Llevar fruto y ser un testimonio ante los hombres
El capítulo 13 de Juan nos presenta el servicio de amor del Señor a favor de los suyos para que, durante su ausencia, puedan tener comunión con él, allí donde se encuentra ahora, en la casa de su Padre. En el capítulo 14, consuela nuestros corazones hablándonos de la llegada del Espíritu Santo, mediante el cual le será posible estar con nosotros, puesto que puede decir del que guarda sus mandamientos: “Yo le amaré, y me manifestaré a él”. Y aún, hablando del Padre y de sí mismo dice: “Vendremos a él, y haremos morada con él” (v. 21, 23). La parte que tenemos con Cristo donde está, y la que él tiene con nosotros allí donde estamos, es la base del fruto del cual el capítulo 15 habla.
El Señor se presenta como la vid verdadera; presenta al Padre como el labrador y a los discípulos como los pámpanos. Para evitar toda confusión acerca de este pasaje, notemos que no se trata de Cristo como la cabeza y de los creyentes como los miembros de su cuerpo, lo que hallamos en las epístolas de Pablo. Aquí se trata de Cristo y de los que profesan ser sus discípulos en la tierra. Al considerar a los creyentes como miembros del cuerpo de Cristo, pensamos en sus privilegios celestiales, siendo unidos a la cabeza en el cielo. Lo que solo tiene apariencia no puede entrar en ese cuerpo, y ningún miembro puede ser quitado. En cambio, cuando consideramos a los creyentes como discípulos del Señor, pensamos en su responsabilidad de llevar sus caracteres para ser sus testigos en el mundo del cual está ausente. Entre estos discípulos puede haber personas que no tienen la vida, pámpanos que serán quemados.
Para captar bien la enseñanza de este pasaje, podemos hacernos tres preguntas: ¿En qué consiste el fruto del cual habla el Señor? ¿Por qué medio los discípulos de Cristo llevan fruto? Y ¿cuál es el resultado del fruto llevado?
¿En qué consiste el fruto del cual habla el Señor?
Podemos decir que el fruto es todo lo que agrada a Dios en nuestra vida. Sin embargo, solo lo que en nosotros es de Cristo puede ser para el gozo del Padre. El fruto pues es el carácter de Cristo reproducido en la vida de sus discípulos. El apóstol Pablo escribe: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Estos son los rasgos que caracterizaban al Señor Jesús en su camino aquí abajo, y que llevaron a que el Padre expresara el placer que encontraba en él. Vino una voz del cielo diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). Pues el fruto no es precisamente cumplir un servicio predicando, enseñando u otra cosa, ni las almas llevadas a Cristo por la predicación, sino los caracteres de Cristo manifestados en los suyos. Desgraciadamente, es posible estar muy activo en el servicio cristiano y al mismo tiempo manifestar muy poco que sea de Cristo, y por consiguiente llevar solo poco fruto para la gloria del Padre.
Ahora bien, lo que sube a Dios como fruto es al mismo tiempo un testimonio ante los hombres. Esto se desprende de esta palabra del Señor: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (v. 8). La vida que glorifica al Padre y regocija su corazón es un testimonio ante el mundo de que somos discípulos de Cristo. El hecho de que somos sus discípulos es manifestado de una manera mucho más evidente por un poco de dulzura y de bondad que por mucha actividad. La confianza apacible en el Señor que manifestaba María sentada a sus pies, escuchando su Palabra, era un fruto que encontraba más su aprobación que la actividad de Marta. No todos estamos llamados o dotados para predicar y enseñar o estar activos en varios servicios, sino que todos tenemos la posibilidad —tanto los más jóvenes creyentes como los ancianos— de manifestar en nuestra vida los hermosos caracteres de Cristo, de llevar así fruto que glorifica al Padre y de ser un testimonio ante los hombres. Cristo ya no está personalmente en la tierra, pero Dios desea que esté continuamente visto en su pueblo. En la medida en que esto esté realizado en nosotros, habrá fruto y un testimonio.
¿Por qué medio los discípulos de Cristo llevan fruto?
El Señor dijo: “Yo soy la vid verdadera” (v. 1). El fruto de la vid se lleva sobre los pámpanos, pero los pámpanos solo pueden llevar fruto si tienen una relación vital con la vid. Cristo es la fuente de la vida del creyente. A veces, el carácter natural puede manifestar unas cualidades amables, pero no puede reflejar los maravillosos rasgos de Aquel que se despojó a sí mismo para servir a los demás en amor. Separados de Cristo —la fuente de la vida— no podemos llevar fruto para el Padre. Para que haya “fruto”, “más fruto” y “mucho fruto” —conforme a las palabras del Señor— hay algo que hace el Padre, algo que hace el Señor y algo que nosotros podemos hacer.
