La fornicación

1 Corintios 6:18-20

Huid de la fornicación.
Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo;
mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo.”
(1 Corintios 6:18-20)

 

Aborreced lo malo.”
(Romanos 12:9)

La fornicación

Esta palabra, hoy poco empleada, se encuentra con frecuencia en la Palabra de Dios. Ella señala todas las relaciones sexuales fuera del matrimonio (Hebreos 13:4 y 1 Corintios 7:2).

En el mundo de hoy, si bien la palabra apenas se usa, el pecado que ella designa está cada vez más generalizado y cada vez menos oculto. Estamos rodeados de situaciones que tienen el carácter de fornicación: el adulterio1 de cónyuges infieles, relaciones circunstanciales, vida en concubinato. El cristiano, pues, está en peligro de acostumbrarse a esta forma de vida anormal y puede terminar teniendo una conciencia embotada respecto de este grave pecado. Lo que importa no es lo que la gente piense a nuestro alrededor, sino lo que dice la Biblia, la Palabra de Dios, a la cual el creyente se somete por temor a Dios.

Lo que dice la Biblia acerca de la fornicación

“No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). “Él que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace” (Proverbios 6:32).

En seis de sus epístolas, el apóstol Pablo, conducido por el Espíritu Santo, recalca la gravedad de este pecado que reclama el juicio de Dios sobre aquellos que lo cometen (léase 1 Corintios 6:9-11; 2 Corintios 12:21; Gálatas 5:19-21; Efesios 5:3-7; Colosenses 3:5-7; 1 Tesalonicenses 4:3-8). En Efesios 5:5 se declara solemnemente que “ningún fornicario... tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”; y lo mismo está escrito en 1 Corintios 6:9-10 y Gálatas 5:21.

El espíritu, el alma y el cuerpo (1 Tesalonicenses 5:23)

“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

Vemos que la Palabra de Dios distingue en el hombre:

  1. El espíritu, por medio del cual tenemos conciencia de Dios y entramos en comunicación con el mundo espiritual.
  2. El alma, que es la personalidad humana, el centro de las decisiones. Ella está en relación con Dios por medio del espíritu y con la tierra por medio del cuerpo. Ella tiene a su disposición la inteligencia, el razonamiento, la psiquismo, la afectividad.
  3. El cuerpo, el que es la parte física de nuestro ser, la que comprende nuestros cinco sentidos y nuestros instintos.

El pecado contra Dios, con quien estamos en relación por medio de nuestro espíritu

La fornicación es un pecado contra Dios, contra el orden que Él ha establecido en su sabiduría y en su soberanía: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:4-6).

Dios une un hombre a una mujer por los lazos del matrimonio; por consiguiente, toda fornicación, todo adulterio ultrajan a Dios al burlarse de su autoridad, al violar el orden que Él estableció. Como el cristiano sabe que el pecado interrumpe la comunión con Dios, debe estar muy atento para huir de este pecado.

El pecado contra la propia personalidad (el alma)

“El que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada” (Proverbios 6:32-33). Un sentimiento de culpabilidad se imprime en el alma, turba los pensamientos de aquel que comete fornicación; los recuerdos están mancillados, la pena de haber obrado mal respecto de otro hiere al alma (la personalidad) y éstas son heridas difíciles de curar. No olvidemos que jamás se comete fornicación impunemente, ya se trate de sí mismo o de su pareja (Eclesiastés 10:8 y Proverbios 6:29).

El pecado contra el propio cuerpo

Pero la fornicación no es solamente un pecado contra Dios y contra el alma, sino que es también un pecado contra el propio cuerpo: “el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18).

En la primera epístola a los Corintios, en el capítulo 6, el apóstol Pablo trata el tema de la fornicación que mancilla al cuerpo y presenta siete razones importantes para evitar ese pecado.

 

