Para mí el vivir es Cristo

Filipenses

Introducción a la epístola a los Filipenses

La epístola de Pablo a los Filipenses ocupa un lugar particular entre las epístolas del Nuevo Testamento. Se dirige a la primera iglesia formada en Europa por medio del servicio del apóstol. Luego, se distingue de las otras epístolas de Pablo por su carácter personal y práctico, y sobre todo por el hecho de que dirige muy especialmente nuestras miradas hacia el Señor.

La epístola a los Filipenses no tiene por objeto enseñarnos las bases de la doctrina cristiana, el fundamento de nuestra salvación ni los consejos de Dios en cuanto a Cristo y su Iglesia, sino que trata de la conducta práctica del cristiano. Otras epístolas de Pablo tienen como tema principal nuestra posición en Cristo, pero la epístola a los Filipenses nos muestra cómo realizar nuestra posición en la vida cotidiana. Y el apóstol no se conformó con predicar que Cristo es nuestra vida, sino que mostró con su conducta que, para él, vivir era efectivamente Cristo.

Cuando escribe a los filipenses, las circunstancias en que se hallaba el apóstol eran difíciles. Y en estas circunstancias, demuestra que todo lo que está fuera de Cristo carece de valor para él. Hasta sus ventajas naturales no son otra cosa que una pérdida y basura.

Nosotros también sabemos que Cristo es nuestra vida (Colosenses 3:4). Pero la epístola a los Filipenses nos pone, todavía hoy, ante estas preguntas: ¿Está impregnada nuestra vida cotidiana de Su persona? ¿Ocupa él el primer lugar? ¿Es él el centro de nuestra vida?

La ciudad de Filipos

La Grecia del tiempo del Nuevo Testamento estaba dividida en dos partes: al Sur Acaya, con las ciudades de Atenas y Corinto; y al Norte Macedonia, donde se encontraban Tesalónica, Berea y Filipos. Esta última localidad era una colonia romana, situada al este de Macedonia, en un camino estratégico que unía Roma al Oriente. Había sido fundada por el rey Felipe de Macedonia, padre de Alejandro Magno, aproximadamente 400 años antes de Jesucristo.

Sus habitantes eran mayormente de origen romano. Contrariamente a otras ciudades del Imperio romano, pocos judíos se habían establecido en ella. Ésa es la razón por la cual no había sinagoga, sino un simple lugar de oraciones donde se reunían.

Pablo en Filipos

En Hechos 16:11-40 encontramos el relato de la visita de Pablo y de sus compañeros a Filipos. El segundo viaje del apóstol le había conducido primero a Derbe y a Listra, luego a través de Frigia y Galacia. Después, como “les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia… intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió” (v. 6-7). Entonces, de noche, Pablo tuvo una visión que produjo un hecho muy importante del testimonio cristiano en la tierra: por primera vez, Pablo y sus compañeros, conducidos por el Espíritu Santo, pisaron el suelo europeo para anunciar en Filipos el Evangelio de la gracia de Dios.

El autor del libro de los Hechos nos hace un detallado relato de los eventos que se desarrollaron en esta ciudad. Lidia, vendedora de púrpura, es la primera persona a la cual el Señor “abrió el corazón… para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (v. 14), y es ella quien acogió a los misioneros en su casa. Pero los adversarios no tardaron en manifestarse. Una vez que Pablo expulsó al espíritu de adivinación que habitaba en una muchacha, él y su compañero fueron prendidos, maltratados y echados en la cárcel. Pero el Señor intervino milagrosamente. Un terremoto sacudió los cimientos de la cárcel y abrió todas las puertas, pero ninguno de los presos huyó. Este hecho conmovió e impresionó profundamente al carcelero y le condujo a creer en el Señor Jesús con toda su familia.

Pablo visitará de nuevo Macedonia —y seguramente la ciudad de Filipos— durante su tercer viaje (Hechos 20:1, 6).

La iglesia de Filipos

La iglesia de Filipos estaba mayormente formada por antiguos paganos convertidos. Quizá sea ésa la razón por la cual en esta epístola no se encuentra ninguna referencia del Antiguo Testamento. Conocemos a algunos hermanos y hermanas de esta iglesia: además de Lidia, la vendedora de púrpura, y el carcelero mencionado en los Hechos, la epístola cita al hermano Epafrodito y a las hermanas Evodia y Síntique (2:25; 4:2). Según lo que Dios nos revela con respecto a ellos, estas personas parecen ser de carácter y de condición muy diferentes. Pero lo que las une, es su fe en el Señor Jesús, su celo por el Evangelio y su amor por el apóstol Pablo.

