, por el otro, en esta muerte, y en todo lo relacionado con ella, se encuentra el fundamento de la bendición eterna de los creyentes.

Y si tenemos un Dios que “manda” o que «permite» cosas espantosas, no pensemos que es un Dios duro. Al contrario: “Si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:32-33).

Pero, aunque sea así, llegará el día terrible en que su ira, ya revelada desde hace mucho tiempo, caerá sobre un mundo pecador que persiste en rechazarlo. ¡Que aquellos que lo conocen como Salvador sean sus fieles testigos mientras dure el tiempo de su gracia! “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres”. “Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:11, 20).

Nuestra responsabilidad

El hecho de que no pueda suceder algo “que el Señor no mandó” no reduce en nada nuestra responsabilidad. Y jamás debemos ocultar nuestras faltas o atenuar nuestra culpabilidad refugiándonos detrás de los decretos divinos.

Cuando José se da a conocer a sus hermanos, les dice: “Dios me envió delante de vosotros… para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Génesis 45:7-8). Tales palabras son la expresión de su fe en Dios y de su gracia hacia sus hermanos. No obstante, hubiese sido inoportuno que ellos dijesen a José: «No fuimos nosotros los que te enviamos a Egipto, sino Dios».

Cuando Simei insulta y maldice violentamente a David, en la sublevación de Absalón, éste baja la cabeza y dice: “Si él así maldice, es porque Jehová le ha dicho que maldiga a David” (2 Samuel 16:10). Como Job, recibe las cosas de parte de Dios. Es la expresión de la fe, en este “varón conforme a su corazón” (1 Samuel 13:14). Solamente él podía decirlo.

El origen del censo de Israel que David mandó a hacer, es atribuido a Dios en 2 Samuel 24, y a Satanás en 1 Crónicas 21. Estos dos aspectos son también verdaderos; y, aunque los comprendamos solamente en parte, no captamos el por qué. Pero, lo que no debemos dejar de ver es el hecho de que cuando David es puesto delante de su falta, dice humildemente: “He pecado gravemente al hacer esto… he hecho muy locamente” (1 Crónicas 21:8). No habla ni de los planes de Dios, ni de su gobierno, ni de la incitación de Satanás. Simplemente se reconoce culpable.

La actividad de Satanás

Esta actividad nos es revelada en el caso de las calamidades de Job y en el del censo que mandó David, pero es evidente que está presente en todo lugar donde se comete el mal. Pero, entonces, la pregunta se impone: ¿En qué medida debemos preocuparnos de esta actividad?

El Señor anuncia a la iglesia de Esmirna: “El diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel”, y, al mismo tiempo, alienta a los fieles: “No temas en nada lo que vas a padecer… Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).

El apóstol Pablo escribe a los tesalonicenses que, por dos veces, quiso ir a verlos, pero “Satanás nos estorbó” (1 Tesalonicenses 2:18). Es conducido por el Espíritu a expresarse así. Pero, en cuanto a nosotros, ¿deberíamos procurar saber si tal acontecimiento desagradable, si tal anulación de nuestros proyectos —hasta en el caso de cosas legítimas— son el resultado de la acción de Satanás o de la acción de Dios? ¿No deberíamos más bien recibir todo como proveniente de Dios, en la simplicidad de la fe? Así lo hicieron Job, José y David.

En cambio, sí debemos discernir claramente las actividades de Satanás en las tentaciones y sus seducciones. Por este tipo de actividades sí debemos preocuparnos. El apóstol Pedro nos advierte: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe” (1 Pedro 5:8-9). Para lograr que “Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros”, no debemos ignorar “sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11). Debemos recordar que “la serpiente antigua” (Apocalipsis 12:9) puede aparecer algunas veces como “león rugiente” y otras como “ángel de luz” (2 Corintios 11:14).

Lo que debe requerir toda nuestra atención en cuanto a las actividades de Satanás, son sus seducciones y no su misteriosa actividad maléfica.