Testimonios de Jesús y acerca de Jesús en los escritos de Juan

Juan – 1 Juan – Apocalipsis

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). El evangelio de Juan, que pone ante nosotros de modo particular al Señor Jesús como Hijo de Dios, nos presenta la revelación que Jesús trajo de Dios como un testimonio divino procedente del cielo. El valor y el poder de este testimonio dimanan de la persona que lo dio, por lo tanto el evangelio menciona repetidas veces los testimonios dados acerca de la persona de Jesús, con la finalidad esencial de establecer su gloria divina.

El testimonio de Juan el Bautista (Juan 1)

Debido al servicio particular que Dios le había confiado, Juan es llamado el mayor de los profetas. Dios lo había enviado para preparar la venida de Jesús a la tierra, preparando los corazones para recibirle. “Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él” (Juan 1:7). Se ha dicho que él enciende su lámpara en la noche para que las almas, despertadas, esperen el día que va a alumbrar.

“Juan dio testimonio de él” (v. 15). Enseñado por Dios, anunció la grandeza de Cristo clamando: “El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo”.

Juan bautizaba en el Jordán y los judíos de Jerusalén enviaron mensajeros a él para preguntarle. Dio testimonio de que él no era el Cristo, sino solo una voz que clamaba en el desierto, y que su misión era preparar el camino al Mesías que iba a venir (v. 19-23).

Llegó el día en que Juan vio a Jesús que venía a él; entonces declaró: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (v. 29).

Cuando Jesús vino al Jordán, el Espíritu descendió sobre él como una paloma. Juan lo vio y dio testimonio (v. 32). Dios le había dicho: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo (v. 33). Por eso Juan declaró: “Yo le vi, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios” (v. 34). Dio un testimonio claro y poderoso. Dios le había hablado explícitamente del Mesías que enviaría a Israel y lo había designado personalmente por el Espíritu Santo que descendió sobre él en forma corporal.

El testimonio de Jesús, el enviado del Padre (Juan 3)

En Juan 3, el Señor mismo explicó a Nicodemo el carácter de su testimonio: “De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos” (v. 11). Nadie había subido jamás al cielo para informarse de las cosas divinas, ni había descendido del cielo para contarlas en la tierra, sino “el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (v. 13). El enviado del Padre había venido a la tierra y nadie como él podía testificar las cosas divinas, cosas que conocía perfectamente porque pertenecían al lugar de donde había descendido. Y por cuanto era al mismo tiempo Dios y Hombre, podía presentarse como estando “en el cielo”. Hubiéramos esperado que el Señor dijese «el Hijo de Dios, que está en el cielo», pero dijo: “el Hijo del Hombre...”. Esto llama nuestra atención sobre el hecho de que su humanidad es inseparable de su divinidad, y que debemos guardarnos de introducir la lógica humana en las cosas divinas.

Teniendo en su pensamiento a los jefes religiosos de Israel, el Señor agregó: “y no recibís nuestro testimonio” (v. 11). Sin embargo, Nicodemo lo recibirá para sí mismo, como lo muestra la continuación de su historia.

Al final de este capítulo, volvemos a encontrar los mismos pensamientos, pero expresados por Juan el Bautista. Hablando de Cristo, dijo: “El que de arriba viene, es sobre todos... el que viene del cielo, es sobre todos. Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio” (v. 31-32). El testimonio era maravilloso, pero en general “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (v. 19). Sin embargo, algunos lo recibieron, para su gozo presente y eterno. Con respecto a estos se puede decir: “El que recibe su testimonio, este atestigua que Dios es veraz” (v. 33). Los demás hacen a Dios mentiroso (compárese con 1 Juan 5:10).

El Señor habló una vez más de ese testimonio que vino a dar a este mundo, cuando compareció ante Pilato: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18:37). Pero la conciencia endurecida del gobernador no fue sensible a esta voz fiel.