De repente se había establecido una relación personal entre el apóstol Pablo y los filipenses. En la epístola, se dirige a ellos como amigo y como hermano, sin hacer alusión a su apostolado, como lo hace en otros lugares. Ellos, como ninguna otra iglesia, habían tomado parte en el Evangelio que Pablo predicaba y en los combates que libraba, y le habían aportado un sustento financiero a pesar de su gran pobreza (2 Corintios 8:1-3).

Las expresiones utilizadas en esta epístola a los Filipenses evocan los estrechos lazos que unían a su autor con sus destinatarios: “vuestra comunión en el evangelio”, “os tengo en el corazón… todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia”, si hay “alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia”, “bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (1:5, 7; 2:1; 4:14).

El origen de la epístola

Pablo estaba en la cárcel cuando escribió esta epístola (véase 1:7, 13-14). Es probable que la haya escrito durante su primera cautividad en Roma, porque hace alusión al pretorio (guardia personal del emperador romano), a la casa de César, y expresa la esperanza de ser liberado en un futuro próximo (1:13; 4:22; 1:25-26; 2:24). Estas indicaciones hacen pensar que la epístola ha sido escrita más bien hacia el final de su cautividad, probablemente antes de las epístolas a los Efesios, a los Colosenses y a Filemón, igualmente escritas en la cárcel de Roma. Habían pasado aproximadamente unos diez años desde su primera visita a Filipos, citada en Hechos 16.

El motivo de la epístola

Los filipenses se habían enterado de que el apóstol estaba en la cárcel en Roma y le habían enviado un don material por medio de Epafrodito, para animarlo y expresarle la simpatía de todos ellos (4:18). Cuando llegó a destino, Epafrodito cayó gravemente enfermo, quizá a causa del cansancio del viaje. Había estado incluso “a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él” y lo restableció (2:27). La noticia de esta enfermedad provocó inquietud entre los filipenses, y el apóstol les volvió a enviar a Epafrodito, con una carta de agradecimiento de su parte. Es la epístola que tenemos ante nosotros.

Más allá del motivo exterior de esta carta, podemos discernir la mano de nuestro Dios quien ha querido conservárnosla. Ella está aquí para instruirnos, enseñarnos, animarnos y exhortarnos todavía hoy.

El tema principal de la epístola

Cada una de las epístolas del Nuevo Testamento consta de un asunto principal. En su sabiduría, Dios, en conjunto, nos dio toda la enseñanza que necesitamos. Pablo tuvo por particular misión hacernos conocer nuestra posición ante Dios y los designios de Dios que conciernen a Cristo y su Iglesia. Sus epístolas tienen un carácter esencialmente doctrinal, mientras que las del apóstol Pedro, por ejemplo, ponen más a la vista nuestra conducta práctica.

La epístola a los Filipenses constituye más bien una excepción entre las epístolas de Pablo. No se trata tanto de doctrina, sino más bien de nuestro comportamiento. No es nuestra posición o nuestras bendiciones en Cristo que están en primer plano, sino nuestra vida práctica como cristianos. Y si es cuestión de unidad, es bajo el aspecto de la comunión práctica. Aunque esta epístola sea dirigida a una iglesia local, tiene un carácter más personal que las otras epístolas escritas por el apóstol Pablo a otras iglesias. Por medio de ella aprendemos qué sentimientos animaban a este hombre de Dios. Esto toca nuestros corazones y nos instruye.

¿Cómo, pues, la doctrina cristiana puede ser manifestada en nuestra vida cotidiana? Todo depende del lugar que damos a la persona del Señor Jesús. Nuestro estado práctico resulta de lo que él es para nosotros. Es necesario que realmente encontremos todo en él. No podemos separar la doctrina y la enseñanza práctica. La doctrina es el fundamento sobre el cual estamos y la enseñanza práctica nos conduce a andar con pasos seguros sobre ese fundamento, para gloria del Señor. Es lo que vemos en la epístola a los Filipenses. Fue escrita en las circunstancias difíciles de una cárcel de Roma, pero por un hombre para quien Cristo lo era todo. Habla más a menudo de gozo que en ninguna otra epístola. En las circunstancias en las que vivía, no podía encontrar algo que lo alegrara, ¡muy al contrario! Pero porque había encontrado todo en Cristo, podía hablar de gozo a pesar de las circunstancias. Pablo ponía todas las cosas en relación con la persona de su Señor, de quien menciona el nombre particularmente a menudo en esta epístola.

