Dos carreras

Filipenses 3:12-14 – Hebreos 12:1-3

La Biblia abunda en imágenes y comparaciones, por medio de las cuales las enseñanzas morales y espirituales se nos hacen más comprensibles. En el Antiguo Testamento, esas imágenes se encuentran principalmente en los relatos históricos. En el Nuevo Testamento, hay muchas comparaciones extraídas de circunstancias de la vida de aquella época. Los mejores ejemplos de esta forma de enseñanza son, sin duda, las parábolas que el Señor presentaba a sus oyentes, con un lenguaje sencillo y un mensaje profundo. Pero, también los apóstoles, y Pablo particularmente, a menudo hicieron alusión a circunstancias de la vida cotidiana, por ejemplo a competiciones deportivas o situaciones de la vida militar. Hoy, el tema que ocupará nuestra atención será “la carrera”.

En la epístola a los Filipenses, Pablo describe su vida como una carrera que va hacia una meta, poniendo toda su energía posible para llegar a ella. La meta de esta carrera es Cristo. En cambio, en la epístola a los Hebreos, se habla de corredores en peligro de desanimarse. Se les presenta al Señor Jesús como ejemplo.

A la meta (Filipenses 3:12-14)

Leyendo lo que la Biblia nos dice de la vida del apóstol Pablo, uno se pregunta cómo podía este hombre hacer todo lo que hacía. Su inmenso servicio como pastor, evangelista y maestro, su “preocupación por todas las iglesias”, sus “conflictos” fuera, sus “temores” dentro (2 Corintios 11:28; 7:5), sus sufrimientos causados por la hostilidad encarnizada de los judíos y de los paganos, sin hablar de las fatigas corporales. Todo esto nos muestra porqué él hablaba de una carrera deportiva para hacer resaltar la energía que desplegaba en su vida de fe. Ciertamente él, como nadie más, era un instrumento elegido por el Señor. Pero, ¿hacía esto su carrera más fácil?

Pablo sabía muy bien que había sido “asido” por Cristo, que toda su energía estaba dedicada a su objetivo que era “asir” a Cristo, y ello en todos los sentidos, incluido el hecho de ser “perfecto” por el camino de “la resurrección de entre los muertos” (v. 11). No había llegado tan lejos, y prosiguió sin descanso a la meta, ya que una vez que llegara, obtendría “el premio”.

Este premio, para él —lo mismo que para todo creyente hoy en día—, era “el supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”; la gloria celestial en la cual entraremos. Es el lugar definitivo al cual Dios nos ha destinado en Cristo Jesús.

Para el que tiene ese pensamiento, no será difícil olvidar “lo que queda atrás” y “extenderse a lo que está delante”. Todo lo que antes era ganancia para el apóstol, lo abandonó sin sentir pena, “para ganar a Cristo”.

Pablo pudo experimentar que no todos los creyentes están en condiciones de participar en tal «sprint», como dicen los deportistas hoy en día. Admite que otros puedan sentir otra cosa (v. 15-16). Pero tiene paciencia con ellos confiando en que Dios los instruirá. Los diferentes grados de crecimiento espiritual no son una razón para desunir a los creyentes. Además, al principio de la epístola el apóstol ya había dejado claro que “el que comenzó la buena obra” en los filipenses “la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1:6).

Puestos los ojos en Jesús (Hebreos 12:1-3)

Los creyentes hebreos se habían distinguido notablemente. Tal era su fe, que sufrieron “el despojo de sus bienes con gozo”. Sabían que sus verdaderos bienes no eran las cosas que perecen sino que tenían una “mejor y perdurable herencia”. Esto es lo que les había dado la fuerza en esta prueba. Pero, después de cumplir la voluntad de Dios de una manera ejemplar, necesitaban ser alentados a tener paciencia hasta que obtuvieran “la promesa”. Se les aseguraba que “el que ha de venir” no se haría esperar mucho tiempo, sino que pronto estaría allí (10:34-37). Estaban mucho más cerca de aquel momento que los hombres de fe del Antiguo Testamento, quienes debían esperarnos —a nosotros, los creyentes del tiempo de la gracia— para que se cumpla lo prometido (11:39).

Después de haber hecho un elogio detallado de estos testigos, el escritor, en el capítulo 12, se vuelve a Aquel que ya ha sido “consumado”, (5:9, nota V.M.), el Señor Jesús, “el autor y consumador de la fe”. Él cumplió su camino terrenal de principio a fin, y tomó el lugar de vencedor con Dios en su trono (compárese con Apocalipsis 3:21). Para correr con la misma paciencia y en el mismo camino que él, necesitamos que nada aparte nuestra mirada de su persona.

Para él, el hombre perfecto, no había ningún obstáculo como nosotros lo conocemos; ni los “pesos” que retrasan nuestra marcha, ni “el pecado que nos asedia” y nos hace tropezar. Por eso debemos “despojarnos” constantemente de todo esto. Si lo hacemos, nuestra carrera se verá siempre impulsada por su ejemplo.

Ni siquiera la vergüenza de la crucifixión pudo desviar a nuestro Señor de su camino. “Por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz”. Notemos aquí cómo, en su humanidad, está particularmente cerca de nosotros. Como seres humanos, para estar firmes necesitamos una motivación que nos mantenga en la carrera. Nuestro Señor no tuvo esa necesidad, ya que su entrada en el mundo estuvo caracterizada directamente por el principio: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:5-7). Entró en el mundo con esta determinación. Pero cuando su camino llegó al lugar más escarpado, supo apreciar también tal motivación, incluso sin tener necesidad. De ahí que se diga: “Por el gozo puesto delante de él”. Nuestro Señor era realmente hombre. Por eso puede comprendernos perfectamente.

“Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” (12:1-2). Aquí no tenemos una carrera a toda velocidad, sino un largo trayecto que debemos recorrer con paciencia. Se trata de llegar hasta la meta y no abandonar la carrera antes de llegar. ¿Podría haber un mejor ejemplo que el del Señor que siguió su camino sin jamás desmayar? Por eso la exhortación a los Hebreos alcanza su punto culminante en el llamamiento: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (v. 3). La paciencia del Señor siempre fue probada por la hostil contradicción de los hombres. Vino a llamar a pecadores al arrepentimiento, y muchos no solo lo rechazaron, sino que le resistieron activamente. “Con palabras de odio me han rodeado... en pago de mi amor me han sido adversarios” (Salmo 109:3-4). Sin embargo, nada pudo detenerlo en su camino.

Pensemos más en él, y sigamos sus pisadas, como la Palabra de Dios nos las muestra claramente.