El mensaje de la cruz se predica en este mundo desde hace casi dos mil años y podemos estar agradecidos por esto al Señor de todo nuestro corazón. Dios es un “Dios… Salvador”, y “quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:3-4). Con este fin, él tiene por todas partes en este mundo sus mensajeros que anuncian el Evangelio de la salvación.
El mismo Señor resucitado confió esta misión a sus discípulos. Era una orden clara y apremiante.
Esta orden no era solamente para los discípulos de entonces, es una orden aún actual. No concierne solo a los misioneros y evangelistas, es para cada uno de nosotros. Todos somos llamados a publicar la palabra de la cruz, tenemos que resplandecer “como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida” (Filipenses 2:15).
No todos tienen el don de evangelista. No todos son llamados a trabajar en tierra misionera. Sin embargo, allí donde Dios nos pone, debemos ser testigos del Señor, por medio de nuestro comportamiento y por nuestras palabras.
La misión que el Señor confió a los suyos es de vital importancia. En los relatos del Nuevo Testamento, lo vemos confiársela en tres ocasiones a sus discípulos:
- la noche misma de su resurrección,
- sobre el monte en Galilea,
- justo antes de su ascensión.
Los cuatro evangelios mencionan este hecho, al igual que el libro de los Hechos. Estos cinco pasajes muestran la importancia que el Señor da a esta orden y la responsabilidad que implica. Cada uno de ellos, considerados en los detalles que les son propios, tiene una enseñanza particular para nosotros. Al compararlos, descubrimos los puntos en los cuales el Señor pone especial énfasis.
Mateo 28:18-19
“Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones”.
Este evangelio subraya particularmente la misión dada por el Señor. Todas las naciones deben ser hechas “discípulos”. Se trata de aceptar la autoridad de Aquel que es el Señor y de seguirle. La mención de las “naciones” corresponde al carácter particular del evangelio de Mateo. Tenemos entonces la tarea de llevar a los hombres a convertirse en discípulos del Señor Jesús. Ser un discípulo implica dejarse instruir por el Maestro y seguirle.
Entonces, no se trata de anunciar el Evangelio de salvación a los hombres y luego abandonarlos a ellos mismos. El testimonio de los cristianos debería llevar a los que aceptan el Evangelio a convertirse en verdaderos discípulos del Señor Jesús, a aprender de su Maestro y a seguirle. Solamente así podrá multiplicarse el número de testigos. Este aspecto de las cosas fue descuidado a menudo. Por ejemplo, cuando se han enviado misioneros, a veces se ha olvidado que Jesús es no solo el Salvador, sino también el Señor a quien debemos seguir y de quien debemos aprender.
Marcos 16:15
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”.
El relato de Marcos pone el acento en la extensión de la proclamación del Evangelio. La misión no está limitada al pueblo judío. El Señor habla de “todo el mundo” y de “toda criatura”. Para los discípulos esto era nuevo. Hasta entonces, Dios se había revelado a su pueblo Israel, pero no a las demás naciones. El Antiguo Testamento ya había anunciado que Cristo traería la salvación hasta lo postrero de la tierra (compárese con Isaías 45:22; 49:6). Sin embargo, el hecho de que judíos y gentiles serían beneficiarios de la misma salvación era completamente nuevo.
Los discípulos debían ir y anunciar el Evangelio a todos. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11). Nadie está excluido. Dios ofrece su salvación a todos, sin excepción. No todos la reciben, pero este es otro asunto. Hablando de la justicia de Dios, Pablo escribió que ella es “por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Romanos 3:22). “Para todos” significa que es ofrecida a todos los hombres. “Los que creen en él” indica que su efecto es solo para los que aceptan la salvación de Dios por la fe en Jesucristo.
Lucas 24:46-48
“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas”.
