Aquí empieza una nueva etapa de la vida de José, una relación particular con Dios. Dios se da a conocer a él por medio de sueños y así le comunica sus pensamientos y designios. Los dos sueños relatados contienen la historia futura de José y, en figura, la historia del Señor Jesús.
Aunque José conocía el estado del corazón de sus hermanos, no dudó en comunicarles lo que le había sido revelado. De la misma manera, durante su ministerio en la tierra, el Señor Jesús fielmente dio a conocer los pensamientos de Dios a sus discípulos y al pueblo. Les comunicó las palabras que había recibido del Padre. Tenía para todos un mensaje de salvación y de paz, pero también de advertencia. Fue el testigo fiel y verdadero.
El primer sueño de José concierne a la tierra. En un campo segado, algunos hombres están atando manojos de trigo. Y el manojo de José se levanta, mientras que los manojos de sus hermanos vienen a inclinarse al suyo. Al relatar el sueño, los hermanos de José le preguntan: “¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros?”
El manojo de José es una figura del Hijo del hombre, de Jesucristo. Israel rechazó a su Mesías y a su Rey y dijo: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (véase Lucas 19:14). Y así “fue cortado de la tierra de los vivientes” (Isaías 53:8). Pero fue resucitado de los muertos al tercer día. Como el gran vencedor, salió del sepulcro que los soldados vigilaban en vano. Era imposible que fuera retenido por la muerte (Hechos 2:24). “Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él” (Romanos 6:9).
La gavilla por primicia de los primeros frutos, que era ofrecida “el día siguiente del día de reposo” nos presenta en figura el Señor Jesús en su resurrección (Levítico 23:9-14). “Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”; es las primicias de la nueva siega (1 Corintios 15:20). Puede presentarse como “el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra” (Apocalipsis 1:5). El león de Judá venció en Gólgota. Por eso Dios le dio toda potestad en el cielo y en la tierra. Toda rodilla se doblará ante él, y toda lengua confesará que es el Señor (Filipenses 2:9-11). Llega el día en el cual Cristo reinará sobre toda la tierra, y será conocido por todos como Señor y Rey (Isaías 32:1; 11:10-16). Su pueblo terrenal —“se ofrecerá voluntariamente en el día de su poder” (Salmos 110:3)— y le aclamará diciendo: “Más hermoso eres que los hijos de los hombres; la gracia es derramada en tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre” (Salmos 45:2, V.M.).
El segundo sueño de José concierne a los cielos. El Mesías, el rey de los judíos, rechazado en la tierra, tomó sitio en el cielo según el primer versículo del salmo 110: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. Él “subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Efesios 4:10). “Todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos… a Jesús, coronado de gloria y de honra” (Hebreos 2:8-9).
El reino terrenal mencionado en el primer sueño será en estrecha relación con el cielo. El reino de mil años del Mesías será gobernado, administrado y bendecido desde arriba. Habrá en este reino una gloria terrenal y una gloria celestial, pero todo será en una maravillosa y perfecta armonía. Todos honrarán al Hijo (Juan 5:23). Este es el significado principal de estos dos sueños.
Este lugar glorioso y maravilloso —tanto terrenal como celestial— el Señor Jesús lo adquirió para sí. Le pertenece de derecho por los sufrimientos indecibles que fueron su parte, por su humillación profunda y por su obediencia hasta la muerte de la cruz. “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11). “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmos 126:6).
Como lo muestra la respuesta de los hermanos de José, el primer sueño evoca sobre todo la glorificación de Cristo como Mesías y Rey de Israel. El segundo sueño nos presenta más bien su glorificación como Hijo de Dios e Hijo del hombre, en la cual las naciones también tienen su parte.
Al final de su carrera terrenal, habiendo predicado, por demás “trabajado” y “en vano y sin provecho… consumido sus fuerzas” (según los términos de Isaías 49:4-6), el Señor habló de su muerte, de su resurrección, de su presencia a la diestra del poder de Dios y de su venida en las nubes del cielo (Marcos 14:62; Lucas 22:69). Así, sus palabras en los últimos días y las últimas horas de su presencia en la tierra hacen resaltar más sus relaciones celestiales con su Padre. Es lo que hallamos especialmente en el evangelio según Juan (véase 13:1).
En el capitulo 17, el Señor deja de algún modo esta tierra y toma su lugar en el cielo: “Ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti” (v. 11). Todo esto, lo hallamos prefigurado en los dos sueños de José.
La reacción y la hostilidad de sus hermanos es la misma al relatar ambos sueños. Tenemos aquí la imagen del hombre natural, no renacido, en su incredulidad y su enemistad contra Cristo, ya sea que pertenezca al pueblo de los judíos o a las naciones.
En este momento, Jacob mismo no puede elevarse al nivel de los pensamientos de Dios. Es lo que vemos cuando José le comunica su segundo sueño. Le reprende diciéndole: “¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?” (Génesis 37:10). Jacob se muestra entonces incapaz de entender los pensamientos de Dios a propósito de José. Vemos algo parecido en los padres del Señor Jesús, cuando su madre le dice “Hijo, ¿por qué nos has hecho así?” (Lucas 2:48).
José no contestó nada a su padre, lo que era completamente conveniente. Pero el Señor Jesús recordó a sus padres que había para él una relación prioritaria, una relación celestial con su Padre. Sin embargo, hallamos luego: “Descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” (v. 51).
Podemos notar que en este momento, el padre de José tuvo un sentimiento distinto al de sus hijos incrédulos. Está dicho de él: “Meditaba en esto” (Génesis 37:11). De la misma manera, está dicho de la madre de Jesús: “Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lucas 2:51).
Como los padres de Jesús, los discípulos no podían elevarse al nivel de los pensamientos del Señor. Solamente pensaban en un despliegue de su poder en la tierra; esperaban su reino. Sin embargo sus nombres estaban escritos en los cielos. Estaban todos marcados por la debilidad, pero amaban al Señor, lo seguían, lo servían y daban testimonio de Él.