Abraham en Canaán y Lot en Sodoma

Alguien dijo: «La sencilla lectura de la Biblia nos proporciona, sin que las busquemos, pruebas de su inspiración». Los relatos del Antiguo Testamento forman estampas de lo que espiritualmente podemos aplicar a nosotros mismos; y si los leemos a la luz del Nuevo Testamento, ilustran maravillosamente la doctrina.

La vida de Abraham es un bello ejemplo de la vida de un hombre de fe. Cuando el Señor le apareció y le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1), obedeció. No hizo ninguna pregunta a Dios, se fue como Él le había dicho “sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8). Su futuro dependía de su obediencia al llamamiento que Dios le había dirigido. Siguió el camino de la obediencia y no aquel de la propia voluntad. ¿No debe ser igual para nosotros? Si seguimos nuestra propia voluntad no podemos esperar que Dios esté con nosotros.

Abram, un extranjero en Canaán

Abram fue un extranjero, un peregrino y un adorador. Es precisamente lo que el cristiano debería ser. La tienda y el altar lo caracterizaban. Su tienda hacía de él un extranjero y un peregrino. Su altar hacía de él un adorador, alguien que invocaba el nombre del Señor.

Abram tenía a Dios como parte suya, y la palabra de Dios como su guía. Es lo que lo separaba de los cananeos en medio de los cuales vivía. También es lo que nos hace capaces de abandonar el mundo, no necesariamente de manera aparente, sino en nuestros corazones porque tenemos algo infinitamente mejor. El apóstol dice: “Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8). El camino de la fe no constituía una dificultad ni para Abram, ni para Pablo; tenían las realidades espirituales ante ellos.

Lot no había quitado Ur de los Caldeos por su propia fe. Tampoco se nos dice que Dios lo había llamado. Había seguido a Abram. Es lo que a menudo hacemos nosotros. Encontramos a alguien a quien estimamos espiritual, y nos dejamos guiar por él.

La grandeza de alma de Abram

Las dificultades aparecieron; hubo contienda entre los pastores de los rebaños de Abram y los de Lot; el ferezeo y el cananeo eran testigos de esto. La manera de obrar de Abram es digna de admiración. “Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos… ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Génesis 13:8-9). La conducta de Abram es la conducta característica del hombre de fe. Tenía a Dios como su porción, no se ocupaba del mundo. Debemos imitarlo. Nuestra porción es celestial, está en Cristo, lo que es infinitamente mejor que todo lo que el mundo puede dar. Debe satisfacernos y así podremos dejar de lado todo lo que el enemigo nos ofrece.

Abram dijo “Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda”. Da a Lot la prioridad para elegir sobre todo el país; y se nos dice: “Alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán” (v. 10). Dios no había dicho a Lot que alzara sus ojos; mientras que a Abram sí le diría más tarde que lo haga. De propia iniciativa Lot alzó los ojos. Vio la llanura del Jordán, que era bien regada; lo atrajo, convenía a sus negocios, parecía ser precisamente lo que él quería. Más tarde, dos tribus y media también se pararon en el Jordán. Acompañaron al pueblo y combatieron en el país, pero dijeron: “Tendremos ya nuestra heredad a este otro lado del Jordán al oriente” (Números 32:19). ¡Qué triste resultado!

¡Cuán fácil es ser cristiano a mitad! Ser cristiano, ¡pero no seguir al Señor en todo! Pero no es el andar de la fe, como el de Caleb y Josué de quienes se nos dice: “Fueron perfectos en pos de Jehová” (Números 32:12).

Los caminos se separan

La separación entre Lot y Abram se hizo en Canaán. Abram, es verdad, había recibido de Dios numerosas gracias durante su vida, pero estaba separado del mundo con su tienda y un altar, y su parte era celestial (Hebreos 11:10); por eso podía dejar a Lot elegir lo que le convenía. Lot, atraído por las llanuras bien regadas, se dirigió hacia ellas (Génesis 13:9-11).

Más tarde lo encontramos acercándose a Sodoma. Muchos cristianos no se vuelven hacia el mundo de un golpe. Satanás los atrae poco a poco, hace que las cosas del mundo les sean más atractivas. Lot “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma”. No fue hasta allá de inmediato. Si no tuviésemos el Nuevo Testamento, difícilmente creeríamos que era un hombre justo (véase 2 Pedro 2:7). ¡Qué peligro comprometerse en una pendiente, con el riesgo de resbalar al fondo!

El cristiano no es de este mundo. El Señor lo dice dos veces: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14, 16). El cristiano está en el mundo, pero no es del mundo; tiene una parte suficiente, una parte celestial de la cual puede gozar mientras está en el mundo.

Lot tenía un alma justa, pero un alma atormentada. ¡No solo fue a Sodoma, sino que adquirió un lugar de honor! Estar sentado en la puerta de la ciudad era considerado como un honor, y fue lo que Lot obtuvo. Si hubiésemos podido leer en el corazón de Lot, habríamos encontrado un alma atormentada, que aprovechaba las cosas del mundo, demostrando que no satisfacían los deseos íntimos.

