Todos los creyentes hemos recibido la misión de servir al Señor Jesús. No importa si somos jóvenes o viejos, hermanos o hermanas, el Señor quiere utilizarnos allí donde nos puso. Cada uno de nosotros, pues, debe reflexionar tranquilamente delante del Señor para discernir cuál es la misión que nos confía, y en qué momento debe ser cumplida. El aspecto que deseamos tratar hoy es cómo —de qué manera— debemos trabajar para Él. El pasaje de la epístola a Tito en el cual el apóstol Pablo enseña lo que debe caracterizar el servicio de los siervos nos da principios para esto.
“Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tito 2:9-10).
Este texto nos lleva a la época de la esclavitud. Entre los creyentes, había quienes vivían en la condición de esclavos, y Dios tenía un mensaje especial para ellos. Para nosotros hoy, tales versículos se aplican en primer lugar a las relaciones de subordinación de la vida profesional en las cuales muchos de nosotros nos encontramos; es allí donde debemos ser fieles. Pero también se pueden aplicar a nuestra relación con nuestro empleador celestial, nuestro Amo, el Señor Jesús. Aquí descubrimos indicaciones útiles en cuanto a la manera de servirlo.
Sujetarse
Primero se trata de aceptar la autoridad del Señor Jesús en toda nuestra vida, y particularmente en nuestro servicio. La obra a la que somos admitidos para trabajar es llamada “la obra del Señor”, no «la obra de Jesús». En la vida profesional, un empleado sigue las instrucciones de su jefe terrenal; con más razón tenemos que obedecer las instrucciones de nuestro Amo celestial.
La sumisión es una noción cercana a la de obediencia, pero de un carácter más general. La obediencia se refiere a mandamientos y prohibiciones formalmente expresados, mientras que la sumisión es la actitud fundamental de aquel que reconoce una autoridad sobre él. Ambas deben caracterizarnos. En la Palabra de Dios, hay prescripciones claras (mandamientos y prohibiciones) que demandan nuestra obediencia. Pero no todas las situaciones posibles están arregladas de antemano. Por lo tanto, es necesaria una actitud de sumisión del siervo.
Agradar a su Amo en todo
Esto va más lejos que la sumisión. La subordinación de un esclavo a su amo no debía ser realizada de mala gana, por obligación o de una manera mecánica; debía ser aceptada gustosamente. En Colosenses 3:23, el apóstol dice a los siervos: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”.
Es lo que debe caracterizarnos, corazones comprometidos en el servicio del Señor, un servicio cumplido por amor y agradecimiento. El siervo debería vivir en la comunión con su Amo, agradándole en todo lo que hace o se abstiene de hacer. Preguntémonos siempre: ¿cómo puedo agradar a mi Amo en este momento? Es el fundamento de un servicio bendito en el cual encontramos nuestro gozo. La epístola a los Colosenses nos exhorta a “andar como es digno del Señor, agradándole en todo... y creciendo en el conocimiento de Dios” (1:10).
No ser respondones
El espíritu de contradicción se encuentra en cada uno de nosotros. Lo comprobamos en nuestros hijos y lo experimentamos en la vida profesional. En el servicio del Señor puede también que seamos respondones o contradictorios. Es lo que vemos en Pedro, cuando tuvo la visión de un lienzo que bajaba del cielo y contenía toda clase de animales, y una voz que le dijo: “Mata y come” (Hechos 10:12-14). Respondió inmediatamente: ¡“Señor, no”! Sin detenernos sobre las razones que en ese momento guiaron a Pedro, retengamos esto: puede sucedernos, por un motivo u otro, que rechacemos una orden que el Señor nos da. Cuando se les pide a los siervos que no sean respondones, no se trata simplemente de palabras que podrían contradecir, sino de una actitud. Guardémonos de no ser obstáculos en la obra de nuestro Amo por nuestro comportamiento. Desgraciadamente es posible que seamos estorbos por medio de nuestra actividad o por nuestra pasividad.
No defraudar
El peligro que siempre existía para un esclavo era apropiarse de lo que no le pertenecía. El ejemplo de Onésimo en la epístola a Filemón lo demuestra. En un sentido figurado, puede suceder también que, en el servicio para el Señor, defraudemos en algo, es decir que utilicemos para otro uso lo que el Señor nos confió para Sus intereses. Se puede tratar de cosas materiales (por ejemplo nuestro dinero); puede ser el tiempo que el Señor nos da; y pueden ser también bienes espirituales. Si el Señor nos confió un don espiritual particular, y rehusamos ejercitarlo para su obra, entonces “defraudamos” algo.
Es lo que la parábola de los talentos pone en evidencia. Uno de los siervos no estaba dispuesto a trabajar con el talento recibido; “fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor” (Mateo 25:18). ¿Cómo utilizamos los dones que Él nos dio? ¿Es siempre para que resulte de provecho eterno y para gloria de Él, o tal vez a veces para nuestra satisfacción y propia gloria?
Mostrarse fieles en todo
En todo lo que hacemos en la obra del Señor, lo más importante es la fidelidad. Ni la dimensión de la tarea ni la grandeza de los resultados obtenidos valen, sino el hecho de que hemos cumplido fielmente el servicio que Él nos confió. No busquemos grandes cosas, sino seamos fieles allí donde el Señor nos puso. El ejemplo de José nos alienta. Por el hecho de que era fiel, Dios podía estar con él (Génesis 39). En la parábola de los talentos, el amo motiva la recompensa de los dos primeros siervos diciéndoles: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21, 23). ¡Que sea nuestro deseo oír un día esas mismas palabras saliendo de la boca de nuestro Señor!
La meta de tal comportamiento
La meta de las exhortaciones dirigidas a los siervos es: “para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador”. ¡Magnífica conclusión! El servicio de los siervos cristianos y su comportamiento frente a su amo podían ser un adorno de la doctrina cristiana. Aquí Dios es llamado el Dios Salvador. Él quiere que todos los hombres sean salvos. Nuestra actitud en el servicio de nuestro Señor puede traer una contribución decisiva para la salvación de los hombres.
Cada siervo del Señor puede dar un destello particular a la enseñanza divina si se comporta conforme a las instrucciones de su Amo y si le sirve fielmente. Todos los que lo ven tienen bajo los ojos un testimonio del orden que caracteriza la casa de Dios. Y Dios es glorificado.