El Señor “Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él” tomando voluntariamente el lugar entre los pecadores arrepentidos (Mateo 3:13-15). Después, el Evangelio relata su actividad en gracia, pero antes de esto fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Él era el segundo Hombre, el hombre obediente, el postrer Adán, quien vino para tomar el lugar del primero, del hombre desobediente (1 Corintios 15:45, 47).
El primer hombre sucumbe a la tentación en el huerto de las delicias
Dios había preparado un sitio de delicias donde había puesto al primer Adán, establecido como cabeza sobre la creación. Este habría podido gozar de una gran felicidad en la inocencia, si hubiese permanecido obediente a la palabra de Dios: no debía comer del fruto prohibido (Génesis 2:17). En estas condiciones vino Satanás para tentar a nuestros primeros padres, pretendiendo ofrecerles lo que Dios no les había otorgado. Abordando a Eva con la pregunta “¿Conque Dios os ha dicho…?” (3:1), Satanás les induce a hacer lo que les estaba prohibido. Logra introducir insidiosamente en su espíritu una duda en cuanto a la bondad de Dios.
Luego, el “padre de mentira” (Juan 8:44), en contradicción absoluta con la advertencia divina, no tarda en afirmar: “No moriréis” (Génesis 3:4). Atribuye a Dios la intención de privar a Adán y Eva de lo que es verdaderamente deseable. Logra seducirlos diciendo: “Seréis como Dios” (v. 5). Así, desobedecen y caen bajo la esclavitud de Satanás, bajo la cual también estarán sus descendientes. Como lo dice el Nuevo Testamento: “La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15).
Entonces Dios le anuncia a Satanás que la “simiente” de la mujer lo herirá en la cabeza (Génesis 3:15). Su poder le será quitado. Esta “simiente” de la mujer es el segundo Hombre, venido del cielo. De él Dios pudo decir, cuando tuvo lugar su bautismo y cuando descendió el Espíritu como paloma sobre él: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:16-17). El plan de Dios es que Cristo reciba el dominio sobre todas las cosas, lo que ha de suceder pronto (1 Corintios 15:25).
Tentado por Satanás en el desierto, Jesús victorioso ata al hombre fuerte
Antes de que Jesús comience su ministerio en este mundo, Satanás se presenta para tentarlo, así como ya lo había hecho con Adán. A este no le faltaba nada en el huerto donde vivía, donde Dios mismo venía para hablarle al aire del día. Sin embargo, ante la tentación puesta frente a él por el enemigo, el hombre sufrió una completa derrota.
El diablo también trató de hacer que el Hombre Cristo Jesús se apartara del camino de la obediencia a la voluntad de Dios. Ejerció sobre él todos sus esfuerzos de seducción, presentándole cosas deseables. Sin embargo, fue completamente vencido por el Hombre perfectamente obediente.
Jesús, pues, fue “llevado por el Espíritu” para ser tentado por el diablo. La escena se desarrolla en el desierto, en presencia de las fieras (Marcos 1:13). Allí fue donde Israel multiplicó las quejas y “se entregaron a un deseo desordenado” (Salmo 106:14).
La primera tentación
Primero, Jesús ayuna cuarenta días y cuarenta noches; después “tuvo hambre” (Mateo 4:2). Privarse produce un sufrimiento que es susceptible de abrir la puerta a la tentación. En este preciso momento el tentador se acerca y le dice: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (v. 3). Satanás quiere incitarle a actuar según su propia voluntad, a usar de su poder divino para saciar su hambre.
Pues bien, si desde la eternidad el Señor era el Hijo de Dios, también se había hecho hombre. Como tal, solo quería obedecer a Dios, y no concedía ningún lugar a su propia voluntad (Mateo 26:39). En vez de entablar —como Eva— una discusión con Satanás, le contesta utilizando una fuente perfecta: La Escritura, que Dios dio al hombre para dirigirlo en el mundo y para rechazar al enemigo. Jesús dice a Satanás: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Deuteronomio 8:3). Pone en evidencia esta verdad fundamental: el hombre tiene un alma que necesita alimento. Este solo se halla en la Palabra de Dios. En cuanto a producir panes y comerlos, Jesús solo lo haría si fuese la voluntad de su Padre. Esta actitud admirable se halla a lo largo de su vida: “Yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29).
