“La palabra profética...
a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha
que alumbra en lugar oscuro.”
(2 Pedro 1:19)
La degradación de nuestra sociedad occidental provoca cierta angustia en gran número de personas. Así se considere al mundo bajo su aspecto social, político o moral, todo denota un abandono progresivo de los valores que daban a cada uno un sentimiento de seguridad. En este clima de incertidumbre, el hombre se interroga en cuanto al futuro y se mantiene al acecho de todo indicio que pudiera despejar sus incógnitas. Desde la averiguación de los viejos augures hasta el más oscuro espiritismo, todo parece digno de ser escuchado, pese a sus innumerables contradicciones.
Las únicas indicaciones seguras en cuanto al futuro nos son dadas por el Libro de Aquel que está por encima de todas las cosas y que conoce el fin de ellas desde antes de su comienzo. Este libro es la Biblia, la Palabra de Dios. Más adelante mencionaremos algunos puntos de referencia, simples jalones, con el doble deseo de esclarecer al lector ya creyente y de advertir al inconverso, invitándole fervorosamente a volverse hacia el Señor mientras hay tiempo.
Dividiremos el tema de la siguiente manera:
- El pasado y su proyección sobre el futuro.
- Las grandes divisiones de la historia de la humanidad.
- Dónde estamos y adónde vamos.
- Cuál es el primer gran acontecimiento venidero.
- Los tiempos futuros según las profecías bíblicas.
- Últimos acontecimientos y estado eterno.
Quiera el Señor fortalecer, por su Palabra, la fe de aquel que le reconoce como su Salvador y conducir a la salvación a quien aún no la tenga.
1. El pasado y su proyección sobre el futuro
“Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó” (Eclesiastés 3:15).
La narración bíblica de los acontecimientos pasados no sólo tiene por objeto informarnos sobre hechos históricos. Este concepto incluso es muy secundario. La mayor parte de las circunstancias relatadas tienen una aplicación moral y profética, tal como lo leemos: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios 10:11).
Dios sólo nos informa muy sucintamente sobre los primeros tiempos de la historia humana. Después de la entrada del pecado en el mundo y la condenación de nuestros primeros padres, dos hechos son recordados hasta el diluvio. Primeramente, la muerte de Abel a manos de Caín, su hermano; más tarde, el arrebatamiento de Enoc después de 300 años de comunión con Dios. Caín y Abel representan las dos categorías de personas que han poblado el mundo antes y después del diluvio: los injustos y los creyentes. Los unos siguen sus inclinaciones naturales, las que pueden conducirles a todo mal; los otros creen en la revelación de Dios, un Dios santo, pero a la vez Salvador. El ejemplo de Enoc nos muestra lo que el Señor cumplirá en favor de los que le pertenecen antes de que el juicio caiga sobre el mundo.
El Señor Jesús recuerda los acontecimientos anteriores al diluvio para decirnos: “Como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo... hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio... así será también la venida del Hijo del Hombre... Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mateo 24:38-42).
2. Las grandes divisiones de la historia de la humanidad
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gálatas 4:4).
“Dios... en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo (Hebreos 1:1-2).
Los estudiosos de la prehistoria dividen el pasado lejano en función de las herramientas empleadas por el hombre. Distinguen así la edad de la piedra pulida o tallada, la del bronce y la del hierro. En cambio, la Palabra de Dios divide el tiempo en función de las relaciones entre el Creador y la criatura. Sólo este aspecto nos interesa dentro del marco profético que deseamos considerar.
El diluvio, en los días de Noé, marca el fin del primer período. El llamamiento de Abraham y la elección del pueblo de Israel por parte de Dios sobresalen en el segundo período, caracterizado sobre todo por la revelación de la voluntad divina en la ley de Moisés y por la relación establecida entre Dios y su pueblo terrenal. La desobediencia de este último obliga a Dios a separarse de él por un tiempo, lo que introduce la tercera gran división de la historia. Es el gobierno puesto en manos de las naciones y la sucesión de los grandes imperios de la cuenca mediterránea: el caldeo, el medo-persa, el griego y el romano. La venida de Jesús, su muerte y su resurrección son como la apertura del cuarto período: el tiempo de la Iglesia, en el cual estamos actualmente. A este tiempo le sucederá el período de los juicios apocalípticos que precederán a la era de la bendición universal, la que puede llamarse también era mesiánica. Jesucristo mismo tomará las riendas del reino para asegurar en esta tierra la paz y la prosperidad a las que cada uno aspira, pero que no pueden ser obtenidas fuera de Cristo y, después de la conclusión de la historia de la tierra, la Eternidad.
3. Dónde estamos y adónde vamos
“No os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis... en el sentido de que el día del Señor está cerca... porque no vendrá sin que antes venga la apostasía” (2 Tesalonicenses 2:2-3).
Para poder utilizar un mapa de carreteras primero hay que ubicar el lugar en que estamos y seguidamente hay que situar el lugar al cual queremos ir. ¿Dónde estamos en la historia del mundo? En 1992, lo que significa que dentro de poco hará veinte siglos que el Hijo de Dios vino a la tierra. Su muerte en la cruz no fue solamente un martirio, sino que, según la Palabra de Dios, “Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isaías 53:5). Él fue “quien llevó... nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24).