Primero, están los caminos del Padre en castigo y en disciplina (v. 2). Puede haber pámpanos que no llevan ningún fruto. Su relación con la vid es puramente exterior; es una simple profesión sin relación vital con Cristo. Esto se reconoce por el hecho de que no llevan fruto. El labrador los quita. Tarde o temprano Dios manifiesta su estado y ya no forman parte de los pámpanos. Parece que la imagen de los pámpanos improductivos también pueda aplicarse a un pámpano en conexión vital con la vid pero que no lleva ningún fruto, y que el labrador “quita”. Aquí habría una forma extrema de castigo, del cual la epístola a los Corintios nos da un solemne ejemplo. La vida de varios de ellos deshonraba a Dios a tal punto que fueron quitados por la muerte. “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Corintios 11:30).
También están los caminos del Padre para con los que llevan fruto, para que lleven “más fruto”. El Señor dice respecto de ellos: “Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará”. Nuestro Padre nos disciplina “para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10). Las pruebas por las cuales pasamos, las dificultades en nuestro camino, las enfermedades que pueden alcanzarnos, los duelos que quebrantan nuestros corazones, los insultos o los perjuicios que podemos padecer, todo esto está permitido por un Padre que nos ama, para que podamos discernir y juzgar todo lo que no es justo en nuestros pensamientos, nuestras palabras o nuestros actos, de manera que Cristo esté formado en nosotros y que podamos llevar fruto, manifestando algo de los maravillosos caracteres de Cristo.
Segundo, está lo que el Señor hace para que llevemos fruto (v. 3). Ya había lavado los pies de sus discípulos, y así puede decirles: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”. El lavamiento de los pies de Juan 13, que nos permite tener comunión con Cristo, nos prepara para manifestar en nuestras vidas los caracteres excelentes de Cristo.
En tercer lugar, además de los cuidados del Padre para con nosotros y del servicio de amor del Señor a nuestro favor, está nuestra propia responsabilidad de tener una vida que lleve fruto (v. 4-5). Si deseamos que, en alguna medida, nuestra vida se vuelva una expresión viva de Cristo, tenemos que tomar a pecho su exhortación: “Permaneced en mí”. ¿Cuál es el significado de estas palabras repetidas tantas veces en estos versículos? Implican una dependencia personal de Cristo, quien nos mantiene cerca de él y nos hace vivir en el gozo de su amor. Es muy útil ayudarnos y servirnos unos a otros. Pero si permanecemos en Cristo, no estamos dependientes del ministerio de algún siervo del Señor, por muy apropiado que pueda ser en su lugar. Permanecer en Cristo implica una dependencia personal del Señor, mirando únicamente a él.
La esposa del Cantar de los cantares dice: “Bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar” (2:3). Al considerar los maravillosos caracteres que son perfectamente manifestados en Cristo, hallamos nuestras delicias en este fruto excelente. Y al estar ocupados de él, estamos impregnados por lo que regocija y alimenta nuestra alma. “Mirando… la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Corintios 3:18).
Consideremos bien esta palabra del Señor: “Separados de mí nada podéis hacer”. Esto es una verdad que a menudo olvidamos. Nos necesitamos los unos a los otros, como lo muestran numerosos pasajes. Pero ante todo necesitamos a Cristo porque, en cuanto a llevar fruto, separados de él nada podemos hacer.
En el versículo 6, el Señor presenta la terrible situación de un pámpano sin vida, de un hombre que solo tiene la profesión de ser discípulo, de alguien que puede tener mucha actividad pero que no tiene ningún enlace vital con Cristo, y que por consiguiente no lleva fruto para el Padre. En él no se ve nada de los caracteres de Cristo. No sencillamente es “quitado”, como en el versículo 2, sino “echado fuera”, como una rama seca y “quemado”. Judas es el ejemplo espantoso de alguien que hizo profesión de ser discípulo de Jesús ante los hombres, pero que no tenía ningún enlace vital con él.
¿Cuál es el resultado del fruto llevado?
Finalmente, el Señor nos alienta mostrándonos el resultado del fruto llevado.
Si permanecemos en Cristo y llevamos sus caracteres, tendremos su pensamiento tal como se expresa en sus palabras. Así seremos capaces de orar de manera justa y nuestras oraciones serán atendidas. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (v. 7).
Al llevar fruto, glorificaremos al Padre por la manifestación de los caracteres de Cristo, quien era la expresión perfecta del Padre. “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto” (v. 8).
Al llevar los caracteres de Cristo, llegaremos a ser testigos ante el mundo de que somos verdaderamente sus discípulos: “…y seáis así mis discípulos”, añade el Señor (v. 8). Seremos testigos ante los hombres del Hombre glorioso que se halla en la gloria. El Señor no dice: Si predicáis, seréis mis discípulos, sino que “si lleváis mucho fruto”. El testimonio a Cristo se encuentra en la vida de sus discípulos. Es un testimonio vivo.