Para Cristo, la prioridad era obedecer a Dios. Esta debería ser nuestra línea de conducta: “Si, pues, coméis o bebéis… hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). Si Satanás viene para proponernos que hagamos algo que es incompatible con el pensamiento de Dios, tal como ha sido revelado en su Palabra, tenemos que aprender a contestarle por medio de esta Palabra, así como hizo el Señor. Por medio de la obediencia podremos ser “más que vencedores”. Apoyémonos en la victoria de Cristo y tendremos parte en las bendiciones de los que en él esperan (véase Romanos 8:37). La vida de un hombre no depende solamente de la satisfacción de sus necesidades físicas, sino ante todo de cumplir la voluntad de Dios.
La segunda tentación
Satanás vuelve a la carga, esta vez con una tentación de orden espiritual. Intenta imitar al Señor, utilizando él mismo la Palabra. Cita un pasaje de los Salmos que promete la protección divina al Mesías.
Transporta a Jesús al pináculo del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra” (Mateo 4:6; Salmo 91:11-12).
Pero Jesús contesta a Satanás: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:7; Deuteronomio 6:16).
El diablo cita una parte de la Palabra y omite otras, y esto es lo que le permite sacar conclusiones abusivas. Esta manera tramposa de presentar las Escrituras, deformándolas, se halla a menudo en los «agentes» actuales de Satanás. No separemos nunca un versículo del conjunto de las comunicaciones divinas. Necesitamos toda la Palabra, ya que sus varias partes se completan mutuamente.
Tentar a Dios es tratar de ponerlo a prueba, de verificar si sus promesas son verdaderas. Pongamos nuestra confianza plenamente en Él; recibiremos una respuesta de amor, en el momento conveniente, pero permanezcamos en el camino de la obediencia y de la humildad.
Una vez más el Señor vence a Satanás por medio de las Escrituras.
La tercera tentación
Después de su segundo fracaso, el diablo lleva aún a Jesús a un monte muy alto. Le muestra “en un momento” (Lucas 4:5) todos los reinos de la tierra y la gloria de ellos. Luego le dice: “Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:9). Lucas precisa: “A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (Lucas 4:6).
Si Satanás, en su orgullo y vanidad —lo que es “la condenación del diablo” (1 Timoteo 3:6)— quiere insinuar que Dios es quien le entregó este poder, es una mentira y una blasfemia. Si más bien quiere decir que es el hombre el que se lo dio indirectamente al obedecerle a él en vez de a Dios (Génesis 3), entonces, lamentablemente, tiene razón. Jesús mismo lo llama el “príncipe de este mundo”, agregando en seguida que “él nada tiene en mí” (Juan 14:30). La autoridad que el diablo ejerce sobre los hombres, hechos sus “hijos” (1 Juan 3:8-10), es usurpada. Para deshacer estas obras de Satanás, Jesús bajó a este mundo como hombre, hecho semejante a nosotros en todo, excepto el pecado.
Como Hijo del hombre, Jesús recibirá pronto el dominio, conforme a la promesa divina (Salmo 8:6); este forma parte del poder que ejercerá sobre todo el universo. Él tiene derecho absoluto a la gloria y honra de las naciones (Daniel 7:13-14; Apocalipsis 21:26).
Contestándole, Jesús dice al tentador: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mateo 4:10; Deuteronomio 6:13).
Al final del período actual de la gracia, Satanás utilizará en este mundo a un hombre que las Escrituras califican de “inicuo”. Este hombre ejercerá un gran poder sobre la tierra, pero en el momento del resplandor de la venida del Señor será muerto con el espíritu de su boca (2 Tesalonicenses 2:8).
Y después
Satanás está obligado a apartarse de él “por un tiempo” (Lucas 4:13). Jesús le resistió victoriosamente y ahora, habiendo atado al hombre fuerte, va a saquear sus bienes (Mateo 12:29). Andará haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios está con él (Hechos 10:38). Entonces, los ángeles vienen al Vencedor y ¡sirven a Aquel que los creó!
La gran prueba que está implícita en las palabras “por un tiempo” llegará cuando se hagan presentes para nuestro Salvador las terribles horas de sufrimientos que tenía ante sí, en Getsemaní por anticipación, y más aún en la cruz (Lucas 22:53; Juan 14:30). Allí es donde “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:14-15).
Habiendo visto cómo Satanás puede utilizar aun la Palabra de Dios para lograr sus propósitos, estemos en guardia. Para salir victoriosos de todas sus astucias, es indispensable que nos alimentemos abundantemente de las Escrituras, de manera que se graben en nuestros corazones. Solo así podrán “morar en abundancia en nosotros” (Colosenses 3:16). El Espíritu las utilizará para darnos en el momento oportuno las palabras apropiadas (Mateo 10:19-20). Entonces podremos, por la fe, apagar “los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:16).