Los cuatro testimonios de Juan 5

Al principio de este capítulo, el Señor sanó al paralítico que estaba acostado hacía treinta y ocho años en el estanque de Betesda. Las circunstancias de esta curación dieron a los judíos la oportunidad de mostrar su feroz oposición a Jesús. “Aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (v. 18). Jesús no hizo nada para evitar sus ataques. Al contrario, declaró que todas las obras que hacía, las cumplía en dependencia perfecta del Padre, y que cumpliría obras todavía mayores que las que habían visto: no solo haría curaciones milagrosas, sino que también resucitaría muertos.

Entonces el Señor hizo un llamamiento a sus conciencias poniendo ante ellos cuatro testimonios que deberían haber recibido. Se coloca sobre el terreno humano, donde una persona no da testimonio acerca de sí misma (v. 31), y donde todo asunto se decide por el testimonio de dos o tres testigos (Deuteronomio 19:15; 2 Corintios 13:1). Pero él da un testimonio más que completo: mencionó cuatro testigos.

  1. Jesús recordó a los judíos el testimonio de Juan el Bautista, a quien ellos antes enviaron mensajeros (v. 33; compárese con 1:19). Era solo un testimonio de hombre, pero si contribuía a arrojar luz, el Señor se los recuerda (v. 34). Por otro lado, muchos judíos habían considerado a Juan como un profeta enviado de Dios.
  2. Pero el Señor tenía un “mayor testimonio que el de Juan”. Era el de las obras que el Padre le había dado para que cumpliese. Estas obras daban testimonio de él, de que el Padre le había enviado (v. 36).
  3. También el Padre mismo había dado testimonio de él (v. 37). Lo había hecho durante el bautismo de Jesús, cuando su voz venida del cielo proclamó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). Lo había hecho en términos análogos en el monte de la transfiguración a oídos de tres discípulos (Mateo 17:5). Lo hizo en otras ocasiones, como la que se nos describe en Juan 12:28, una voz que la multitud había oído.
  4. Finalmente el Señor menciona las Escrituras: “Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí” (v. 39).

Pero este cuádruple testimonio, por más rico y completo que sea, no servía de nada a aquellos que habían tomado partido contra Jesús. Debió constatar con tristeza: “No queréis venir a mí para que tengáis vida” (v. 40).

El testimonio de las obras de Jesús

El testimonio que daban las obras de Jesús —el segundo de los que se mencionan en el capítulo 5— será recordado más de una vez a lo largo del evangelio.

En el capítulo 10, el Señor declaró: “Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de ” (v. 25). Se acusó a Jesús de blasfemia porque dijo: “Hijo de Dios soy”. Pero bastaba abrir los ojos ante las obras que hacía para comprender que era uno con el Padre (v. 36-38).

La resurrección de Lázaro había llenado de asombro a muchas personas y las había llevado a creer en Jesús (12:11). Durante su entrada a Jerusalén, montado en un asno, “daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro” (v. 17). Como Jesús lo había anunciado, la enfermedad de Lázaro era realmente “para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (11:4).

En el capítulo 14, el Señor habló a sus discípulos de su unidad con el Padre: “Yo soy en el Padre, y el Padre en mí” (14:10). Todas las palabras que decía eran las que el Padre le daba y todas las obras que cumplía eran las que hacía el Padre que moraba en él: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (v. 10).

Si los que oyeron sus palabras y vieron sus obras no creyeron en él, no tienen ninguna excusa. Al llegar al final de su ministerio en la tierra, el Señor debió concluir: “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre” (15:24; compárese con v. 22).

Los dos testimonios de Juan 8

En este capítulo, el Señor se presentó de manera particular como la luz: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (v. 12).

Los fariseos, siempre dispuestos a contradecir a Jesús y a encontrarle alguna falta, replicaron: “Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero” (v. 13). Quizá pensaban en lo que el mismo Jesús había dicho precedentemente (compárese con 5:31) y se sentían fuertes.

Es verdad que en los asuntos humanos uno no da testimonio de sí mismo, pero cuando se trata del testimonio acerca del Hijo de Dios, nadie más que una persona divina estaba a la altura de darlo verdaderamente. Una lámpara puede servir para alumbrar un objeto o el camino cuando es de noche, pero ella no agrega nada a la luz del sol. Si el sol brilla e irradia su luz, todas las lámparas del mundo son inútiles.

