Quisiera expresar algunos pensamientos sobre el carácter de la fe de Moisés.
La sucesión de ejemplos que tenemos en este capítulo nos muestra el poder de Dios obrando en los corazones para hacer realidad cosas invisibles. En la vida cristiana, cuanto más vemos el mal y hacemos el bien, tanto más comprendemos el valor de esta sola palabra: la fe. Cuando en un creyente la fe está activa, es más poderoso que Satanás, pero si no es así, es más débil que el hombre del mundo. Las cosas más irresistibles no tienen ningún efecto en el alma, a la cual le son reveladas las cosas invisibles, ya que éstas últimas la ubican en otro mundo.
Aquí quisiera insistir más bien en la práctica que en los principios. La providencia había colocado a Moisés en la corte de Faraón, y él habría podido tomarlo como un excelente motivo para permanecer allí.
Pero todos los razonamientos basados en la providencia se vuelven ineficaces cuando la fe entra en acción. La Palabra juzga estos razonamientos y pone nuestras motivaciones al descubierto. El motivo de Moisés, si se hubiera quedado en la corte del rey, habría sido el de su corazón carnal, al tener dicha posición y ventajas. Él fue criado allí y gozaba de una elevada posición. Todo lo que el mundo podía ofrecer, los deseos de la carne, de los ojos y la vanagloria de la vida, eran ahí cultivados. Pero Moisés, nutrido en medio de los goces y delicias de la existencia, y conociendo todas estas cosas, siendo ya adulto, obró por fe, la cual se basa en las cosas invisibles, que eran mucho más valiosas para su corazón que las cosas visibles de Egipto. Rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón y quedarse donde la providencia lo había colocado. La fe comprende perfectamente que es preciso abandonar las cosas presentes, y cambiarlas por dificultades; pero ella tiene un solo objetivo: las cosas que no se ven, y su ojo, al ser simple, permite que el cuerpo del creyente esté lleno de luz.
Moisés, entonces, viendo las cosas invisibles, sin detenerse en lo que lo rodeaba, abandonó una posición que habría podido conservar sin estar en falta y que incluso podía justificar. El hombre “espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie” (1 Corintios 2:15). La fe decide, allí donde la razón encuentra dificultades.
Moisés, por la fe, reconoce que le era necesario escoger la aflicción. Y una sola cosa motiva su elección: el objeto de su fe. El pueblo de Dios era tan precioso para él, que eligió ser afligido con ese pueblo antes que gozar de los deleites temporales del pecado que el mundo le ofrecía. Esa fue su elección: escoge antes ser maltratado que gozar. Uno podría ser afligido sin la fe, es decir, por su propia culpa; pero si sufrimos a causa de la fe, el objeto que ella nos presenta es lo que nos motiva. La mirada puesta en las promesas de Dios hace que olvidemos los sufrimientos.
Cuando la fe se encuentra en medio de la prueba, no ve siempre con claridad el objeto que la motiva, pero recibe “el querer como el hacer” (Filipenses 2:13), porque conoce el pensamiento de Dios. Esto es lo que le ocurrió más tarde a Moisés en el desierto cuando se encontró frente a la hostilidad del pueblo, pero se sostuvo “teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios”. He ahí lo que lo sostuvo. Prefería el vituperio, porque su fe se apoyaba en Cristo.
Salgamos, nosotros también, “fuera del campamento, llevando su vituperio” (Hebreos 13:13). La fe liga el nombre de Cristo con todo lo que es doloroso: une la gloria con la cruz. ¿No es este un tesoro?
Si seguimos con la lectura, en el versículo 27 del capítulo 11, Moisés no solo encuentra el vituperio, sino también la oposición del rey. Es importante para nuestras almas reconocer los derechos que Cristo tiene sobre nosotros y sobre el mundo. Si actuamos conforme a este principio, permaneceremos firmes. Podemos mostrar mucha energía al comienzo, pero hace falta más fe para permanecer firme en medio de todas las circunstancias que para tener energía en un momento dado.
Vemos que Moisés “se sostuvo”, ya que dejó a Egipto, cuando el rey estaba enfurecido por encontrar a un hombre que no tenía en cuenta su autoridad ni su grandeza. Una vez que se apropió de Cristo, tuvo paciencia en medio de las dificultades y se sostuvo. No había en él firmeza de carácter; era manso y fiel, pero tímido; y esta timidez se nota cuando Dios quiere enviarlo al pueblo en Egipto. Sin embargo, se lo ve llevar más tarde todo el peso del pueblo en el desierto. ¿Por qué? Porque había elegido el vituperio y veía al Invisible.
¡Qué dicha cuando se hacen realidad, como Moisés, las cosas que no se ven! ¡Qué felicidad pensar que podemos gozar del bien, como Dios lo hace, sin que el mal logre perturbarnos! He aquí el verdadero reposo de Dios, en el cual el poder del Espíritu Santo nos hace entrar. Entonces, el mundo pierde toda influencia sobre nuestros corazones.
Puede que a pesar de que tengamos el vituperio por tesoro, nuestras almas no disfruten siempre de esta paz, pero estoy seguro de que si fuéramos más fieles, gozaríamos infinitamente más de ella, y la vida de Cristo se manifestaría en nosotros sin mucho esfuerzo. Ella brotaría de nuestro corazón y fluiría naturalmente. ¡Que Dios nos conceda la gracia de estar más en este estado! Para ello necesitamos vivir en ella y estar más en la presencia del Señor, antes que mezclarnos en los asuntos y dificultades de esta vida, a fin de encontrarle junto a nosotros en nuestras circunstancias. Es necesario, desde la mañana, escoger el vituperio de Cristo y tenerlo por tesoro.