“¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.”
(Salmo 119:9)
En este versículo no se trata de la purificación de nuestros pecados. Solamente “la sangre de Jesucristo… nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). La purificación por la sangre se relaciona con el juicio: Dios aplica el valor del sacrificio de Cristo al culpable que acepta a Jesús como Salvador, de manera que toda su culpa es quitada.
Pero la purificación (hacer puro o limpio) del camino de un joven —y de cada creyente— es algo práctico, para lo cual debe observar con atención la Palabra de Dios. Si la Palabra de Dios penetra en nuestros corazones, entonces conoceremos la verdadera purificación moral.
En el Nuevo Testamento, esta Palabra es comparada con el agua (Efesios 5:26). Al beber esta agua, nuestros corazones serán maravillosamente refrescados. Sabemos muy bien que el agua es esencial para mantener nuestra vida terrenal. Pero además de usarla para quitar la sed, la utilizamos también para lavarnos. Si la Palabra de Dios nos refresca interiormente, opera también una transformación esencial en nuestro comportamiento exterior. En la medida que la observemos, purificará nuestras sendas.
Es la lección que el Señor Jesús buscó inculcar a sus discípulos en Juan 13. Se procuró agua y una toalla y se puso a lavarles los pies y enjugarlos. Ellos no lo entendieron en ese momento, pero es una figura de la aplicación de la Palabra de Dios a nuestro andar en este mundo. Observemos cuidadosamente esta Palabra.