Y así, el Señor menciona aquí solo los dos testigos divinos: “Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí” (8:17-18).

Pero, como Jesús lo había dicho en el versículo 12, solo los que le siguen pueden beneficiarse de la luz que él difunde. Ellos no andarán en tinieblas, sino que tendrán la luz de la vida. Los que rechazan a Jesús, rechazan al mismo tiempo a Aquel que le envió y permanecen en tinieblas.

Los dos testimonios de Juan 15

En sus conversaciones con sus discípulos, el Señor anunció la venida del Espíritu Santo a la tierra. Iba a enviárselos del cielo después de su muerte, resurrección y ascensión a la gloria. Les describió la bendición que resultaría para ellos la presencia del Espíritu con ellos y su actividad en ellos. Esta bendición es tal que pudo decir: “Os conviene que yo me vaya” (16:7).

Al final del capítulo 15, el Señor habló del testimonio que dará esta persona divina: “Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (v. 26-27).

El principio del libro de los Hechos nos muestra cómo, por la acción del Espíritu Santo en los apóstoles, se dio un poderoso testimonio acerca del Señor Jesús. “Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (4:33). Pedro y los apóstoles respondieron valientemente cuando fueron interrogados ante el concilio, y hablando de Jesús resucitado y exaltado a la diestra de Dios, dijeron: “Nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:32).

El Espíritu Santo está todavía en la tierra. Él es todavía hoy el poder del testimonio que los rescatados pueden dar acerca de su Salvador. ¿Qué es del testimonio que damos nosotros?

El testimonio del apóstol Juan

El discípulo a quien Jesús amaba —aquel que, quizá más que otros, conocía el amor de Jesús— estaba junto a la cruz durante la crucifixión del Salvador (19:26). Una de las cosas de las que fue testigo lo impresionó particularmente y la menciona con solemnidad en su evangelio y en su primera epístola. Cuando un soldado abrió con su lanza el costado de Jesús, después de su muerte, “salió sangre y agua” (v. 34). Juan subraya la importancia de este hecho diciendo: “Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis” (v. 35). Más adelante veremos el significado profundo de esa sangre y esa agua.

Aun al final del evangelio, Juan se presenta como testigo ocular de lo que escribió con respecto a Jesús: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero” (21:24). Su testimonio es su evangelio.

Los tres testimonios de 1 Juan 5

“Tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan” (v. 8). Sin duda se trata de un pasaje difícil, pero el versículo 9 nos da la clave: “Este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo”. La sangre y el agua que salieron del costado del Señor cuando la lanza del soldado lo traspasó después de su muerte, son un último testimonio que Dios dio acerca de su Hijo. Es un testimonio de la eficacia de su obra. El agua es un símbolo de lo que purifica, y la sangre nos habla de lo que expía. Del cuerpo del Señor brotó lo que corresponde respectivamente a la mancha y a la culpabilidad que llevamos por el pecado.

Estábamos manchados, y, en diversos grados, sumidos en un “desenfreno de disolución” (compárese con 1 Pedro 4:4). “Mas ya habéis sido lavados...” (1 Corintios 6:11). Éramos culpables, pero “ya habéis sido justificados”. En estos pasajes del evangelio y de la epístola donde la sangre y el agua son presentados conjuntamente, es claro que el agua evoca la purificación, y la sangre la expiación. Pero esto no significa de ninguna manera que el pensamiento de la purificación no esté también ligado a la sangre. Lo es particularmente en otros pasajes: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7) y, “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre...” (Apocalipsis 1:5).

Volvamos al pasaje de 1 Juan 5. Encontramos allí, en el versículo 10: “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo”. El Espíritu de Dios que mora en nosotros da un testimonio divino a la plena suficiencia de la obra de Cristo para nuestra salvación. Pero el que no cree en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo hace a Dios mentiroso (v. 10).

“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (v. 11-12). El que cree en Jesús tiene la vida, la posee actualmente.

