La intervención de Eliú

Job 32 – Job 37

En estos capítulos hallamos el ejemplo de una reprensión sabia en condiciones extremadamente difíciles.

El marco histórico

Job es un hombre que conoce y teme a Dios. Camina de manera irreprochable con rectitud y fidelidad; Dios mismo da fe de esto (Job 1:1, 8; 2:3). Sin embargo, de repente le sobrevienen, una tras otra, terribles desgracias: en un instante pierde a sus diez hijos y todos sus bienes. Y, para colmo de desgracias, “una sarna maligna” le cubre todo el cuerpo y le inflige una horrible comezón (v. 7). Es manifiesta la mano de Satanás en todo lo que le sucede en ese momento; sin embargo, Job acepta la prueba de la mano de Dios: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios” (2:10).

Tres amigos de Job —Elifaz, Bildad y Zofar— vienen a él para demostrarle su simpatía y consolarle. Al principio no pronuncian una sola palabra; luego se vuelven excesivamente habladores y se revelan como “consoladores molestos”. Basándose en su rudimentario conocimiento del gobierno de Dios, insinúan —y hasta acaban por afirmar— que todas las desgracias de Job sólo pueden ser consecuencia del castigo divino, en retribución a su conducta. Job se exaspera con sus palabras fuera de lugar, pero está consciente de que contienen una parte de verdad. Rechaza todas las acusaciones o insinuaciones dirigidas contra él. No entiende cómo es posible que Dios lo haga sufrir así, afirma y reafirma solemnemente su justicia, y se deja llevar hasta decir palabras inconvenientes respecto a Dios. Finalmente, Job calla y sus amigos también (cap. 31).

Los grandes principios sacados a la luz en el relato

La historia de Job se sitúa fuera del marco de Israel y en una época muy antigua, probablemente la de los patriarcas.1 Los personajes del libro conocen a Dios según las revelaciones que había hecho en aquel tiempo, y según lo que habían entendido de ellas. Los tres amigos de Job conocen el gran principio del gobierno de Dios, o de la retribución: Dios castiga al pecador y bendice al justo; da al hombre según sus obras (véase Proverbios 24:12). Sin embargo, lo aplican a Job de manera injusta. Job, consciente de la verdad de este principio, no entiende porqué Dios lo golpea. No obstante, tiene un conocimiento de Dios mucho más profundo que el de sus amigos. En sus discursos, recuerda que el estado actual en la tierra no es necesariamente la manifestación del placer o del desagrado de Dios: pueden apreciarse impíos que prosperan sin que Dios intervenga, pero su juicio vendrá más tarde (21:7; 24:12). Lo que Job ignora, son las raíces del mal que se hallan en cada ser humano, aun en el creyente y en el hombre que camina de manera ejemplar. Job también ignora el hecho de que los caminos de Dios para con el hombre, particularmente los sufrimientos que permite, no necesariamente tienen el carácter de una retribución, sino que también pueden ser de carácter educativo o disciplinario. Aprenderá estas cosas a través del ministerio de Eliú, y después directamente de Dios.

El hombre que supo callar

Eliú aparece abruptamente en el capítulo 32. Había escuchado atentamente todos los discursos anteriores. Oyó cosas que podían desencadenar su indignación, y, sin embargo, se contuvo. Era el más joven, y no se atrevía a hablar frente a sus mayores. Pero Dios lo había preparado para ser su mensajero; y, en el tiempo apropiado, pudo expresar de parte suya lo que convenía. Hermoso ejemplo aquí de humildad y de discreción que corresponden a un joven, en particular si Dios quiere utilizarlo para un servicio difícil.2

“Entonces Eliú… se encendió en ira” (32:2-3). Pero, a pesar de esta ira, que recuerda un poco la de Jesús en ciertas ocasiones, Eliú en todo momento se mantuvo sereno y dueño de sí mismo. Una justa indignación se apodera de él, y sus palabras son justamente severas, pero no se deja dominar por la ira. Algunas veces interrumpe su discurso para dejar a Job la posibilidad de expresarse, pero éste está censurado por su conciencia y guarda silencio ahora.

De entrada, el autor inspirado nos indica los motivos de la ira de Eliú. “Se encendió en ira contra Job… por cuanto se justificaba a sí mismo más que a Dios” y “contra sus tres amigos, porque no hallaban qué responder, aunque habían condenado a Job” (v. 2-3). Aquí vemos cuán nefasto es estar satisfecho de sí mismo, aun cuando la gracia de Dios nos haya guardado de faltas graves. El hecho de nutrir y defender su propia justicia había llevado a Job a poner en duda la justicia de Dios en su gobierno.

¿Quién incitará a Job a ceder?

