Moisés en la escuela

Hechos 7:20-29

Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios (Hechos 7:22) y esta prestigiosa formación se añade a cualidades naturales realmente excepcionales: “era poderoso en sus palabras y obras”. A los ojos del mundo, Moisés es indiscutiblemente un hombre capaz. Pero, si bien la hija del Faraón se había propuesto educarle para sí misma, Dios, en su soberanía, había decretado que Moisés sería para Él. Y, cosa sorprendente, todas esas cualidades fuera de lo común, de las que el hombre hace tanto caso, no calificaban a Moisés en absoluto para servir a Dios. Por eso, al llegar a ser grande, vemos que deja la escuela de los hombres y entra en la de Dios.

La enseñanza que Dios imparte a Moisés puede reducirse a tres lecciones:

  • La primera lección se inicia cuando Moisés, lleno de celo, sale a sus hermanos (Éxodo 2:11). Asiste a una escena de violencia que le subleva: un egipcio maltratando a un hebreo. Entonces comprende que el corazón de los egipcios es malvado. Penosa lección para aquel que está lleno de toda la sabiduría egipcia. La reacción de Moisés muestra de qué manera le impacta tal escena. A la violencia responde con la violencia. Cuán lejos está Moisés de Aquel de quien se dijo: “Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).
  • La segunda lección comienza al día siguiente. Ve a dos hebreos que se pelean. ¿No es chocante para Moisés comprobar la maldad de aquellos de los que tiene piedad y cuya defensa está resuelto a asumir? Triste escena, en efecto, que muestra que la carne de los que pertenecen al pueblo de Dios no vale más que la de los incrédulos (los egipcios). Ésta es una enseñanza que debemos recordar. ¿Qué aprende Moisés ese día? Aprende que el corazón de los hebreos es tan malvado como el de los egipcios.
  • La tercera lección comienza luego después, cuando Moisés, para salvar su vida, debe huir de la presencia del Faraón, quien le quiere matar. ¿Cuánto tiempo durará esta lección? ¿Un día, al igual que las anteriores? No, es tan difícil de aprender que durará cuarenta años.

Moisés tiene que aprender que su propio corazón es malvado. Y cuando está quebrantado, cuando humanamente no tiene nada de que valerse, ni formación, ni energía natural, entonces Dios le juzga apto para que le sirva. El oficio de pastor, ejercido durante cuarenta años, abominación para un egipcio por adopción como Moisés (Génesis 46:34), vence todas las ilusiones que podía hacerse acerca de sí mismo.

“Mete ahora tu mano en tu seno”, le manda Dios (Éxodo 4:6). Los ejercicios prácticos de esta lección fundamental no se hacen esperar. Su corazón (su seno) está lleno de lepra, constante figura del pecado en las Escrituras, el que mancha todos sus actos (la mano). La gracia de Dios, sin embargo, está allí; Moisés, obedeciendo a la palabra de Dios, recobra sana su mano, la que podrá obrar al servicio de Jehová.

Moisés comprende la lección. Reconoce que, a causa de su vigor natural y de sus ilusiones al respecto, ha sido necesario llegar a los ochenta años de edad para por fin ser quebrantado (Salmo 90:10). Hasta entonces, estorbado por una raíz presente en cada uno de nuestros corazones —el orgullo—, su vida se ha visto caracterizada por la pena y la vanidad. Nuestra vida se nos va pronto (Salmo 90:10) y no tenemos más que una para vivir. ¿Qué quedará de ella para la eternidad? Alguien dijo: «Dios comienza allí donde el hombre termina». ¿No es ésta la gran lección que Moisés tuvo que aprender durante esos cuarenta años?

Que Dios nos conceda a nuestra vez no confiarnos en nuestras propias capacidades naturales, para que él pueda obrar en nosotros únicamente para gloria de su Nombre.