  1. “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor” (v. 13)
    En el capítulo 12 de la epístola a los Romanos, escribe Pablo: “Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (v. 1). El cuerpo del creyente está destinado a ser puesto al servicio del Señor. El cuerpo debe ser santo para ser utilizado por aquel que es Santísimo. El fornicario se excluye de todo servicio, pues el instrumento de su actividad, es decir su cuerpo, está mancillado y, por lo tanto, no puede ser utilizado por el Señor.
  2. El Señor es para el cuerpo (v. 13)
    El Señor se encarga de nuestros cuerpos. Los médicos saben cuán maravilloso es el funcionamiento del sistema nervioso, del aparato digestivo, de los músculos, de las células, de los órganos de reproducción. ¿Quién ha dispuesto la armonía del cuerpo? El Señor, el Creador, quien sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. Es comprensible, pues, que nuestro cuerpo, objeto de la atención del Señor, el Creador, no deba ser manchado de ninguna manera (2 Corintios 7:1).
  3. “Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder” (v. 14)
    Dios resucitó el cuerpo del Señor Jesús porque su cuerpo formaba parte de su persona. Igualmente, nuestros cuerpos son parte de nuestra persona y tienen valor a los ojos de Dios. Serán resucitados (o cambiados, si estamos vivos en el momento del retorno del Señor), para ser semejantes al cuerpo de gloria del Señor Jesús. Ocuparán, pues, un lugar eterno en la gloria junto a Él. Esta resurrección de nuestros cuerpos para ser elevados al cielo ¿no muestra el valor que tienen para Dios? ¿Aceptaríamos mancharlos por medio de la fornicación? Están destinados al cielo, donde todo es luz y santidad.
  4. “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo” (v. 15)
    Los creyentes constituyen los miembros del cuerpo del cual Cristo es la cabeza ya glorificada en el cielo. “Todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo” (1 Corintios 12:12). Cuando uno se deja llevar a cometer el pecado de fornicación, toma, pues, un miembro de Cristo para hacerlo, por ejemplo, miembro de una ramera. Al expresar este pensamiento, el apóstol Pablo exclama con un grito de indignación: “De ningún modo”.
  5. “¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (v. 16-17)
    Para un hombre, unirse con una ramera o con una mujer circunstancial es hacerse un solo cuerpo con ella. Pero, contrariamente a la vida normal de un matrimonio, no hay entre ellos sentimiento, afecto y pensamiento común, sino un atractivo físico. Es contra el orden natural establecido por el Creador, según el cual el hombre y la mujer primero se apegan por amor el uno al otro y se unen públicamente contrayendo matrimonio antes de unir sus cuerpos para “ser una sola carne” (Génesis 2:24) y completar así su unión de corazón y de espíritu. El creyente ya está unido al Señor, es un solo espíritu con Él. Un día nuestra alma y nuestro cuerpo también estarán con Cristo en la gloria.
    Vemos, pues, que la fornicación trastorna completamente el orden moral establecido por el Creador para el hombre, su criatura predilecta.
  6. “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros?” (v. 18-19)
    ¿Nos damos cuenta de la amplitud de tal bendición, a saber que somos templo del Espíritu Santo? Cada creyente puede decir que el Espíritu Santo, esta persona divina, ha venido a morar en él, en su cuerpo. Lo hemos recibido de Dios como un don. ¡Nuestro cuerpo es el santuario en el que el Espíritu Santo ha establecido su residencia eterna! Nuestro cuerpo fue purificado una vez para siempre por medio de la sangre que en el Gólgota corrió del traspasado costado del Señor. Por eso nuestro cuerpo es un santuario reservado para albergar a este huésped divino. No manchemos, pues, este santuario con la fornicación.
  7. “No sois vuestros. Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (v. 19-20)
    La palabra “comprado” contiene la idea de propiedad; no nos pertenecemos más a nosotros mismos, sino que le pertenecemos a Dios. Pensemos en lo que Dios tuvo que pagar para adquirir para sí a cada uno de los creyentes. Tuvo que dar a su único Hijo como rescate por nosotros en la cruz del Calvario. Ése fue el precio pagado por Dios para comprarnos (espíritu, alma y cuerpo). Es un precio infinito. Sepamos, pues, poner nuestros cuerpos a disposición de Dios, para glorificarle y no para deshonrarle.

¿Qué hacer frente a la tentación?

Dios conoce perfectamente la debilidad humana frente a la tentación sexual, pues “la carne es débil” (Mateo 26:41). Él nos da una orden llena de misericordia; nos dice: Huid de la fornicación (1 Corintios 6:18). Es necesario que nos alejemos de ella lo más aprisa y lo más lejos posible, como se huye de una serpiente. “Aborreced lo malo” (Romanos 12:9). Uno no se entretiene frente a una serpiente, no la acaricia, no la toma en sus brazos, ni siquiera se detiene a contemplarla, pues su mordedura es mortal.

De modo que debemos abstenernos del galanteo y de toda compañía dudosa, cerrar nuestros oídos a cualquier proposición equívoca (léase Proverbios 7:6-23 y 5:3-14). También hace falta evitar los lugares en los que el mundo habla de temas escabrosos (Efesios 5:3-4), las películas, las lecturas y las imágenes que excitan las pasiones y las concupiscencias y manchan nuestros pensamientos. Que bueno es el Señor al dar a cada creyente la solución: huir; no tocar, no escuchar, sino huir de aquella que es llamada la mujer extraña, aquella que no es la mujer propia. Del mismo modo, las mujeres creyentes deben huir de los hombres que las inciten a la tentación.

¡Cuidado!, la tentación puede ser sutil y disimularse bajo un manto de camaradería, de amistad.

Unas palabras para los jóvenes

Estamos sumergidos en un mundo de corrupción en búsqueda del placer; por eso la agresión que soportan nuestros espíritus y nuestras almas, a causa de la inmoralidad que se exhibe sin recato, es un gran peligro, particularmente para los jóvenes.

No obstante, los recursos de lo alto están a disposición de cada uno. Sí, cada uno puede contar —como Daniel en la corte del rey de Babilonia (Daniel 1:8-9), como José en casa de Potifar (Génesis 39:1-3, 7-12, 21-23)— con la fuerza necesaria para resistir, la que el Señor da a aquellos que andan piadosamente y que quieren seguir siéndole fieles.