Ahora consideraremos los discursos de Eliú, sin detenernos en todos los detalles, el alcance de los cuales además no es siempre fácil de entender. Los capítulos 32 y 33 contienen el primer discurso.

No son las palabras insensatas de los tres amigos, ni aun las declaraciones sabias de Eliú las que lograrán producir el trabajo necesario en el corazón de Job. “Para que no digáis: Nosotros hemos hallado sabiduría; lo vence Dios, no el hombre” (32:13). En efecto, no se oirá más la voz de Job después del discurso de Eliú, sino sólo después de que Dios haya hablado. En tanto dependa de Dios, el siervo es útil en su tiempo; sin embargo, es Dios el que realiza y lleva a cabo el verdadero trabajo en un corazón. Eliú, verdaderamente humilde, no lo ignoraba.

“De barro fui yo también formado”. “Ni mi mano se agravará sobre ti” (33:6-7). El que reprende está consciente de que tiene la misma naturaleza del que es reprendido. No se colocará por encima de él ni lo quebrantará.

¡Que el hombre tome su justo lugar ante Dios!

Eliú recuerda a Job algunas de sus declaraciones inconvenientes para con Dios (33:8-11). No las cita palabra por palabra, sino que da la sustancia de ellas. “Yo soy limpio y sin defecto; soy inocente, y no hay maldad en mí. He aquí que él buscó reproches contra mí, y me tiene por su enemigo” (v. 9-10). Se notará que Job, al contrario de lo que hacemos a veces, no protesta diciendo: No he dicho esto. Lo que Job había afirmado equivalía a decir que era irreprochable, que Dios aprovechaba oportunidades contra él para hacerle sufrir y que lo trataba como un enemigo.

La respuesta de Eliú a estas palabras fuera de lugar es notable. No toma la posición de un árbitro que podría juzgar entre Job y Dios, sino que demuestra que no le corresponde al hombre pedir cuentas a Dios: “He aquí, en esto no has hablado justamente; yo te responderé que mayor es Dios que el hombre. ¿Por qué contiendes contra él? Porque él no da cuenta de ninguna de sus razones” (v. 12-13).

Esta manera de responder, y de poner término a una discusión en la cual el hombre trataría con Dios de igual a igual, se halla en Romanos 9 (v. 19-20), cuando Pablo considera las objeciones que le podría hacer un hombre razonador e incrédulo. Hay muchas cosas que continuarán siendo misterios para nosotros. El principio de la sabiduría es “el temor de Jehová” (Proverbios 9:10). Este temor nos lleva a darle a Dios su lugar y a tomar el nuestro delante de él.

En su gracia, Dios se ocupa del hombre

A partir del versículo 14 del capítulo 33 y hasta el fin de su primer discurso (v. 33), Eliú le enseña a Job cómo Dios se ocupa del hombre. En primer lugar, le habla. “En una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende. Por sueño, en visión nocturna…”. Aquí la Palabra escrita no puede ser mencionada —como lo sería para nosotros hoy en día— porque probablemente en aquella época no había ninguna Escritura inspirada. Dios “revela al oído de los hombres” (v. 16); los instruye, para apartarlos de un camino que lleva a la muerte (“al sepulcro”, v. 18).

Sin embargo, Dios no instruye solamente mediante palabras. Ejerce una disciplina para con el hombre: “También sobre su cama es castigado”. Aquí, Eliú describe una situación parecida a la de Job (v. 19-21). La meta de esta disciplina es “anunciar al hombre su deber” (v. 23). Eliú alude a una “redención” (v. 24). La necesidad de tal cosa ya está mencionada aquí, aunque de manera oscura. Para nosotros que conocemos la salvación en Cristo, no cabe ninguna duda: La verdadera redención sólo se halla en él. Eliú agrega que el resultado será la liberación, no sólo la de la prueba, sino la del alma (v. 25-26, 28). Cuando esta disciplina haya llevado su fruto, aquel que la haya experimentado podrá declarar entre los hombres: “Pequé, y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado”. Así demostrará que se ha enterado de su pecado y de la gracia de Dios. “He aquí, todas estas cosas hace Dios dos y tres veces con el hombre” (v. 29), para apartarlo de un camino que lleva a la muerte (v. 30).

¿Es injusto Dios?

En el capítulo 34, en su segundo discurso, Eliú coloca a Job otra vez frente a algunas de sus declaraciones fuera de lugar. “Porque Job ha dicho: Yo soy justo, y Dios me ha quitado mi derecho” (v. 5; compárese 27:2).