El testimonio de Jesucristo en el Apocalipsis

En sus primeros versículos, el libro del Apocalipsis se presenta como una revelación profética que Jesús recibió de Dios respecto a sus siervos. La transmitió a su siervo Juan por intermedio de un ángel. Esta comunicación inspirada tiene por objetivo “las cosas que deben suceder pronto”. Juan mismo “ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto” (1:2). El testimonio de Jesucristo es aquí esencialmente profético. Por el Espíritu, Juan comunica lo que le fue revelado en relación con acontecimientos futuros. El ángel le dice en el capítulo 19: “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (v. 10). Es el carácter particular del testimonio de Jesucristo en este libro.

Cuando recibió esta revelación divina, Juan se encontraba en la isla de Patmos, probablemente en exilio, víctima de la persecución que había sufrido como fiel testigo de Cristo. Estaba allí “por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (1:9). Aquí, la expresión “testimonio de Jesucristo” tiene un alcance más general que en el versículo 2. Obedeciendo a la misión que el Señor había confiado a sus discípulos, Juan había predicado la palabra de Dios y dado testimonio de Jesucristo. Era de los que habían visto al Señor con sus ojos, le habían escuchado con sus oídos y le habían tocado con sus manos (compárese con 1 Juan 1:1-3). El testimonio que podía dar de Jesús, era el eco del testimonio que Jesús mismo había dado en la tierra, de ese testimonio del Hijo de Dios que había venido a dar a conocer al Padre.

El testimonio de Jesucristo proseguirá aun después de la venida del Señor para arrebatar a la Iglesia. En esos tiempos extremadamente difíciles, en los cuales habrá juicios divinos en la tierra, el Señor tendrá todavía sus testigos. En la visión del capítulo 6, cuando se abren los sellos, Juan ve “las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían” (v. 9). El capítulo 11 nos habla de los “dos testigos” que profetizarán 1260 días y que serán muertos “cuando hayan acabado su testimonio” (v. 3 y 7). En el capítulo 12, vemos a los fieles del remanente judío perseguidos por el dragón durante la gran tribulación. Son “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (v. 17).

Pero esta fidelidad tendrá su plena recompensa. Cuando se establece el milenio, en el capítulo 20, se ve a esos fieles sentados sobre tronos, asociados a Cristo para el ejercicio del juicio. En particular son “los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios” (v. 4).

Estos acontecimientos se refieren a un período que sigue al de la Iglesia en la tierra. Sin embargo, toda esta revelación es para nosotros. El Señor mismo declara al final del libro: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias” (22:16).

“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (22:20).

En el evangelio y en la epístola pudimos considerar con claridad el testimonio dado por Jesús (Juan 3), y los testimonios dados acerca de Jesús (particularmente Juan 1; 5; 8; 15; 1 Juan 5). En el Apocalipsis “el testimonio de Jesús” es a la vez el testimonio que Jesús dio y aquel del cual sus testigos son heraldos. Esta expresión se encuentra asociada allí tres veces a “la palabra de Dios” (1:2, 9; 20:4).

Conclusión

Jesús, “el testigo fiel y verdadero” (Apocalipsis 3:14), vino de Dios para dar testimonio en la tierra de lo que conocía perfectamente. El Hijo dio a conocer al Padre. Pero Jesús dio a conocer también al hombre su estado de perdición. Y este testimonio —el de la luz que resplandece en las tinieblas y manifiesta el verdadero estado de todo— trajo sobre él el odio de los hombres (Juan 3:19-20). En su gracia y su paciencia, Dios ha puesto un especial cuidado en que sean dados todos los testimonios posibles acerca de su Hijo. Pero él fue rechazado; su testimonio fue rechazado.

Sin embargo, algunos lo recibieron. Pasaron de muerte a vida, de las tinieblas a la luz. Fueron dejados en la tierra para esperar el retorno de Jesús.

¡Que puedan alimentar su fe con el testimonio que Jesucristo dio, y que sean así testigos fieles de su Salvador!