Éste es un punto central en la historia del mundo, la apertura del período de la gracia, el cual dura hasta hoy, pero que acabará cuando retorne el Señor Jesús para arrebatar a su Iglesia, lo que se avecina a pasos agigantados. Por eso les suplicamos a todos: “¡Reconciliaos con Dios!” “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 5:20; 6:2).
A este período le sucederá el tiempo de los juicios apocalípticos. Todos aquellos que hayan rehusado creer el Evangelio de la gracia no podrán ya ser salvos (véase 2 Tesalonicenses 2:10-12).
Todos los creyentes, por el contrario, tienen ante ellos la esperanza de un porvenir glorioso. Ellos verán cumplirse la promesa del retorno de Cristo.
4. Cuál es el primer gran acontecimiento venidero
“El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” ( Tesalonicenses 4:16-17).
Lo que jamás se ha producido, ocurrirá pronto. La Palabra de Dios nos revela las grandes líneas de los acontecimientos futuros, nos hace conocer la promesa de nuestro Salvador a sus discípulos y a todos los suyos: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Y dijo también, dirigiéndose a su Padre: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo” (17:24).
Las epístolas nos enseñan respecto a este acontecimiento: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos... los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:51-52). Los versículos de 1 Tesalonicenses 4:16-17 confirman esta misma verdad. El Apocalipsis contiene cuatro veces la promesa del Señor Jesús: “He aquí, yo vengo pronto” (3:11; 22:7, 12, 20). Cada creyente, cada hijo de Dios puesto al amparo de la obra de Cristo por la fe en Él, participará del cortejo de rescatados que, luego de ser introducidos primeramente en la Casa del Padre, serán manifestados en gloria con el Señor Jesús, el día de su real triunfo.
“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
5. Los tiempos futuros según las profecías bíblicas
“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas” (Apocalipsis 4:1).
Las profecías dadas a Israel tenían por objeto impactar la conciencia del pueblo y llevarle al arrepentimiento. Ellas le daban a conocer también el plan de Dios en relación con el Mesías que los profetas anunciaban, y acerca de su pueblo. Entre las numerosas profecías, muchas se han cumplido ya, con una precisión que sorprende a todos aquellos que las han estudiado. Aquellas cuyo cumplimiento es futuro, lo serán también con la misma precisión.
El descenso del Espíritu Santo a la tierra, tras la gloriosa resurrección de Cristo, introdujo un período en cuyo transcurso el desarrollo de los acontecimientos proféticos está suspendido. Éste es el período en que se forma la Iglesia de Cristo por la propagación del Evangelio de la gracia.
Al concluir este período, los acontecimientos proféticos retomarán su curso. Ellos son descritos en el libro del Apocalipsis, a partir del capítulo 4. Los capítulos 4 y 5 describen escenas celestiales; los capítulos del 6 al 18 mencionan diversos episodios de juicios divinos; y los capítulos 19 y 20 introducen el período de la bendición universal bajo la égida del Rey de reyes.
El lapso entre el arrebatamiento de la Iglesia y el glorioso retorno de Cristo incluye siete años finales cuya segunda mitad es llamada la gran tribulación. Durante este tiempo terrible, el diablo reaccionará con violencia a través de sus dos agentes, un jefe político, la bestia, y un jefe religioso, el falso profeta, o anticristo. Estos dos personajes que llevarán a su apogeo la oposición a Cristo, serán destruidos cuando Él venga como Rey de gloria.
6. Últimos acontecimientos y estado eterno
“Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13).
El período de bendición universal inaugurado por el glorioso retorno de Cristo es llamado comúnmente milenio o reino de mil años (Apocalipsis 20:1-6). Numerosas porciones del Antiguo Testamento describen lo que será este período para el universo entero. La naturaleza, al igual que la humanidad misma, conocerá una prosperidad sin parangón. La maldad recibirá su castigo de inmediato, sin que tenga tiempo de perjudicar a otros. El diablo habrá sido despojado de su carácter dañino durante este reinado bendito. El conocimiento del Señor Jesús y la obediencia a sus estatutos serán universales. Sin embargo, durante este tiempo será necesario participar de la salvación por la fe en la obra de Cristo, sin la cual el corazón natural permanece ajeno a la vida de Dios. La prueba de ello tendrá lugar al cabo de los mil años, cuando el diablo, liberado, podrá seducir de nuevo a la humanidad. Una numerosa multitud será arrastrada a la rebelión, lo que atraerá sobre ella el juicio definitivo, según Apocalipsis 20:7-10.
Tras el juicio final y la destrucción del mundo visible, serán creados un nuevo cielo y una nueva tierra en los cuales todo será definitivamente perfecto (2 Pedro 3:7, 13).
Sea cual fuere la forma imaginaria en que el estado eterno a veces es descrito, resalta una verdad absoluta: un lugar de tormentos está reservado para los incrédulos y un lugar de delicias lo está para todo pecador que haya sido salvado por la fe en la obra redentora de Cristo.
En la tierra y ahora se decide la suerte eterna de cada uno. Por eso, amigo lector, ¡crea el Evangelio!