Posiblemente sin darse cuenta de ello, Job había acusado a Dios de injusticia. Considerando las pruebas que le habían acontecido como retribución de su conducta —y esto era lo que sus amigos se empeñaban en repetirle— él estimaba que había sido tratado injustamente: “Dolorosa es mi herida sin haber hecho yo transgresión” (v. 6). Hasta había concluido que su piedad había sido inútil: “De nada servirá al hombre el conformar su voluntad a Dios” (v. 9). Con términos muy solemnes, Eliú subraya la gravedad de tales palabras. Cuando Job habla de esta manera: “Va en compañía con los que hacen iniquidad, y anda con los hombres malos” (v. 8); hace “respuestas semejantes a las de hombres inicuos” (v. 36). Eliú no lo califica de hombre inicuo o malo. Le dice que su comportamiento es semejante al de estos hombres.

Y entonces, Eliú vuelve a afirmar la justicia del Omnipotente. “Sí, por cierto, Dios no hará injusticia” (v. 12). Él “es tan justo” que, ¿lo condenarás? (v. 17). “Sus ojos están sobre los caminos del hombre” (v. 21). Nada escapa a su control, y toda maldad recibirá algún día su justa retribución (v. 23-27).

Sin embargo ¿tiene Job la conciencia de que podría haber en él algunas cosas por juzgar? “Conviene que se diga a Dios:… enséñame tú lo que yo no veo” (v. 31-32). Ésta es una oración que podríamos dirigir a nuestro Dios más a menudo. ¡Cuán fácilmente estamos cegados y nos complacemos en meras ilusiones que nos formamos sobre nuestro propio estado! ¿Ha considerado Job solamente la posibilidad de faltas en su comportamiento? ¿Habrá dicho: “Si hice mal, no lo haré más”?

Por irreprochable que haya sido su conducta antes de sus pruebas, ahora resulta claro que en su desasosiego, Job “a su pecado añadió rebeldía” y que “contra Dios” multiplicó “sus palabras” (v. 37).

En el capítulo 35, en su tercer discurso, Eliú coloca una vez más a Job frente a las palabras extremadamente graves que había tenido: “¿Piensas que es cosa recta lo que has dicho: Más justo soy yo que Dios? Porque dijiste: ¿Qué ventaja sacaré de ello? ¿O qué provecho tendré de no haber pecado?” (v. 2-3). Como antes, no se trata de citas palabra por palabra, sino de pensamientos expresados. Cuando Job decía: “aunque fuera perfecto, él me convencería de perversidad” (9:20, VM), ¿no era esto acusar a Dios de injusticia?

Si bien el juicio divino no le había castigado aún por esto, sin embargo no ignoraba las “transgresiones” (35:15, VM). Job había “multiplicado palabras sin sabiduría” (v. 16).

Los caminos de Dios para con los hombres

En el capítulo 36, en su cuarto discurso, Eliú “atribuye justicia a su Hacedor”. Declara cómo el Dios todopoderoso e infinitamente sabio actúa para con sus criaturas. “No desestima a nadie”. “No otorgará vida al impío, pero a los afligidos dará su derecho” (v. 5-6), a quienes ése oprimía. El mensajero de Dios no dice nada en cuanto al momento en que se ejerce este justo juicio, pero indica el hecho.

Desde el versículo 7 en adelante, habla de los caminos de Dios para con “los justos”. Los ojos de Dios están continuamente sobre ellos y los honra. Sin embargo, ellos también están expuestos a caídas. Pueden “prevalecer sus rebeliones”. Entonces los castiga. “Él les dará a conocer la obra de ellos”, “despierta además el oído de ellos para la corrección, y les dice que se conviertan de la iniquidad” (v. 9-10). ¿Escucharán? “Si oyeren”, recibirán toda bendición (v. 11). “Pero si no oyeren”, se hallarán en el camino de la muerte (v. 12).

En el versículo 16, Eliú aplica a Job los principios que acaba de recordar. “Te apartará de la boca de la angustia a lugar espacioso”. Sin embargo, hasta ahora la disciplina de Dios sólo había producido la rebeldía: “Tú has llenado el juicio del impío”. “Guárdate” del juicio —del castigo— al que te expones. “Guárdate, no te vuelvas a la iniquidad; pues ésta escogiste más bien que la aflicción” (v. 21). Todo esto nos recuerda lo que será expuesto más tarde, y de manera más completa, en la epístola a los Hebreos, respecto de la manera cómo hemos de aceptar la disciplina de nuestro Padre (12:4-13).

¿Quién puede enseñar como Él?