El relato de Lucas menciona especialmente el mensaje que debe ser transmitido. Los discípulos habían sido testigos de lo que había sucedido en Jerusalén. Habían asistido a los sufrimientos de su Señor y Maestro, y habían visto cómo había dado su vida en la cruz. Habían tenido el gran gozo de verle resucitado. Esto es lo que debían transmitir. Y más aún, debían predicar en el nombre del Señor Jesús “el arrepentimiento y el perdón de pecados”.
Notemos que no se les dice expresamente que deben proclamar el amor de Dios o invitar a los hombres a hacer entrar a Jesús en sus vidas, cosas que se escuchan a veces, y que pueden tener su lugar en el anuncio del Evangelio. El punto central del mensaje era, y permanece por todas las épocas, “el arrepentimiento y el perdón de pecados”. El hombre es pecador, necesita el perdón. Para esto, el arrepentimiento —la profunda tristeza respecto a todo el mal que ha cometido— es indispensable.
Es necesaria una verdadera conversión. No decir esto claramente a los hombres es faltar a la orden del Señor. Este mensaje no siempre es agradable de escuchar, pero es necesario.
Juan 20:21
“Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío”.
El evangelio de Juan destaca otro pensamiento: el hecho de que somos enviados. El Señor Jesús mismo fue enviado por el Padre. Y como él fue enviado, así envía ahora a sus discípulos. Habiendo estado con él, debían ir ahora al mundo para anunciar el Evangelio a los hombres.
Cuando se aparece en medio de los suyos, el Señor expresa primeramente las palabras tranquilizadoras: “Paz a vosotros”. Por cuanto poseemos la paz con Dios y gozamos de esta paz, podemos ser enviados por el Señor. Esto significa que no vamos por nuestra cuenta sino bajo la autoridad de Aquel que nos ha enviado. Significa también que no llevamos nuestro propio mensaje sino el de Aquel que nos lo confió. No pertenecemos a este mundo, sino que tenemos una misión importante que cumplir respecto a él, y debemos hacerlo todo el tiempo que Aquel que nos envía considere necesario.
Hechos 1:8
“Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.
Lucas, el autor inspirado, pone aquí en evidencia el poder del que serán revestidos los testigos. Los discípulos tendrían gran necesidad de él para cumplir su misión. En cuanto a sí mismos, estaban sin fuerzas para hacer frente a ella, pero desde lo alto les sería dado el poder necesario. El Señor explica cómo iba a venir sobre ellos. El Espíritu Santo que habitaría pronto en ellos sería la fuente de este poder, para que su testimonio sea vivo y eficaz.
Hasta hoy, esto no ha cambiado. En nosotros mismos no encontramos el poder necesario para testificar. Pero el mismo Espíritu que los discípulos recibieron el día de Pentecostés, habita también en nosotros, dispuesto a darnos la fuerza necesaria. Deploramos hoy, y con razón, nuestra gran debilidad y falta de coraje. Pero esto no es porque el Espíritu Santo haya cambiado. Hoy tiene tanto poder como entonces. Busquemos en nosotros las causas de esta debilidad. Si no permitimos al Espíritu Santo desplegar su poder en nuestra vida, si obstáculos tales como pecados no juzgados o una vida mundana traban su acción, entonces nuestro testimonio permanecerá débil. Juzguémonos a nosotros mismos y dejemos obrar al Espíritu Santo. Aún hoy él puede producir un testimonio poderoso y enérgico.
La forma en que cada creyente cumple la orden dada por el Señor puede ser diferente. Uno lo hace públicamente, otro de una manera oculta. Aquel que no tiene facilidad de palabras puede también anunciar el Evangelio distribuyendo tratados. Pero de cualquier manera, es esencial que seamos todos testigos por nuestra manera de vivir. Es importante que vayamos efectivamente, que aceptemos ser enviados y que testifiquemos. Todas estas expresiones empleadas por el Señor hablan de movimiento. La vida cristiana no es una vida apacible de salón. No estamos llamados a esperar que las personas vengan a nosotros. Nosotros debemos ir a ellas con un mensaje. Animémonos a esto.