Pero ciertos jóvenes quizás digan: «¿Qué mal hay en vivir con un amigo o una amiga? Eso no hace mal a nadie. ¿Qué cambia el hecho de celebrar una ceremonia civil o religiosa?» Examinemos a la luz de las Escrituras el valor de esas reflexiones:

  1. ¿Qué mal hay en vivir con un amigo o una amiga?
    Esta forma de vida en común se llama concubinato; ella está hoy generalizada, pero no es aprobada por Dios, quien no ha cambiado sus reglas morales. En la Biblia, la mujer legítima es siempre distinguida de la concubina. Cuando el Señor Jesús se dirige a la samaritana para convencerla de pecado, hace esta distinción: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido” (Juan 4:18). Y Hebreos 13:4 declara positivamente: “Honroso sea en todos el matrimonio”. El matrimonio para toda la vida es un don maravilloso hecho al hombre (Génesis 2:23). Implica, como todo privilegio, deberes y responsabilidades. Hoy muchos jóvenes consideran a esta vida en común como provisoria o como ensayo, repudiando las obligaciones familiares y el compromiso de fidelidad para toda la vida. Se confunde el placer sexual con el amor conyugal.
    Vivir en concubinato ultraja a Dios y constituye una desobediencia al orden del Dios creador. Recordemos que la institución del matrimonio fue dada como imagen de la unión espiritual de Cristo con la Iglesia.
  2. La convivencia no hace daño a nadie
    Como lo hemos visto precedentemente, el concubinato hace daño al espíritu, al alma y al cuerpo de la pareja. Si hay hijos nacidos del concubinato, se ven muy afectados por la falta de unión de sus padres.
  3. ¿Qué cambia el hecho de celebrar una ceremonia civil?
    Casarse oficialmente es más que un simple acto ante las autoridades civiles; es comprometerse públicamente a amarse, a serse fieles recíprocamente y a prestarse mutuo socorro durante toda la vida. No querer comprometerse públicamente, ¿no es la prueba de que no se quiere contraer un compromiso definitivo?

Para aquellos que han pecado

El adulterio y la fornicación son las primeras obras de la carne citadas en Gálatas 5:19. Si no vivimos habitualmente en comunión con el Señor para que su poder y su gracia nos guarden, los cristianos “nacidos de nuevo” somos capaces, desgraciadamente, de hacer todas las obras de la carne. Debemos tener la carne por muerta y hacer realidad, por medio de la fe, el hecho de que hemos sido sepultados con Cristo.

Si un cristiano, hijo de Dios, ha sucumbido a la tentación, nunca olvide que hay un camino de regreso hacia Dios: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Es evidente que la confesión hecha a Dios debe ser sincera y hecha con rectitud de corazón, reconociendo el ultraje que Le ha sido hecho: “Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmo 51:4).

La confesión hecha a algunos hermanos cristianos piadosos, serios —que tengan un carácter pastoral— es deseable y suele ser benéfica por la ayuda que ellos pueden prestar con vistas a una total restauración.

”Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”

El cuerpo de cada uno de nosotros, los creyentes, debe ser considerado como el instrumento en el cual podemos glorificar a Dios aquí en la tierra. Ya que hemos sido comprados a un precio tan grande, ¿no debemos poner todo nuestro ser —nuestro cuerpo entre otras cosas— al servicio del Señor? ¿Cómo hacerlo? Primeramente reconociendo la autoridad absoluta que el Señor adquirió sobre nosotros por la cruz. Luego preguntémosle, con oración, cuál es su voluntad. Si oramos sinceramente, nos indicará el camino que Él desea vernos seguir.

Tomemos dos ejemplos: nuestros ojos y nuestra boca.

Nuestros ojos

Con verdadero amor por el Señor Jesús, ocupémoslos en leer la Palabra de Dios y los buenos libros que nos ayudan a comprenderla. Abramos nuestros ojos para discernir el bien que podemos hacer a nuestros hermanos y a la gente que está a nuestro alrededor. Ocupémoslos en lo que es bueno (Filipenses 4:8-9).

Nuestra boca

Abrámosla para alabar a Dios. Abrámosla para orar por nosotros mismos, por nuestra familia, por nuestros amigos, por la asamblea, por la salvación de los pecadores. Tengamos palabras de aliento para aquellos que están afligidos, desamparados, solitarios, enfermos. Abrámosla para leer a los demás un pasaje de la Palabra de Dios, etc.

Conclusión

El apóstol Pablo quería que la vida de Jesús fuese manifestada en su propio cuerpo (2 Corintios 4:10). ¿Es éste nuestro deseo? En nuestros cuerpos, somos representantes del Señor Jesús en la tierra, mientras esperamos que Él transforme “el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21). En el cielo todos compareceremos “ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. Por eso, el apóstol Pablo escribe: “Por tanto procuramos también… serle agradables” (2 Corintios 5:9-10).

 

  • 1N. del E.: El adulterio son las relaciones sexuales entre una persona casada y otra que no es su cónyuge.