Así, “Abram acampó en la tierra de Canaán, en tanto que Lot habitó en las ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma” (Génesis 13:12). Lot no fue de inmediato, pero fue hasta allí. Era el lugar en el cual reinaba Satanás, y llegó hasta entrar en él. Para los hijos de Dios, ¡cuán fácil es ser atraídos y apresados por las cosas del mundo!

El ámbito de la fe

Luego, “Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente” (v. 14). Abram había andado en el camino de la fe; Dios era su porción, y seguía siendo peregrino y extranjero. Su altar mostraba sus relaciones con Dios como adorador, mientras que Lot había escogido las cosas presentes, y se había separado de él. Entonces el Señor le dice: “Toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (v. 15). Tal es la recompensa que da Dios al hombre de fe: vasto ámbito. A veces he pensado que podría ser comparado con la oración de Pablo en la epístola a los Efesios (3:14-19) en la cual habla de “la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”. Dios dijo a Abram, el hombre de fe: “mira… hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente”. ¡Qué parte! Nosotros, cristianos, ¿no tenemos una parte infinitamente más elevada y extensa?

Nuestras bendiciones celestiales

Nuestra porción no está en este mundo. Cierto, Dios nos da toda clase de bienes temporales por los cuales debemos estar profundamente agradecidos; pero la verdadera parte de los hijos de Dios es celestial: “toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). ¿Qué hay más elevado? ¿Gozamos nosotros de esta parte? Dios nos dio esta parte maravillosa, y el apóstol pide en su oración que los creyentes puedan entrar en ella y conocer el gozo de lo que les pertenece en Cristo. Se dirige al “Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”; no dice de qué (Efesios 3:14-18).

Somos llevados así en el centro de los consejos de Dios y del amor de Cristo. Podemos contemplar la vasta extensión de gloria en la que tendremos nuestra parte. Todas las cosas estarán concentradas en Cristo. Somos llamados a entrar en ellas por fe. No podemos disfrutar toda la plenitud porque no podemos comprenderla enteramente. Pero Pablo añade: “y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento”. Conocemos el amor de Cristo, pero no podemos sondear toda su profundidad y tampoco toda su extensión.

La recompensa de Abram

Tal es el cuadro que Dios nos muestra. Abram tenía su parte, puesto que los santos patriarcas miraban más allá de la dispensación en la que vivían. Abram “esperaba la ciudad que tiene fundamentos” (Hebreos 11:10). Miraba hacia adelante al cumplimiento de las promesas de Dios.

Dios le da esta palabra de aliento: “Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Tal es la recompensa del hombre de fe. Lot había mirado hacia Sodoma, había ido hasta Sodoma, se había sentado en la puerta de Sodoma, había llegado a ser un hombre importante en el mundo; pero durante ese tiempo su corazón no estaba satisfecho, su alma estaba afligida aunque fuese justo (véase 2 Pedro 2:7-8). ¡Qué diferencia entre su estado y el del hombre de fe!

El camino en la heredad

Entonces Dios dijo a Abram: “Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré” (Génesis 13:17). Esto venía a ser como si le dijera: Todo el país que tu pié pisará es tuyo. Cuando los hijos de Israel hubieron atravesado el Jordán, Dios les dio su heredad en Canaán; pero era necesario que tomaran posesión. También nosotros debemos tomar posesión de nuestra parte, y el poder espiritual nos permite hacerlo. Cuando Dios hace promesas, da la fuerza para apropiárselas. ¿Por qué Abram recibió ese país? Era un don de Dios. Lot, figura del cristiano mundano, perdió todo su bien que fue quemado en Sodoma, pero fue salvado él mismo como a través del fuego. No tenía una porción celestial, Abram, al contrario, era el hombre de fe que tenía a Dios como parte suya; y Dios le dio la posesión de todo el país. Fue dado “a ti y a tu descendencia para siempre” (v. 15).

La responsabilidad del andar

En el capítulo 17 volvemos a encontrar esta palabra: Anda. “Anda delante de mí y sé perfecto” (v. 1). Tal era la responsabilidad de Abram. Si en el capítulo 13 encontramos sus privilegios y lo que la gracia hizo por él, aquí tenemos su responsabilidad. Podemos aplicarnos todo lo que está contenido en estas cuatro palabras: anda delante de mí. No se trata del andar delante del mundo, o delante de otros cristianos; anda delante de mí, y sé perfecto, es decir con un corazón recto. No seamos como el hombre de la epístola de Santiago: doble de corazón; inconstante en todos sus caminos; pero que cada uno de nosotros tenga a Cristo por su porción.

El lugar que Cristo ocupa en nuestros corazones está íntimamente vinculado a nuestra vida, a nuestro gozo. La venida del Señor, ¿no es un tema de gozo, si realmente Cristo es la porción del corazón? “Anda delante de mí”. El que camina rectamente delante de Dios, caminará rectamente delante de los otros cristianos y delante del mundo. ¡Que el Señor atraiga cada vez más nuestros corazones hacia Aquel que nos ama y que murió por nosotros. Él es el centro de los consejos de Dios y es también el que ahora satisface nuestros corazones. Quiera el Señor apegar nuestros corazones a su persona, todo estará entonces en orden; el secreto del andar con otros creyente es tener nuestros corazones ocupados de Él. A pesar de todas nuestras faltas, siempre conservaremos la parte celestial que Él nos ha dado.