La epístola a los Filipenses es la epístola de la verdadera experiencia cristiana. No de experiencias negativas y decepcionantes de un cristiano que deshonra al Señor por sus tropiezos, sino las experiencias de un cristiano avanzado en la fe, que ha encontrado en su Señor todo lo que necesitaba y que descansa enteramente en él. “Para mí el vivir es Cristo” (1:21). Éste es su mensaje central.

La epístola no nos muestra al cristiano resucitado con Cristo y sentado en los lugares celestiales, sino en las circunstancias de la vida en la tierra. En éstas, hacemos experiencias con la vieja naturaleza que está en nosotros, y a menudo tropezamos. Pero no es ése el tema de la epístola. La palabra «pecado» no se encuentra, como tampoco la palabra «carne» en el sentido de nuestra vieja naturaleza. Aunque prisionero, Pablo se presenta como un hombre feliz. Ni las audiencias ante el emperador, ni las preocupaciones y las dificultades de la vida —a las cuales no es indiferente— ocupan el centro de sus pensamientos. Quiere ganar a Cristo, ser hallado en él y conocerle (3:8-10).

Pablo dirige la mirada de los filipenses hacia la meta. Sabe que ellos todavía se encuentran en las circunstancias de la vida y les anima a mirar fijamente a la meta y a continuar su carrera. Pero la meta es Cristo. Aquí podemos hacer una comparación con lo que encontramos en Deuteronomio. Este libro nos muestra a los hijos de Israel que han llegado al final de las experiencias y las dificultades del desierto, y a punto de entrar en la tierra prometida. Sus pensamientos están centrados en esa tierra, que es su heredad. Moisés, que sabe todo lo que han vivido en el desierto, se dirige a ellos. Pero el tema esencial de su mensaje es lo que tienen ante ellos. Es lo que también encontramos en la epístola a los Filipenses. Por eso la salvación está considerada como algo por venir (1:19; 3:20).

La epístola también contiene advertencias. Pablo no estaba sin preocupaciones respecto a esos hermanos y hermanas que tanto amaba. Había dificultades entre algunos de ellos. Epafrodito probablemente le había hablado acerca de sus divergencias de opinión. Los pensamientos mundanos o terrenales no eran la causa de esta falta de armonía, sino más bien las cuestiones que tenían que ver con el servicio y con la propagación del Evangelio (4:2-3). Pablo aprovecha la ocasión de estas tensiones para presentarles el modelo perfecto, el Señor Jesús, y el espíritu que lo había animado (2:5-8). Además, temía la influencia de algunos elementos judíos que buscaban dañar la obra del Señor (3:2-3, 18). Advierte también sobre este punto a los filipenses poniendo a Cristo ante sus ojos.

En resumen, esta epístola tiene como meta:

  1. agradecer a los filipenses el don recibido de ellos,
  2. animarlos; si, a la vista de las circunstancias, se suscitare tristeza, mirar a Cristo era la fuente de un profundo gozo,
  3. exhortarlos en cuanto a los desacuerdos y las disensiones,
  4. advertirlos del peligro del legalismo.

Estructura de la epístola

Hay diferentes maneras de subdividir esta epístola. La división en capítulos, como la encontramos en nuestras biblias, es una.

Capítulo 1: Cristo, el todo y la meta de nuestra vida. “Para mí el vivir es Cristo” (v. 21). Cuando es así, toda nuestra vida está impregnada de Cristo. Habita en nosotros y nos llena. La vida cristiana consiste entonces en vivir para él y en someter todas las cosas a su apreciación. Eso nos conduce a hablar del Señor a nuestro alrededor y a ser sus testigos.

Capítulo 2: Cristo, el modelo de nuestra vida. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (v. 5). Si cumplimos esto, pensaremos, hablaremos y obraremos como él mismo lo hizo, cuando voluntariamente se humilló hasta tomar el último lugar. Entonces, contribuiremos a arreglar los conflictos y seremos realmente de ayuda a nuestros hermanos y hermanas.

Capítulo 3: Cristo, la meta de nuestra vida. “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (v. 13-14). Si seguimos el ejemplo del apóstol, todo lo que puede ofrecernos la tierra perderá su atractivo, y seremos cristianos orientados hacia la meta.

Capítulo 4: Cristo, el poder de nuestra vida. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (v. 13). Si realizamos esto, sólo en Cristo buscaremos y encontraremos todos nuestros recursos. Entonces, estaremos abundantemente preparados para todas las circunstancias de nuestra vida.

¡Que estos pensamientos nos animen a estudiar más de cerca la epístola de Pablo a los Filipenses!