En su primer discurso, Eliú ya había demostrado cómo Dios enseña a los hombres, ya sea por palabras o mediante sus caminos disciplinarios para con él (33:14, 19). En los versículos que acabamos de considerar (36:8-21), otra vez habló de la disciplina de Dios, tal como se ejerce en Job. Ahora, completa esta instrucción, demostrando que el Dios todopoderoso actúa, en la creación que tenemos delante de nuestros ojos, de una manera que sobrepasa por completo al hombre (36:22 a 37:24). Por consiguiente, no le corresponde a nadie prescribirle su camino ni juzgar lo que hace (36:23). Al contrario, se trata de engrandecer y admirar sus obras, las que cada uno puede contemplar sólo de lejos (v. 24-25). Dan testimonio de la grandeza de Dios. “He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos” (v. 26). Sin duda, desde esa época muy antigua, Dios se ha revelado de manera mucho más completa, muy particularmente desde la venida de Cristo a la tierra. No obstante, los detalles de los caminos de Dios para con cada uno de los hombres, escapan a nuestro conocimiento.

Desde el versículo 27 hasta casi el final de su discurso, Eliú toma el ejemplo de los fenómenos atmosféricos. En un estilo poético, hace una notable descripción del ciclo del agua —atraída hacia el cielo, transformándose en nubes, luego, cayendo sobre la tierra en forma de gotas, la lluvia, a veces acompañada de rayos y truenos—. “Con las nubes encubre la luz, y le manda no brillar, interponiendo aquéllas” (v. 32). El despliegue del poder de Dios nos hace temblar, cuando “truena él con voz majestuosa” (37:4). Él tiene todo entre sus manos, y ordena a los elementos de la naturaleza lo que han de hacer. Los rayos, el trueno, el frío, el calor, la nieve, el hielo, el viento, el torbellino, las diferencias de las nubes: todas estas cosas hacen “sobre la faz del mundo, en la tierra, lo que él les mande” (v. 12).

En todo lo que dispensa de esta manera, Dios busca dos objetivos para con el hombre: “Por esos medios castiga a los pueblos, a la multitud él da sustento” (36:31). El mismo pensamiento está repetido un poco más adelante: “Unas veces por azote, otras por causa de su tierra, otras por misericordia las hará venir” (37:13). Por un lado, Dios utiliza todos estos fenómenos naturales en su bondad para alimentar a sus criaturas y satisfacer sus necesidades (compárese con Hechos 14:17), y, por otro, los utiliza para ejercer su disciplina y juicio sobre los hombres.

Así, Dios “hace grandes cosas, que nosotros no entendemos” (37:5). Puede que el hombre de hoy crea que entiende estos fenómenos, al menos en cierta medida. Sin embargo, aunque la ciencia pueda captar algunos de sus elementos, la acción misma de Dios, quien dirige todo según su voluntad y en vista del cumplimiento de sus designios, permanece como misterio absoluto para los hombres.

Job acaba de ser colocado ante las maravillas de la creación y ante Dios mismo, en la medida que Dios podía ser conocido entonces. “Escucha esto, Job; detente, y considera las maravillas de Dios” (37:14). “Él es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder; y en juicio y en multitud de justicia no afligirá” (v. 23). Para el hombre, se trata de mantener su lugar ante un Dios que es infinitamente grande, que obra con justicia y que no hace sufrir arbitrariamente a sus criaturas.

Conclusión

Se terminó el ministerio del fiel mensajero. Dijo lo que Dios le había llevado a decir. Y, para que sepamos claramente que no son las palabras del hombre las que hacen que Job ceda (véase 32:12-13), Eliú desaparece. Ahora habla Dios mismo. Nos quedamos impresionados por la continuidad del pensamiento entre el discurso de Eliú y las palabras que Dios dirige luego a Job (cap. 38 a 41). El siervo, conducido por Dios, preparó el camino. Y, de todas maneras, es Dios el que obra en el corazón de Job, ya sea por las palabras de Eliú, o después.

Puesto una vez más, y de manera aún más grandiosa, ante la grandeza y la sabiduría de Dios manifestadas en la creación, Job sólo podrá decir: “He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca” (40:4). Y un poco más tarde, expresará estas palabras de humillación: “Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía…De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (42:3-6). Era una lección necesaria para este hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (1:1). ¿Sería menos necesaria para nosotros?

Eliú, en su medida, contribuyó a este notable trabajo de Dios en el corazón de Job. ¡Hermoso ejemplo de una reprensión sabia!

  • 1En ella, no se halla ninguna alusión a la ley, ni a los escritos inspirados, ni a los acontecimientos que marcaron la historia de Israel.
  • 2Es evidente que el ejemplo que hemos de imitar son los caracteres morales del discurso de Eliú y no su forma exterior. Todo el libro tiene un estilo poético, y todos los discursos relatados tienen la marca de la época y del lugar donde fueron pronunciados. El pensamiento se desarrolla muy lentamente y el lenguaje tiene abundantes imágenes.