“Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en ti he confiado;
hazme saber el camino por donde ande, porque a ti he elevado mi alma.”
(Salmo 143:8)
Si nos disponemos cada mañana a buscar la presencia del Señor, ciertamente conoceremos el gozo puro de oír su misericordia y nuestras almas serán refrescadas, alimentadas, animadas y fortalecidas para hacer frente a cada necesidad o prueba del día.
Aún más, nuestras oraciones de la mañana siempre deberían tener como meta pedir la dirección de Dios para el día que comienza. Todo creyente debe ser consciente de que su propia sabiduría está lejos de ser suficiente para guiarlo, hasta en las cosas más pequeñas. Algunos piensan que Dios no se interesa en las pequeñeces, pero es un error. Él se interesa en todos los detalles de la vida de un creyente y deberíamos encomendarnos completamente a él para pedir su dirección en todo. Después de haberlo hecho, con honestidad naturalmente, no necesitaremos preocuparnos por cada detalle, sino que tendremos la seguridad de que Dios responderá para guiarnos como Él quiera.
La oración es la expresión de una verdadera confianza, y Dios espera también que meditemos su Palabra, porque por ella aprendemos realmente cuál es su voluntad. Si la descuidamos, dejamos la única fuente real de instrucción que Él nos da. Aunque no sepamos ver las instrucciones en detalle para nuestra marcha diaria, seremos impregnados de los principios de esta Palabra de tal modo que no tendremos mucha dificultad en discernir su voluntad en los asuntos ordinarios.